ESTRENOS DE CINE

Tom Cruise, acción (muy) al límite en 'Misión: Imposible-Fallout'

El actor se pone por sexta vez en la piel del agente Ethan Hunt, en un espectáculo diseñado por Christopher McQuarrie para dejarnos boquiabiertos

Tom Cruise, en 'Misión: Imposible-Fallout'

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Nando Salvà

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Hubo un tiempo, poco después del estreno de su tercera entrega y muchos años antes de que la cuarta se convirtiera en un acontecimiento, en el que la vida cinematográfica de Misión: Imposible parecía tener los días contados. Qué alivio que aquello resultara ser una falsa alarma: desde entonces, cada nueva película ha sido un poco mejor que la anterior. Y durante ese gradual perfeccionamiento, la saga a la vez se ha ido convirtiendo para su actor protagonista en un lugar al que llamar hogar. Dando vida a Ethan Hunt, rodeado de espías y máscaras de látex y mensajes que se autodestruyen en cinco segundos, Tom Cruise se ha sentido a refugio del fracaso de películas como Oblivion (2013) o The Mummy (2017) o las críticas a su conducta errática fuera de la pantalla.

Para lograrlo, el actor ha convertido cada nueva película de M:I en un nuevo escaparate de su ilimitada capacidad para idear y protagonizar escenas de acción de riesgo cada vez más extremo. En ese sentido, es difícil imaginar un escaparate más perfecto que Fallout, su sexta aventura en la piel de Hunt y la segunda de ellas que rueda junto al director Christopher McQuarrie.

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Aunque, eso sí, la nueva película nos ofrece la versión de Hunt más terrenal imaginable. Tras 22 años al frente de la IMF (Fuerza de Misión Imposible), el héroe está exhausto; su desgaste queda en evidencia en cada seprint, en cada caída y en cada temerario salto. Y Fallout, de hecho, gira en torno a su falibilidad: queda clara primero al principio del relato, en esa decisión con la que pone al mundo entero en peligro, y después en todos esos golpes que va acumulando o la falta de planificación que va evidenciando. Y también en el énfasis sin precedentes que McQuarrie pone en los sacrificios que el agente ha hecho para vivir al borde del precipicio, y en el coste que han tenido para él y quienes lo rodean. Dicho de otro modo, aquí aprendemos más de Hunt de lo que lo hicimos en las cinco otras películas juntas.

Antes, eso sí, en el prólogo de Fallout descubrimos que la nueva misión de la IMF es eliminar a John Lark, líder de un grupo anarquista conocido como Los Apóstoles que pretende aniquilar a un tercio de la humanidad usando armas nucleares con el fin, atención, de construir un mundo mejor; poco a poco va quedando claro que, para cumplirla, el héroe los suyos deberán volver s enfrentarse a Solomon Lane (Sean Harris), su temible némesis en Nación secreta (2015). Y ese es uno de los numerosos detalles que convierte esta sexta entrega en una rareza en el seno de la saga: una legítima secuela de su más inmediata predecesora.

En su periplo Hunt no solo deberá lidiar con desafíos habituales como situaciones de vida o muerte o el constante escrutinio del Gobierno sino también a dilemas puramente existenciales: ¿es mejor salvar a una persona de la destrucción a costa de muchas otras vidas, o elegir destruir a una persona para salvar la vida de muchos? ¿Debe un héroe aceptar siempre sus misiones, incluso si hacerlo pone a sus seres queridos en la línea de fuego? Mientras busca respuestas, el agente volverá a hacer escalada libre a miles de metros de altura, y a subirse en cada vehículo aéreo a punto de despegar que se cruce en su camino, y a correr y correr de forma tan fotogénica que, al contemplarlo, poco importa delante o detrás de quién lo hace.

Dejarnos boquiabiertos

Aún más que cualquiera de sus predecesoras, Fallout es un sistema preciso y precioso de suministro de escenas de acción diseñadas exclusivamente para dejarnos boquiabiertos. Su trama es a la vez enrevesadísima y muy fácil de ignorar: cada conversación sobre cuál es la amenaza y por qué o sobre cómo detenerla es solo tejido conectivo entre los momentos de espectáculo puramente físico que se van amontonando los unos sobre los otros: saltos en paracaídas en medio de una tormenta, persecuciones que siembran el caos en todo el casco urbano de París, carreras frenéticas entre los tejados del centro de Londres, duelos de helicópteros en los cielos del Himalaya llamados a pasar a la historia del género.

En el proceso, Fallout rinde homenaje a la obsesión sobrehumana tanto de su héroe protagonista como del actor que lo encarna por engañar a la muerte por el bien común –en el caso del uno, salvar el mundo; en el otro, ofrecernos el más placentero entretenimiento-. Y es ese empeño psicótico lo que hace que Cruise sea el alter ego perfecto de Hunt y que Hunt lo sea de Cruise: ninguno de ellos sabe cómo parar, y su devoción es lo que les permite hacer lo que hacen como lo hacen y lo que los incapacita para adaptarse a cualquier tipo de vida normal. Ambos siguen arriesgando sus vidas una y otra vez, porque morirían antes de dejarnos desasistidos.