EL ANFITEATRO

Thielemann revalida su dominio wagneriano

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Rosa Massagué

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Con un ‘Lohengrin’ dominado por el color azul se ha inaugurado el Festival de Bayreuth, fundado por Richard Wagner y dedicado hoy a su memoria. Hay producciones que pasan a la historia por el nombre del director, de un cantante, un director de escena o un escenógrafo. Este ‘Lohengrin’ se conocerá por el nombre de Neo Rauch, quien junto a su esposa Rosa Loy, firman la escenografía.

Musicalmente, Christian Thielemann al frente de la orquesta y el coro revalidó lo que ya es bien sabido, que es el mejor director wagneriano del momento (en competición con Kirill Petrenko que triunfa en Múnich). El tenor Piotr Beczala superó con algún ‘pero’ el reto de enfrentarse al papel protagonista con escaso tiempo después de la espantada de Roberto Alagna programado inicialmente, acompañado por Anja Harteros (Elsa), Waltraud meier (Ortrud) y Thomasz Konnieczny (Telramund).

Este ‘Lohengrin’ no acaba de funcionar. En la puesta en escena hay dos planos que no se encuentran dando la sensación de que el director de escena, Yuval Sharon, y el escenógrafo Rauch han trabajado cada uno por su cuenta, con escasa colaboración o intercambio. Sharon, el primer estadounidense que firma una puesta en escena en Bayreuth, hace un planteamiento que parece beber del #MeToo. Elsa, la protagonista, se libera gracias a Ortrud, la mala de la historia, que la induce a pensar por sí misma, a cuestionar realmente, más allá de la simple curiosidad, quién es Lohengrin, su salvador con el que se ha casado. Elsa acaba yéndose como una mujer fuerte, preparada para lo que pueda depararle la vida.

Este planteamiento encaja poco bien con el otro plano, el de la escenografía. Rauch y Loy, fieles a su estilo entre la tradición figurativa, el realismo mágico y el cómic, han ideado un ‘Lohengrin’ de libro de cuento dominada por el color azul de Delft, y un vestuario fantasioso con unas gorgueras  que derivan de los personajes de la pintura flamenca (la acción transcurre en el Brabante) lo que da a los hombres la apariencia de pingüinos, mientras que las mujeres visten en un estilo poco descifrable. En este mundo de fantasía, Lohengrin viste y peina como Ken, el novio de Barbie, y los principales personajes llevan alas como en los cuentos de hadas (risas cuando Lohengrin se las quita para acostarse con Elsa antes del momento crítico cuando ella le pregunta quién es).

Rauch y Loy sitúan la acción en una central eléctrica que no funciona del inicio de la industrialización (¿un guiño al célebre ‘Anillo’ de Patrice Chéreau en Bayreuth?), como la situación degradada del Brabante que describe Wagner al inicio de la ópera. La llegada de Lohengrin trae la luz cual Harry Potter operístico. Los elementos escénicos y sobre todo, los grandes telones tienen una extraña belleza y reflejan bien el arte de Rauch. Hay momentos cómicos como la pelea, por ejemplo, en el primer acto entre Lohengrin y Telramud que empieza en un ring y acaba con los contendientes volando por aires en el más puro estilo de cuento, pero es una línea que no desarrollan.

El que los dos planos no se encuentren tiene como consecuencia una falta de movimiento escénico que lastra la representación, con el coro sin apenas moverse y los solistas con escasa acción. El color sombrío dominante con la iluminación ad hoc de Reinhard Traub contribuye a una sensación de sopor.    

El de Lohengrin es el único papel wagneriano que ha acometido Beczala. Lo debutó en Dresde con Thielemann y ahora lo ha recuperado. El tenor polaco lo cantó de forma impecable, pero le traicionó su carrera centrada en gran parte en el repertorio italiano. Es cierto que se considera ‘Lohengrin’ como la más italiana de las óperas de Wagner, pero en muchos momentos faltaba el sello inconfundible del compositor alemán sonando un poco demasiado a Verdi. 

Harteros y meier han acometido sus respectivos papeles no en el mejor momento de su carrera, sobre todo meier cuya voz muestra signos de decadencia. Sin embargo, su presencia escénica sigue impresionando y el público se lo agradeció con grandes aplausos, posiblemente porque muchos esperaban menos de su actuación y otros porque le agradecían su retorno 18 años después de haberse enfrentado al entonces director del festival, Wolfgang Wagner, donde había reinado durante los años 80 y 90 cuando fue, entre otros papeles wagnerianos, una Isolde de referencia.

A la Elsa de Harteros la benefició el carácter de mujer que sabe lo que quiere desde el primer momento que Sharon impone al personaje, pero musicalmente el tiempo de interpretar la heroína de Lohengrin empieza a pasar, involucrada como está con otros repertorios.

Si Beczala es el primer tenor polaco que canta en Bayreuth, Tomasz Konieczny, es el primer barítono polaco en el templo wagneriano. Salvo un tropiezo inicial, su Telramund fue muy competente, lo mismo que Egils Silins como Heraldo y el siempre solvente Georg Zeppenfeld como el rey Heinrich.

Thielemann dirigió como sabe, sacando todo el romanticismo de una partitura llena de matices y contrastes, reflejando toda esta gran riqueza. Solo por escuchar orquesta y coro al final del primer acto ya valía la pena soportar los insoportables calores que está haciendo en Baviera y que convierten el teatro del festival en un horno.

Al final de la representación no hubo ni grandes aplausos ni grandes abucheos para el equipo escénico. Sin embargo, a la salida el comentario de quienes habían asistido era sobre Rauch, lo mismo que las preguntas de quienes no lo habían visto. El artista es una de las figuras más importantes del panorama pictórico alemán. Se educó en la Academia de Leipzig donde se formaron los pintores del realismo socialista, aunque cuando estudiaba allí, dicho estilo estaba ya en decadencia. El, pasado años Christie’s subastó una de sus obras con un precio de salida de 800.000 euros y fue adquirida por 950.000. Su primera exposición individual en España tuvo lugar en el 2005 en Málaga, una ciudad que cada más es un referente artístico.

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