ENTREVISTA

Juana Molina: "Los anglohablantes están muy malcriados"

La cantante y compositora argentina trae a Apolo su inquietante nuevo disco, 'Halo'

Juana Molina, fotografiada este lunes en Barcelona

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Jordi Bianciotto

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La música de Juana Molina, enigmática y turbadora, con vestigios folk e instintos vanguardistas, regresa a Barcelona: este martes en La 2 de Apolo (21.30 horas). Presenta su séptimo disco, ese ‘Halo’ intrincado y un poco siniestro.

Ese título, ‘Halo’, hace pensar en las propiedades no tangibles de los objetos, en lo que se intuye. Pero usted no parte de un concepto para hacer música, ¿verdad?

No, yo dejo que las cosas pasen, no pienso “voy a hacer un disco así o asá”. Siempre he tenido dificultad con los nombres de los discos. Ya no sabía qué inventar hasta que me decidí a leer las letras de las canciones, fijándome en las palabras sin vincularlas entre ellas, y vi una, halo, que me gustó.

La palabra tiene que ver con su música: insinuante más que explícita.

Lo que más me interesa es transmitir la pureza de la música. Las letras tienen que acompañar el mensaje musical, sin ninguna idea en particular. Quizá eso es porque crecí escuchando música en idiomas que no hablaba, y lo disfruté mucho. Y ahora que sí hablo inglés a veces veo una letra y me digo que habría preferido no entenderla. Cuando una canción ya funciona en esa nube etérea y pura, la letra la encasilla. Por eso trato de que las letras se disfracen de la melodía inicial.

En ‘Halo’ hay una mística, unas resonancias primitivas.

Me gusta más que las cosas pasen sin ser explicadas ni analizadas, como ocurre cuando grabo la música. Muchas veces con las explicaciones que yo misma doy noto que voy perdiendo herramientas.

La música como una experiencia plástica sin mayores discursos.

Sí, sí, sin análisis. Solo emoción, si la hubiera, o nada. Es como comer un plato riquísimo y que de golpe veas los ingredientes por separado. Ya no tiene tanta gracia.

Su padre, Horacio Molina, es un ilustre tanguero, y vivió de muy joven en Madrid y en París. ¿Dejó todo eso sucesivas capas de influencias musicales?

El pop francés de finales de los 70 lo que hizo fue alejarme de la música: era algo espantoso. Y la ‘chanson’ es otra cosa: una letra acompañada de unos acordes. Literatura. Y a mí me gusta el mundo abstracto de la música. No me sé la letra de ninguna canción. Me pierdo. No puedo prestar atención a las dos cosas a la vez.

¿Le ha influido más el rock anglosajón que el argentino?

Yo me perdí toda la música argentina de mi adolescencia, porque a los 13 me fui y volví con 20. En Francia me gustaba mucho Radio FIP, que era muy ecléctica, y también France Culture y Radio France. Ahí descubrí mucha música africana, asiática… Con 15 años en vez de escuchar a los Rolling Stones escuchaba música de pigmeos o canciones de cuna de Malawi.

Todo eso pudo dejarle un poso.

Yo creo que sí. ¡Era algo de otro planeta! Tenía 250 casetes grabadas de la radio, y que desaparecieron en un robo que sufrí en casa. Creo que esas fueron mis influencias más importantes. Yo oía aquellas voces de los pigmeos y me transportaban. No podía creer lo que estaba oyendo. Y a la vez podía escuchar un disco de King Crimson, ‘Larks’ tongues in aspic’, y ponerme en el mismo estado. Me gusta la música con un universo propio, cuando ocurre algo que desde fuera, al principio, no entiendes, y en lo que vas entrando poco a poco.

Usted tuvo una primera vida como actriz y estrella televisiva hasta que en 1996 sorprendió con su primer disco, ‘Rara’.

Diez años antes había hecho una maqueta con las canciones del disco, que se parecen más a lo que hice posteriormente. Porque yo era entonces muy insegura y me parecía que lo que a mí me gustaba no era lo que estaba bien. Necesitaba a alguien que me protegiera, y Gustavo Santaolalla hizo lo que a él le pareció, y estuvo muy bien. Aquel disco suena bárbaro, pero siento que falto yo. Es un error que me atribuyo. No lo supe manejar, no me atrevía a según qué. Las canciones las cambié pare que fueran más reconocibles. Era una debutante temerosa. Y tenía un pasado muy pesado como actriz. Yo no empecé de cero, empecé de menos 20. Porque tuve que luchar contra todos los prejuicios que la gente tenía conmigo, y peor aún, con los míos. Me llevó muchos años.

Ya tenía una carrera establecida. Fue valiente al romper con todo.

Una valiente con aspecto muy temeroso. Daba los pasos estando muerta de miedo. Venía a verme mucha gente pero al final solo se quedaban 30 personas. El público de televisión me abandonó, mejor así, y comencé a armarme un público nuevo, fresco, divino, que ahora me hace muy feliz. Gente que ya no tiene ni idea de lo que hice como actriz.

Los elogios de David Byrne a su siguiente disco, ‘Segundo’, debieron de ser una inyección de autoestima. Y se la llevó de gira en el 2004.

Es una persona de una generosidad inusual. Todas las noches, antes de que yo tocara, me presentaba, contaba cómo me había conocido, lo que le había pasado con mi disco… ¡Nadie hace eso! Le estaré eternamente agradecida.

Luego, en ‘New York Times’ recomendaron ‘Tres cosas’.

En Argentina la gente seguía sin darme bola, y me dio rabia que porque lo mencionaran en ese diario se comenzara a decir “bueno, algo debe de tener el disco…” Sí, fue una nominación muy importante: estaban los discos de Radiohead, Björk, U2…, y el mío. Hubo un revuelo enorme. De repente, en Argentina, me empezaron a mirar con otros ojos. Me puse un poco agresiva porque antes me habían pegado mucho. Y pensaba: “¿por qué alguien te tiene que decir lo que te debe gustar? ¿No tienes gusto propio?”.

Ahora es una artista global.

Sí, aunque es muy difícil el camino del que canta en castellano y no en inglés.

Pero comprender las letras no es tan determinante en su música.

Para muchas personas, sí. Los anglohablantes están muy malcriados. Están acostumbrados a entender todo, no hacen un esfuerzo. En una crítica me pusieron “no le pongo una nota más alta porque no entiendo las letras”. Es un arduo camino.

¿Le gustaría que se encajara su música como la de Sigur Rós, que utiliza un idioma inventado?

Sí, pero hay un prejuicio: a mí en los primeros años no me sacaban de las cubetas de ‘latin’, junto con los discos de Shakira y Ricky Martin. En Japón, en cambio, estaban en otros muchos apartados: pop, rock, alternativo, electrónica, vanguardia… ¡Hasta en jazz! Bueno, ¡y en latino también! (ríe). Es difícil ser latinoamericano y tratar de salir de ese lugar. Odio las fronteras, lo arruinan todo.

Aterriza en Barcelona en un momento musicalmente intenso: ¿sabe que estos días, su concierto en un club coincide con una ola de artistas del calibre de Kiss, Luis Miguel, Pearl Jam, Beyoncé…?

No puedo competir con ninguno de esos, pero el mío es un camino paralelo. Yo no voy por la autopista. Pero no hay que pagar peaje por mis caminos (ríe).