CRÓNICA

Cory Henry, la fiesta mayor del funk

El artista estadounidense se destapa como líder y cantante y despliega nervio y electricidad en la sala Barts

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Roger Roca

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Para empezar, una de James Brown. Y a continuación, Stayin’ alive de The Bee Gees. Toma. La platea solo está medio llena pero la pista del Barts ya echa humo. Cory Henry, además de un teclista de primera, es un buen 'entertainer'. Actuar parapetado detrás de un aparatoso órgano Hammond B-3 no es precisamente jugar con ventaja, pero él sale a por todas. Se dió a conocer en la banda Snarky Puppy y ahora que se destapa como líder y cantante resulta que tiene esa cosa del buen 'frontman': el nervio, la electricidad, el destello.

De repente abre los ojos como si le hubiera cruzado por la mente una idea loca y sale disparado de detrás del órgano para bailar por el escenario -un baile extraño, descoyuntado, como de alguien que no baila para gustar sino porque le gusta bailar-, mientras sus Funk Apostoles amartillan un ritmo rápido y potente. 

Una fiesta

El primer disco de la banda, 'Art of love', que se presentaba este jueves en colaboración entre el Grec y el Festival de Jazz de Barcelona, acaba de salir, o sea que Cory Henry & The Funk Apostoles tienen poco repertorio propio y no ha dado tiempo a que sus canciones sean clásicos. Da igual, porque estirando los temas, que es de lo que se trata en la escuela del funk, les da para dos horas largas de concierto.

Canta con voz de trueno y le saca frases electrizantes a todo lo que aprieta, pulsa y retuerce: el órgano, el teclado electrónico o el harpejji, un cruce entre guitarra y piano que toca de vez en cuando. Y además sabe cómo hacerlo para que el concierto no sea una colección de solos sino una fiesta en la que el ritmo no cae nunca. Y para eso lo mismo vale una descarga de funk de cosecha propia que una versión acelerada de la Creedence Clearwater Revival o un riff de Prince, sobre el que Cory Henry aúlla, incandescente, “party, party, party”. ¿Quieres fiesta? Toma Cory Henry.