REUNIÓN DE UNOS CLÁSICOS DEL ROCK DURO

Guns n'Roses despliega artillería pesada en el Estadi Olímpic

La banda californiana lució en su concierto de Barcelona la renovada entente entre Axl Rose y Slash y sació a sus seguidores con una lluvia de himnos rockeros coronada por 'Paradise city'

Guns n'Roses, en el Estadi Olímpic de Barcelona

Guns n'Roses, en el Estadi Olímpic de Barcelona / FERRAN SENDRA

Jordi Bianciotto

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Como dieron a entender con la canción de arranque, ‘It’s so easy’, complacer a sus fans y a sí mismos no era tan díficil: se trataba de rebajar un poco los egos, convertir la vieja ira en dulce melancolía y, como dirían Aerosmith, dejar que fuera la música la que hablara. Canciones, sí, en grandes cantidades, 31 en total, propias y ajenas, himnos y rarezas, dieron contenido este domingo, en el Estadi Olímpic, al golpe de efecto por excelencia de la cultura rock, el de la reunión de una banda histórica: Guns n’Roses, reviviendo la vieja amistad entre Axl Rose, Slash y Duff McKagan.

Una gira que el grupo se ha tomado con dedicación: dado que ya no se lleva lo de acompañar una operación retorno con un disco de canciones nuevas, al menos los conciertos son generosos (hace 25 años, en el mismo Estadi, el grupo no pasó de las 19 canciones). Hard rock de la escuela californiana 1987-91, la que se cargó el AOR y precipitó un ‘revival’ del ‘glamour’ gamberro antes de que el grunge dictara que la depresión era lo más ‘cool’.

'Appetite for destruction', el disco con el que empezó todo

Más de 50.000 personas reviviendo entre llamaradas y fuegos artificiales una sucesión de canciones mil veces escuchadas, como ‘Mr. Brownstone’, con Slash dándole al pedal de wah-wah, y un ‘Welcome to the jungle’ estirado hasta el paroxismo, con Axl triturando su garganta, que ha ido perdiendo matices con los años. Jugosa carnaza de su álbum fundacional ‘Appetite for destruction’, en un macroescenario en el que, a través de las pantallas de vídeo, nos saludó largamente un tanque lanzando andanadas al público.

Con ese disco abrió y cerró el concierto la banda, lo cual ya lo dice todo, aunque las canciones de los dos volúmenes de ‘Use your illusion’ suministraron momentos muy ‘stadium rock’, como ese dramático ‘Live and let die’ (que para una generación suplantó la versión original de los Wings) y ‘You could be mine’. Pero Axl y Slash pactaron un repertorio con modos muy civilizados, y el guitarrista, a cambio de prestarse a tocar canciones de ‘Chinese democracy’, le coló ‘Slither’, de su exgrupo Velvet Revolver, recordatorio del fallecido Scott Weiland.

El lado salvaje

El ángel de la guadaña sobrevoló otros momentos del ‘show’: ese guiño a ‘You can’t put your arms around a memory’, de Johnny Thunders, en la voz de McKagan (como introducción de ‘Attitude’, de Misfits), y la memoria de Chris Cornell, evocada en ‘Black hole sun’, de Soundgarden. El lado salvaje (y crepuscular) del rock’n’roll, en fricción con los destellos de juventud (‘Shadow of your love’, rescate de los días de Hollywood Rose con coautoría del gran ausente de esta gira, el guitarrista Izzy Stradlin) y los números más faraónicos cortesía de Axl: de la tortuosa ‘Coma’ a las nupcias frustradas de ‘November rain’.

Aunque, en cuestión de épica, Slash, con sus largos solos en piezas como ‘Rocket queen’ y en el tránsito a ‘Sweet child o’mine’, no se quedó muy atrás. Introducciones dilatadas y momentos de lucimiento individual lastraron algunos momentos del ‘show’, que encaró su ascenso a la cumbre con la versión de ‘Knockin’ on heaven’s door’, de Dylan, camino al Shangri-la de ‘Paradise city’, allá donde “los prados son verdes y las chicas son guapas”. Las letras que una banda de rock escribía allá por 1987. Canciones que volvieron a sacudir Montjuïc y que mostraron una consistencia a prueba de balas, más allá de los recambios generacionales. Hasta, quizá, la próxima reunión.