LA QUINTA EDICIÓN DEL ROCK FEST

Payaso, indomable, simplemente Ozzy Osbourne

El cantante de Black Sabbath, ídolo de varias generaciones y tipo indómito capaz de superar las adversidades haciéndose el payaso, llevará este jueves a Can Zam su apoteósico directo

Ozzy Osbourne

Ozzy Osbourne

Alberto Marini

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"Tengo una última pregunta que hacerle, señor Osbourne". "Adelante, doctor". "¿Por qué sigue usted vivo?". Estamos en el 2004, en la consulta de un médico que alucina al encontrar solo un poco de colesterol alto en la analítica perfecta de un paciente que ha vivido en ininterrumpida borrachera los últimos 40 años, fumando 30 cigarrillos diarios, enganchado al hachís, marihuana, anfetaminas, codeína, cocaína, que ha estado declarado clínicamente muerto tras partirse el cuello en un accidente de quad, que ha entrado en coma otro par de veces, que ha contraído la rabia tras morder un murciélago en un escenario. Y no sigo porque me dan solo 5.000 caracteres para este artículo. 

La cosa es que, en condiciones normales, un tipo como él no debería haber llegado vivo a los 40. Y sobre todo, en condiciones normales el mundo, en el que me incluyo, no debería haber tenido noticia de ese desastre patoso y perezoso de John Ozzy, aún incapaz de leer y escribir a los 15, cuando le expulsan del instituto, o ya precoz visitador de la cárcel de Aston a los 17. Pero la vida, afortunadamente, no sigue la lógica.

Y sí, llegué a conocer (musicalmente) a Ozzy en mi adolescencia, cuando un amigo me puso Crazy train. Aquel "all aboaaaard" empezó a resonar en mi cuarto cada día, en bucle, volviendo locos a mis padres, a mi hermana, al gato. Empecé a obsesionarme con este individuo, a comprar revistas de metal, a leer artículos, biografías. Lo tenía todo sobre él. Hasta una foto del tío con su hijo recién nacido y una camiseta (la del bebé) que ponía "mi abuelo es marica".

En el cole y en casa me habían contado que el éxito era hijo del esfuerzo o del talento innato y, a falta de los dos, de la suerte. Pero Ozzy, cuya voz no era nada del otro mundo y su capacidad de esfuerzo algo deficiente, demostraba que había también otro camino, gracias a Dios.

Porque lo de este músico británico es un asunto de puro ingenio e indomabilidad. Cuando en clase le pedían que leyera en voz alta, el niño Ozzy (que solo hasta los 30 no descubrió que su problema se debía a una severa dislexia) encontró el único recurso posible para salir de ese mar de letras que su cabeza no sabía enlazar: hacer el payaso. Inventaba sonidos, historias, palabrotas. Esto no le eximía de un suspenso, pero sí de la humillación antes los compañeros que, por el contrario, le admiraban por su desafío al poder. La misma estrategia le valió la protección del tío más grande de la cárcel que, divertido por sus locuras, le brindó su protección. Le valió para ligar, superando el obstáculo de su aspecto feúcho. Y cuando, en sus primeros conciertos, las cosas no pintaba bien, el guitarrista gritaba "monta el pollo, Ozzy" y el público se venía arriba. Cuentan que, una vez, para hacerse el gracioso, metió la nariz en un bote de pintura que encontró en el backstage y se llevó la nariz violeta durante más de dos meses porque no había forma de quitarla. 

Simplemente resistiendo

¿Estamos hablando de un payaso? Estamos hablando de la historia de un tipo indómito que ha superado las muchas adversidades de la vida haciéndose el payaso. Bien distinto. Y Tommy Iommi, guitarrista de  Black Sabbath, mostró estar hecho de la misma pasta cuando perdió tres dedos en una prensa industrial y, lejos de rendirse, se construyó él mismo unas prótesis artificiales y aprendió de nuevo, desde cero, a tocar la guitarra con dedos de resina. Un duro ese Tommy. Otro de nuestros héroes de la adolescencia.

Mis amigos y yo pasábamos horas discutiendo quién era el mejor entre sus guitarristas: Iommi, Randhy Rhoads, Jake E. Lee, Zakk Wylde. Y lo mismo con los bajistas y los baterías. Horas y horas, incansables. Nos gustaba la música de Ozzy y también su filosofía de vida: se puede conseguir lo que quieres simplemente resistiendo, sin que te doblegue el sistema, las modas, las tendencias, el pensamiento dominante. A tomar por saco todos.

Detrás de las payasadas de comprarse un caballo solo para ir de su casa al pub (claro, no superaba el teórico para conducir, maldita dislexia), tirar casquería al público, vaciar la vejiga sobre ejecutivos de la CBS, reventar a tiros su gallinero porque las gallinas no ponían huevos, mirar la tele con una burra llamada Sally (y vuelvo a parar por el tema de los 8.500 caracteres pero, a los interesados, les aconsejo calurosamente leer su biografía Soy Ozzy), está uno de los músicos más genuinos, libres e influyentes de nuestro tiempo. Sí, genuino, libre e influyente.

La industria le tachó de payaso. ¡Vaya sorpresa! (Y, bueno, lo de mear sobre los ejecutivos tampoco ayudó). Pero ese payaso supo rodearse de músicos descomunales, aprender de ellos (Ozzy es indudablemente mejor cantante hoy que en sus inicios), y seguir su instinto, haciendo historia en el mundo del rock. Y todo ello sin tener detrás ninguna estrategia empresarial ni de márketing, más allá de las estrambóticas ideas de su segunda mujer y mánager Sharon Osbourne: pero cosas como colgar enanos de un escenario o cargarse a una docena de gatos con un arma semiautomática no ayudan mucho a despertar las simpatías del público, que digamos.

En el Hall of Fame

Para dar la idea de la dimensión del fenómeno, ese señor disléxico, borracho, con temblores parkinsonianos y tartamudeo postraumático (lo del quad), ha vendido más de 120 millones de discos, coleccionado Grammys y entrado en el Hall of Fame. Parece que la reina Isabel hasta consideró la opción de darle el título de Sir por su aportación a la música británica, pero los asesores lo desaconsejaron más que nada por lo que podrían montar el individuo y su mujer en la eventual celebración del nombramiento.

Pero, posiblemente, su legado más importante ha sido ser y -seguir siendo- una referencia para una infinidad de grupos. Sin Black Sabbath, Metallica o Guns'n'Roses probablemente no existirían y hasta Queen sonarían muy distinto (no lo digo yo, lo dice Brian May). Su vida es en sí misma un listado interminable de anécdotas esperpénticas divertidas y dolorosas, pero también un relato de amistad y sincera relación creativa con grupos legendarios como Led Zeppelin, AC/DC, Deep Purple. Y el mundo se divide entre quien considera el de Mr Crowley el mejor solo de guitarra de la historia del rock y quien tiene un serio problema de oído musical.

No esperéis objetividad en este artículo. Soy fan absoluto. Y no estoy solo.  

Una de las gestas de la que más fardé en mí juventud fue haber alcanzado la primera fila de su concierto en Milán, a codo limpio. Llegué a la barra de metal a media actuación y ya no la solté.  Lo que recuerdo de ese concierto, más allá del disfrute bestial de tener a Ozzy a un metro y los arañazos de quien intentaba sacarme de la barra, fue que, a diferencia de Metallica o Iron Maiden, había también "gente mayor", gente de 40 mezclada con chavalines como nosotros. Y esta ha sido una constante de Ozzy: saber agregar a nuevas generaciones de seguidores sin perder a los fans históricos. Porque a un tío que le daba todo igual, empezando por la familia, sí hubo algo que siempre le preocupó: su público.

Ha pasado mucho tiempo desde la primera vez que escuché Crazy train. Pero me la sigo poniendo, volviendo locas ahora a mi mujer, mis hijas, al nuevo gato. A veces me siento friki, después de todos estos años. Y cuando se anuncia una nueva fecha de Ozzy, me pregunto si aún vale la pena gastarse el dinero de la entrada y del viaje para cruzar media Europa, porque sigo yendo a verle donde sea. Pero una vez que entro en el recinto ya desaparece cualquier duda.

En Madrid, el otro día, me encontré de nuevo en primera fila (esta vez pagando pase vip, lo del codo ya me cuesta), al lado de una chica que podía ser mi hija y de un señor que podía ser mi padre. Los tres, junto a otras 36.000 personas, dejándonos las amígdalas durante todo el concierto y con los ojos húmedos cuando Ozzy se despedía de nosotros, arrodillándose en señal de agradecimiento. ¡Que maldito disfrute, por Dios! ¡Qué tremenda pasada! Y lo mismo será este sábado por la noche en el Rock Fest, en Can Zam.

Cada uno vive los conciertos de manera personal. Con Ozzy, para mí, ya no se trata solo de escuchar música en directo (por cierto, los solos de Zakk Wlyde y de Tommy Cufletos rozaron la apoteosis).  Con Ozzy yo vuelvo a ser chaval, vuelvo a subirme a ese tren loco para cargarme de esperanza y mandar todo lo malo a freír espárragos: "all aboooard". Subidón. Y en el escenario no veo solo a un señor de 70 años que disfruta más que nadie, veo también a ese niño que, inventando lo que no alcanza leer, logra que le dejen vivir y alcanzar lo que él quiere, siendo él mismo, a pesar de todo y de todos.

Payaso. Indomable. Simplemente Ozzy.