CRÍTICA DE LIBROS

Tabucchi antes de Tabucchi

La recuperación de la segunda novela del escritor italiano nos permite vislumbrar sus inicios como narrador

Antonio Tabucchi, en Barcelona en el 2006.

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Enrique de Hériz

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Antonio Tabucchi se convirtió en el escritor italiano más importante de su generación al insuflar a su mundo literario la energía narrativa del realismo mágico y un posicionamiento lírico derivado de su íntima relación con la figura de Pessoa, pero también con la lengua portuguesa por sí misma, de la que fue profesor en las universidades de Siena, Bologna y Siena, amén de dirigir el Instituto Italiano de Cultura en Lisboa y escribir su tesis universitaria sobre el surrealismo en la poesía portuguesa e incluso una novela, 'Requiem', en esa lengua. Como todo eso cristalizó para la mayoría de los lectores a partir de 'Sostiene Pereira', la publicación póstuma de su segunda novela, El barquito chiquitito —aparecida originalmente en 1978 e inédita en español hasta ahora—, nos da la excusa perfecta para visitar la forja del escritor y averiguar qué había en él antes de todo lo que ahora asociamos a su celebridad.

'El barquito chiquitito' es una novela clásica en parte e italiana por completo. El desafío consiste en relatar 50 años de la vida de Italia a partir de la historia de una familia. Sabemos de la historia gracias a la indagación que hace un tal Capitán Sesto en torno a sus raíces familiares, yendo a buscar a su abuelo, el primer Sesto (que se llamó así por nacer después de su hermano Quinto, que a su vez recibió tal nombre por haber fracasado los cuatro partos anteriores de su madre). Mejor dicho: sabemos de la historia gracias a la reflexión de un narrador omnisciente y anónimo sobre la indagación familiar del Capitán Sesto. Ahí está la forja: un joven escritor italiano, con una historia rural muy clásicamente italiana, plácida por momentos, una historia de niños que crecen junto al río y fuman a escondidas, se anima a experimentar con el relato en diferido (dice el narrador que Sesto dijo...).

Así, tras la sorpresa inicial, vamos descubriendo que todas las facetas del gran Tabucchi posterior se asomaban ya en los inicios. Algunas con aplomo, como su búsqueda de claridad en pleno barroquismo; otras de manera aún tentativa, como su sensibilidad exquisita, capaz de mandar a un adolescente a entregar una flor a una amada para quedarse pasmado al descubrir que en realidad son dos; gemelas. Asoma el Tabucchi telúrico cuando Sesto hace de zahorí. Despunta la inquietud del autor por la inasibilidad de lo real, mostrada en el curioso hábito de convertir los nombres de los personajes en materia voluble, casi líquida. Sesto se llama Marianna en su infancia por voluntad materna; Ivanna se hace llamar Rosa por Rosa Luxemburgo, Anselmo  cambia de apellido por la vía de la adopción... Y sobre todo asistimos al nacimiento (del que ya quedó constancia en 'Piazza d'Italia', su primera novela) de un escritor preocupado por mostrar la huella que la historia del mundo deja en los hombres. Una historia que «empezó a resonar con un ruido sordo, no claramente perceptible, de fondo» y se hace presente en las guerras y en los grandes acontecimientos, claro, pero también en momentos de excelencia, como cuando llega la electricidad al pueblo y brilla por fin en la plaza «una farola sin petróleo» y en la iglesia «una cruz que no se apagaba con el viento». 

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