FESTIVAL DE MÚSICA
Igor Levit desnuda a Mahler
El pianista mostró la vertiente más atonal del compositor austriaco en la Schubertíada
Rosa Massagué
Periodista
Rosa Massagué
Se puede llegar a la música de Franz Schubert de muchas maneras. El pianista Igor Levit condujo el sábado al público de la Schubertíada de Vilabertran a través de un viaje muy particular, empezando con tres ‘Canciones sin palabras’, de Felix Mendelssohn, y con una parada sorprendente en el ‘Adagio’ de la ‘Sinfonía n. 10’ que Mahler no pudo acabar. La transcripción para piano de esta obra muestra un Mahler en toda su desnudez, un Mahler raramente atonal.
El ruso-germano Levit (1987) coincide generacionalmente con la hornada de jóvenes virtuosos del piano que han logrado el reconocimiento y la fama en los últimos años. Sin embargo, pertenece a otra familia pianística. Nada que ver con Yuja Wang o Katia Buniatishvilli, por poner dos ejemplos vistosos. Es atrevido en sus propuestas, pero reflexivo en la interpretación y sobrio en las maneras.
Transcribir para piano una pieza orquestal es un todo un reto. Más si cabe, si es una obra sinfónica tardo-romántica de un compositor monumental como Mahler y se trata de parte de una obra inacabada en la que se respira el hálito de la muerte que le llegaría al compositor meses después. El escocés Ronald Stevenson fue autor de numerosas transcripciones y a él se debe la del primer y único movimiento, el ‘Adagio’, de la inacabada décima sinfonía.
Aproximación a la vanguardia
Con esta obra Mahler se aproximaba a las vanguardias de Schönberg y Berg, pero con una aparente timidez que resulta cubierto en su forma orquesta. La versión para piano, sin el abrigo instrumental, muestra un Mahler insólito en el que domina la atonalidad de una forma neta, así como los abundantes cromatismos. Es un último Mahler desnudo, de escasos ropajes melódicos.
Levit interpretó la obra con gran fidelidad a la partitura de Stevenson. Como no podía ser de otra manera, no trataba de reproducir el sonido orquestal. La suya fue una interpretación en la que las dinámicas muy contrastadas no se resolvían en un sonido agresivo ni excesivamente percutante, con un uso muy controlado del pedal de resonancia, todo lo cual demuestra la maestría del pianista.
El hálito de la muerte estaba también en la ‘Sonata n. 20 en La mayor D. 959’ de Schubert, la penúltima que compuso, estrenada también meses antes de morir, que ocupó la segunda parte del concierto. Considerada por ello una obra terminal, esta sonata se caracteriza por su atemporalidad en la que el tiempo parece congelarse, y por su monumentalidad. Es una obra de difícil ejecución con una abundancia de acordes, saltos y cascadas que Levit reprodujo con gran arrojo dejando la duda de si la tormenta que se desata tras una zona musical misteriosa era una tormenta exterior o una tempestad interior, del alma.
La obra de Mahler con la que había finalizado la primera parte dejó al público algo atónito. Con su Schubert, Levit disipó todo desconcierto.
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