el breve regreso de un icono

Pavlovsky no está muerto, vive en Banyoles

Un documental y cinco funciones en el teatro La Gleva certifican de una vez por todas que la leyenda del 'music hall' respira

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Núria Navarro

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No está muerto. Tampoco agoniza en una residencia de ancianos. Ángel Pavlovsky, mito del 'music hall', bisagra de la 'izquierda caviar' y el canalleo de los 70 y 80, 'queer' antes del 'queer', está sano y lleva una vida muy casera de jubilado en Banyoles (Pla de l'Estany). Su paso al más allá fue una 'fake new' lanzada alegremente en una radio –y nunca desmentida–, y amplificada por esa manía de repicar en las barras de bar –o en las redes, que viene a ser lo mismo– cualquier bobada que circule por el éter.

Esta introducción viene a cuento porque Pavlovsky, que ha preferido no montar pollo a lo <strong>Miguel Bosé</strong> cuando le endilgaron el sida, ni relatar su historial clínico en un plató, está a punto de mostrar no solo que sigue respirando, sino que a los 77 años se expande en el escenario como la espuma de poliuretano. Albert de la Torre, de la productora Estudi Bárbara Granados y alma, junto a su pareja, del teatro La Gleva de Barcelona, le convenció para rodar un documental sobre su vida, enroscada con la historia de la Transición.

Tres años le costó que le diera el "sí". Pero logró que el ruso-argentino-catalán se abriera en canal ante una cámara –la cinta, financiada a través de Verkami, estará lista en abril del 2019– y, con la trampita de nutrir metraje, aceptó desempolvar a La Pavlovsky para inaugurar la temporada con cinco únicas funciones (entre el 5 y el 9 de septiembre). "Me decidió esa funesta mentira sobre mi muerte que se desparramó y que no ha habido forma de parar", admite el artista. 

El culebreo de una mentira

"Yo tuve un cáncer, sí, del que se enteraron pocas personas –explica–; lo traté y estoy tan sano que hace un año se jubiló mi médico de la Seguridad Social y aún no tengo otro". Pero el bulo fue tomando proporciones grotescas. Un día alguien se acercaba a su hermana, Alicia, y le preguntaba bajito: "¿Cómo sigue Ángel? A mí me puedes decir la verdad". O le llamaba un productor teatral con la misma milonga. O un desconocido abordaba a una amiga suya en el super y afirmaba que sabía, de muy buena tinta, que estaba en las últimas.

La afición de exponer la vida en tiempo real, claro, se da de patadas con la voluntad de disolverse. Y eso que su desaparición no fue un caso de 'síndrome de Greta Garbo', un esconderse para que los admiradores no vean tu decrepitud física. Simplemente, después de 50 años de espectáculo, se retiró. Regaló decenas de vestidos y zapatos titilantes, tiró los recortes de prensa, cerró el ordenador, rechazó a varios negros que pretendían escribir sus memorias y dispuso no colgar una sola foto suya en las paredes. "Tenía ganas de ser un ciudadano corriente", zanja.

Portazos a los indeseables

En realidad, detrás de esa decisión hubo una cara B. Cuenta Pavlovsky que, en una gira, le estafó un distribuidor. "Me di cuenta de lo rodeado de gente de mierda que había estado", confiesa. Pero sacarse de encima a comisionistas y otras alimañas necesarias para seguir en el 'showbiz' suponía el derrumbe económico. Prefirió la libertad a esos grilletes. Empezaron las vacas flacas. "Durante tres o cuatro años me salvó que Mario Gas me dejaba una sala del Teatro Español de Madrid durante un mes". Y en el ínterin de tramitar la jubilación, "en momentos en que no había para comer", aceptó hacer alguna actuación en cenas de amigos y convirtió pantalones viejos en bermudas. "Incluso habría actuado en la calle", añade.

¿Él, que al llegar a España en 1973 firmó un contrato millonario con TVE, que simultaneó Bocaccio y Cúpula Venus noche tras noche, que se permitió cancelar una función en el Condal porque 'apenas' había 260 personas en la platea? Así venía la mano. "Me defraudó mucha gente –admite–; me ofrecieron hacer en el Grec 'Historia del soldado' en francés, pero a ni un director catalán se le ocurrió llamarme para un papelito. ¡En 40 años! Si yo llevaba gente a la taquilla y con un 'coach' habría podido hacerlo...".

Jura que no hay nostalgia de la ovación, que le complace la vida simple. "No juego a la petanca ni al dominó y en Banyoles no hay obras para ir a mirar –bromea–. Hago lo que tengo ganas de hacer y duermo lo que tengo ganas de dormir". Y hace poca vida social, porque en el Pla de l'Estany nota el enfrentamiento político –"inmerecido por los dos lados"– y le entristece. "Con mi hermana, su hija, su nieta de 14 años y los gatos ya tengo suficiente".

Ahora tendrá la ocasión de volver. Cinco noches. En las que contará '¿Qué fue de Pavlovsky?', que así se llama el minirretorno, y mezclará, como siempre hizo, cosas suyas con retales del mundo. Acompañado al piano por Bárbara Granados y solo con un chaqué, unos zapatos tuneados con esprai del chino y un collar con lágrimas de azabache que cedió a su sobrina-nieta y toma en préstamo esos días.

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