De la mafia a los rusos en chanclas

Tropicana, que ha resistido tornados políticos y atmosféricos, cumplirá 80 años en el 2019

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Núria Navarro

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Tropicana abrió puertas el 31 de diciembre de 1939. El día de San Silvestre. Un empresario italobrasileño llamado Víctor de Correa arrendó a la viuda Regino du Rapaire Truffín, presidente de la Cuban Sugar Corporation, su finca de recreo Villa Mina, en Marianao. Correa quería crear el único 'nigth club' de La Habana bajo las estrellas, donde, de paso, actuaría su esposa, la tonadillera Teresita de España.

La sala estaba lejos del centro y el negocio tardó nueve años en despegar, hasta que el empresario contrató a Los Chavales de España en Madrid –que debutaron en 1948–, y Martín Fox, un buscavidas dedicado al juego ilegal a pequeña escala, contrató al arquitecto Max Borges para remodelar las instalaciones. Colgaron la araña en el escenario, colocaron la Fuente de las Ninfas en la entrada, trajeron a Bebo Valdés y mandaron los dineros de caja a Miami.

Durante 20 años de Tropicana capitalista, arracimó a la burguesía criolla y a los norteamericanos con ganas de bailar la conga –en sentido laxo–, y se convirtió en una mina para mafiosos como Lucky LucianoMeyer Lansky y Santo Trafficante Lucky Luciano, Meyer Lansky y Santo Trafficante, que manejaron las mesas de juego y la prostitución.

La época dorada llegó en 1952, con el triunfo del golpe de Estado de Fulgencio Batista. Las noches eran vibrantes por obra de Nat King ColeJosephine BakerCarmen MirandaBenny MoréBola de NieveCelia Cruz o la bailarina Tongolele. En las mesas descorchaban champán Ava Gardner, Errol Flyn, Liz Taylor, Joan Crawford, Marlon Brando o Spencer Tracy.

Gánsteres en estampida

Hasta que en enero de 1959 se acabó lo que se daba.  Se cerraron los casinos y los gánsteres salieron en estampida. Martín Fox se fue en noviembre, con su esposa y su hija Domitila, que ahora que empieza la apertura de Cuba, ha declarado que piensa "reclamar los terrenos" sobre los que se asienta el cabaret.

En manos del Gobierno de Fidel, Tropicana dio un giro conceptual: representaría a la cultura cubana enraizada en África. Perdió lubricidad y ganó vocación artística. El coreógrafo de la sala durante 30 años, Santiago Alfonso, hizo notar en una entrevista a un medio cubano que antes de la revolución, "los negros solo eran invitados a bailar en la temporada de invierno y para dar color, y la revolución acabó con las barreras estéticas, étnicas y sociales".

Con el tiempo, los rusos en bermudas y chanclas sustituyeron a la jet de frac y lamé, pero Tropicana aguantó la ordinariez y mucho más: la crisis de los misiles, el éxodo del Mariel, la caída del muro de Berlín, el bloqueo económico y los sucesivos tornados. El anuncio de que en el 2019 habrá cambios deja en suspense el culebrón cubano.