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La vuelta a Catalunya en 10 obras de arte poco conocidas

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Natàlia Farré

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La historiografía reconoce solo unos 80 cuadros salidos del pincel de Caravaggio. De estos, uno, ‘San Jerónimo penitente’, está en Catalunya, en el monasterio de Montserrat, concretamente. Llegó hace un siglo, en abril de 1917, en un baúl con otras piezas, y no entró en la abadía como un ‘caravaggio’, sino como un lienzo de José de Ribera ‘lo Spagnoletto’, por entonces mucho más apreciado que Michelangelo Merisi, el chico malo del barroco. Uno de los artistas más pendencieros de la historia del arte: genio loco, atormentado y violento con una importante hoja de antecedentes que acabó acusado de asesinato y fugado de Roma en 1606, cuando, tras un partido de ‘pallacorda’, mató a Ranuccio Tomassoni. En una pelea, le intentó cortar el pene pero acabó sesgándole la femoral. Pero todo esto poco importó al padre Bonaventura Ubach, monje del monasterio destinado en Roma y que, devoto de San Jerónimo, adquirió la tela en una subasta de la colección Magni, en 1915, por un precio irrisorio: 65 liras (180 euros actuales).

‘San Jerónimo penitente’ luce ahora en una de las paredes de Montserrat, que atesora otras joyas, como ‘El vendedor de tapices’ de Marià Fortuny, por poner otro ejemplo de por qué vale la pena entrar al museo del cenobio. Pero el monasterio benedictino no es el único punto de Catalunya que custodia piezas imposibles de ver en Barcelona, donde se concentra la mayor oferta pictórica pero no toda. Así que lo suyo es pasear por la geografía catalana y descubrir otras joyas.

Una procesión por dos ‘grecos’ en Sitges

La llegada de la ‘Magdalena penitente con la cruz’ del Greco a Cau Ferrat también tiene su historia. Santiago Rusiñol la compró en París, en 1894, junto con otro lienzo del cretense, ‘Las lágrimas de san Pedro’. Los adquirió por indicación de Ignacio Zuloaga y le costaron 1.000 pesetas (6 euros). Ambas entraron en Sitges en procesión. Tal cual. Un hecho que la prensa de la época recogió con todo tipo de detalles: “El dibujante Labarta, jinete en un caballo, enjaezado con antiguos y vistosos arreos, abría la marcha del desfile artístico. A continuación seguía el pintor Romeu, llevando la bandera del Cau Ferrat […]. Venían luego las pinturas del Greco montadas sobre varas, que sustentaban los artistas. Casas, Clarassó, Meifrèn y Pichot fueron los portantes del primer turno […]. Así se puso en marcha aquella pintoresca procesión, desordenada y sin orden, sin prelación de categorías ni puestos fijados de antemano, entre seria y francamente gozosa […]. Balcones con damascos rojos, azules, amarillos, poblados de mujeres incomparables, de niñas de belleza ideal, echando puñados de flores, lluvias de pétalos, sobre los cuadros del viejo pintor, dorados por la patina de los siglos, que llevados por manos de entusiastas artistas discurrían por las calles”.

El pequeño Prado de Vilanova

Menos espectaculares han sido los viajes de ida y vuelta, de Madrid a Vilanova i la Geltrú, que durante los últimos 134 años ha realizado el depósito que el Museo del Prado tiene en el Museu Biblioteca Víctor Balaguer. El primero se produjo con la apertura del centro, en 1884, fruto de las buenas relaciones del fundador del museo de Vilanova, el que le dio nombre, con la corte española. Pero en 1981 Erik el Belga puso el centro patas arriba con un robo y el Prado retiró sus piezas. Hasta 1986. Entonces envió el segundo depósito: 42 obras, entre ellas lienzos de Rubens, Murillo, Zurbarán, Ribera, Goya y Sorolla. Ninguno de los artistas citados es fácil de disfrutar en colecciones públicas de Catalunya, solo el MNAC tiene alguna obra. Así que cualquiera de ellas es una buena excusa para desplazarse hasta Vilanova y la Geltrú pero a destacar, por rara, la tela de Sorolla ‘Dos de mayo o Defensa del parque de artillería de Monteleón’. Un monumental lienzo de tema histórico (muy alejado de las playas, retratos y escenas costrumbristas que definen al artista) que el valenciano presentó con solo 21 años a la Exposición Nacional de 1884 obteniendo una segunda medalla. 

Olot exhibe el Casas más comprometido

Hasta Olot hay que acercarse para ver otro cuadro de temática histórica y uno de los más representativos y comprometidos de Ramón Casas: ‘La carga’. Icono de la izquierda europea, la tela muestra la represión violenta de las autoridades contra las protestas obreras de Barcelona, concretamente la que hubo por la huelga general que la ciudad vivió en 1902. Como pasa con el cuadro de Sorolla, la propiedad es madrileña, del Reina Sofía, donde llegó tras la ordenación de fondos del Museo Nacional de Arte Contemporáneo. Pero desde 1911 que se expone en Olot gracias a la intervención del escultor Miquel Blay que, patrono del centro madrileño, consiguió que la obra se depositara en el museo de la Garrotxa. Ayudó a ello que el cuadro se consideraba incómodo por su temática de denuncia social. Su traslado, por la prensa del momento, se consideró “un destierro”.

Sert repintó su obra en Vic

Menos social y más espiritual, la redención de la humanidad por la muerte de Cristo, es el trabajo, óleo sobre tela, que Josep Maria Sert ejecutó dos veces para cubrir las blancas paredes de la catedral de Vic. Sí, dos. La primera por encargo de Josep Torres i Bages, al que conoció en el Cercle Artístic de Sant Lluc antes de ser nombrado obispo de Vic. El encargo se realizó en 1900, pero diferentes vicisitudes y la primera guerra mundial retrasaron su ejecución y a punto estuvo de suspenderse. El político y mecenas Francesc Cambó intervino en el tema y, al fin, en los años 20, Sert realizó el trabajo. Pero las colosales telas fueron totalmente destruidas durante la quema de iglesias de 1936. El 19 de julio la catedral ardió y solo se salvaron los lienzos que ocupaban las paredes del presbiterio. Así que Sert decidió volver a pintarlas entre 1940 y 1945. Es una de las grandes obras, sino la gran obra, del último muralista a la manera manierista y barroca de Catalunya.

Viladomat, un privilegio barroco en Mataró

Barrocas, pero de principios del XVIII, son las pinturas de Antoni Viladomat, uno de los artistas con más fama en su momento y más olvidados en los siglos XX y XXI, hasta el 2014, año en que el Tricentenari le dedicó varias exposiciones. Entre sus obras más importantes figura la capilla dels Dolors de la iglesia de Santa Maria de Mataró: coro, cripta y sala de juntas. Uno de los pocos espacios barrocos no quemados en el 36 que logró salvarse de las llamas porque se tapió. Se trata de una obra esplendida del máximo exponente del barroco catalán que, además, se ha restaurado recientemente, en el 2016. Es abrumadora. Trescientos metros cuadrado de pintura que nunca han sido transformados y que Viladomat pintó entre 1727 y 1730, después de que Joan Gallart, el mejor pintor de Barcelona por entonces, la empezara antes de morir en 1714.

La creación del mundo, en Girona

Y hasta el románico y Girona, al museo de su catedral, hay que ir para ver el nacimiento del mundo convertido en joya. El ‘Tapiz de la creación’ es una pieza única, solo comparable con el tapiz de Bayeux, y uno de los escasos testimonios que quedan en el mundo de la la pintura a aguja, el bordado que se hacía en punto de cordoncillo con hilos de lana o seda sobre tejido de lino. No está clara cuál era su función: alfombra, pieza de pared o baldaquín; ni quién la encargó ni quiénes la ejecutaron, lo más probable es que en un monasterio femenino a la sombra de una dama de la nobleza. Se cree que podrían ser las monjas benedictinas del monasterio de Sant Daniel de Girona por encargo de la condesa Mafalda de Pulla-Calàbria, viuda Ramon Berenguer II y madre de Ramon Berenguer III. Lo único claro es que es una joya y que merece una visita.

El misterio del orante de Solsona

Del mismo siglo o un poco anteriores son las pinturas prerrománicas de Sant Quirze de Pedret que conserva el Museu de Solsona. Aparecieron debajo de unos murales del siglo XII que se arrancaron por la técnica del ‘strappo’. Son antiguas y extrañas, con una iconografía difícil de descifrar. Los dos fragmentos estaban situados a ambos lados de la ventana del ábside central bajo un fresco que representaba los 24 ancianos del Apocalipsis. Son el ‘Orante’ y el ‘Caballero’. El primero un circulo decorado con formas en zigzag con un pavo real encima y un hombre con barba y los brazos extendidos en el interior. Su interpretación ha generado un montón de teorías, de entre todas, el museo da por buena la de la resurrección ya que el ave, en la simbología románica representaba la inmortalidad. El segundo también tiene forma de círculo, de él parten los cuatro brazos de una cruz, y en su interior hay un jinete con un estandarte. También aparece un pavo real picoteando un racimo de uva. Su significado tampoco está nada claro.

Tarragona, entre peces y medusas

No es una pintura pero sus teselas son tan pequeñas y los colores utilizados tantos, 24 tonos, que bien podría pasar por una. Es la ‘Mosaico de la Medusa’, inspirado en el mito de Perseo, es una pieza romana encontrada en la cantera del puerto de Tarragona, en 1845, que pasa por ser el mejor mosaico de los hallados de Tarraco. Posiblemente decoraba el pavimento de una domus y también, posiblemente, fue realizado por uno de los artistas más expertos del siglo III. De la misma calidad es el también famoso ‘Mosaico de los peces’, este encontrado en de la villa romana de Cal·lípolis, en el término municipal de Vila-seca, y con la representación de 47 especies de la fauna marina mediterránea, desde peces a crustáceos, pasando por cefalópodos y mamíferos. Los dos merecen atención, pero mientras no acaben las obras en el Museu Arqueològic, la colección permanente solo expone la cabeza de medusa.

Terrassa y el ‘noucentisme’ de Torres-García

El ‘noucentisme’ también tiene parada en la ruta. En el Centre Cultural de Terrassa, ciudad tan modernista como ‘noucentista’. Ahí ahí tuvo su casa Joaquim Torres-García, que además de noucentista, fue abstracto y vanguardista. La construyó con aires griegos y se instaló en ella, Mon Repòs, en 1912. En 1919 la vendió para pagar deudas y dentro dejó los cuatro frescos que pintó en el lucernario. Tres representando las edades del hombre y el cuarto, dedicado a la mujer como protectora del hogar. Las obras, realizadas en la misma época que las que en su día decoraron el Saló Sant Jordi de la Generalitat, estuvieron allí hasta 1993, cuando la antigua Obra Social Caixa Terrassa las recuperó. Suerte, pues el que fue hogar de Torres-García se derrumbó parcialmente en el 2007 debido a su abandono.