FESTIVAL GREC

'L'assaig', la brutal paliza de Milo Rau

El creador suizo sacude el Lliure con la magistral recreación de un violento crimen real

zentauroepp43904544 icult180801131902

zentauroepp43904544 icult180801131902 / Hubert Amiel

Imma Fernández

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Un crimen salvaje, inexplicable, con muchas preguntas sin respuesta. Ihsane Jarfi, treintañero homosexual, fue apaleado y abandonado agonizante en el 2012 por otros cuatro jóvenes en Lieja (Bélgica). Milo Rau, periodista, dramaturgo y cineasta, vuelve a golpear conciencias llevando a escena ese acto vil en la sobrecogedora ‘L’ assaig’, programada en el Lliure dentro del Grec. 

¿Cómo representar la violencia real en el teatro? He aquí la cuestión que inquieta a este brillante explorador del mal –recordemos ‘Hate radio’, ‘The civil wars’ o ‘Five easy pieces’, esta sobre el asesino de niños Marc Dutroux- que en un paso más allá de su teatro documental aborda ahora de manera muy explícita, con la brutal paliza en directo. Una representación de un acto de extrema violencia que estremece a la platea por más que Rau se empeñe en abundar en los mecanismos teatrales para la simulación –tortazos incluidos- en lo que resulta una clase magistral del poder del arte dramático.

La naturaleza fingida y temporal del hecho escénico, la mentira del dolor, muerte y violencia, no evita que afecte a la platea, sumida desde el inicio en un silencio tenso y abrumador solo cortado por algún golpe de humor.

El actor Johan Leysen abre la función invocando al fantasma del padre de Hamlet, una demostración de la capacidad del teatro para conjurar a los muertos (luego asomarán las palabras de la poetisa Wislawa Szymborska aludiendo a la resurrección de los caídos en escena, al final de la función, como parte esencial de la tragedia).

Ritual ficticio

El ritual ficticio incluye, como en otros trabajos de Rau, un ‘casting’ para montar la obra –con dos actores aficionados, un repartidor y una paseadora de perros, entre los seis del elenco-. El maestro suizo, que hunde las raíces del crimen en el contexto de paro y declive de la ciudad valona y enfatiza la ‘normalidad’ de un agresor, nos acerca a la tragedia desde múltiples perspectivas narrativas y con dobles recreaciones (teatral y fílmica): los actores interpretan frente a una cámara mientras su imagen se proyecta detrás con algunas diferencias.

Se escenifican las declaraciones de los padres, del exnovio y de uno de los verdugos, Jeremy Wintgens, espejo de los ‘voyeurs’ espectadores: se limitó a ver y vomitar mientras sus colegas propinaban los golpes y humillaciones. A ese rol que juega la platea, el colectivo, la sociedad, apuntan las palabras de Wajdi Mouawad (‘Seuls’) en el conmovedor final.  Tom Adjib -que interpreta a Jarfi- canta ‘Cold song’ de Henry Purcell y subido a una silla, con una soga al cuello, interpela a los presentes para que decidan salvarle o dejarle morir. Aterrador.

Antes, las patadas a Jarfi y al estómago de los presentes en la recreación del infame ensañamiento de unos hombres que sacaron, no se sabe muy bien por qué (aunque se ha hablado de crimen homófobo), la bestia que llevaban dentro. Brutal Milo Rau.