MUESTRA EN EL MUSEU D'HISTÒRIA

Solo 800 catalanes combatieron en la gran guerra

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Anna Abella

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Una docena de fotos (antiguas postales) es el único rastro que sobrevive del Museo de Guerra, que habitó en el Tibidabo desde 1916, con la primera guerra mundial en su ecuador, hasta 1940, cuando fue clausurado en la guerra civil. En su interior, prueba de que Catalunya tenía la atención puesta en lo que ocurría en Europa, se reproducían a tamaño natural, como atestiguan las insólitas imágenes, trincheras, maquetas de tanques y bombas, puestos de mando con maniquís simulando soldados y generales, un hospital con heridos y enfermeras... Hasta enseñaba una Barcelona ‘incendiada’ artificialmente tras un supuesto bombardeo. Fue una atracción muy visitada por la ciudadanía y grupos escolares. Es lo primero que ve el visitante tras cruzar la entrada de la atractiva y exhaustiva exposición ‘Flames a la frontera’, en el Museu d’Història de Catalunya hasta el 18 de noviembre, tras leer la frase de Josep M. de Sagarra que le da nombre: “Se nos presentaba evidentísimo que Europa se había encendido por los cuatro lados. Teníamos las llamas en la frontera”

“Durante cuatro años, igual que pasó en los países europeos que estaban en el conflicto, en Catalunya, a pesar de la neutralidad oficial, la gran guerra lo impregnó todo. La idea es mostrar su impacto en Barcelona pero también en pueblos y ciudades de todo el territorio, porque afectó a todos los ámbitos de la sociedad, no solo la economía y la política sino la vida cotidiana, el cine, la prensa, la cultura...”, señalan los comisarios, Maximiliano Fuentes y Francesc Montero, profesores de la Universitat de Girona. El impacto fue tal que, en lo que califican de “brigadas internacionales ‘avant la lettre’”, fueron entre 400 y 800 los catalanes que marcharon voluntarios a luchar a Francia junto a los aliados en la Legión Extranjera, la mayoría entre el Somme y Verdún, escenarios de las dos batallas más sangrientas. 

La muestra destaca a Pere Ferrés-Costa y Camil Campanyà, que murieron en el frente, y al republicano Frederic Pujulà, casi un mito. Sin embargo, la propaganda hizo correr el mito de que los voluntarios catalanes habían sido 12.000 y hasta 20.000. Su principal impulsor y padrino fue Joan Solé i Pla, líder de la Unión Catalanista y diputado por ERC en 1932, quien “por su protoindependentismo y para internacionalizar las reivindicaciones catalanas trabajó para promocionar el voluntariado, que llevó consigo al frente la ‘senyera’ y la 'estelada' [como la expuesta en la muestra, que probablemente estuvo en Verdún]”.   

Cromos, una gran hélice de avión alemán, objetos de los soldados en el frente, cascos y mucho material fotográfico, videográfico y documental componen el recorrido  

Durante dos años, además de un ingente buceo en hemerotecas y archivos (cuyo resultado se traduce en numerosas páginas de periódicos y documentos de la época), los dos historiadores han reunido un sinfín de material singular, como cromos y juegos infantiles (como los de los chocolates Amatller o Jaime Bosch), uniformes, una gran hélice de un avión alemán, cuchillos y pequeñas armas confeccionadas por los soldados catalanes en las trincheras a partir de casquillos, objetos que llevaban consigo (cuchillas de afeitar, una pequeña máquina de fotos, un minidiccionario alemán-inglés, fiambreras, cascos, prismáticos...), soldaditos de plomo, una máquina de rayos X portátil de un hospital de campaña... y hasta una maqueta Lego que trae al visitante hasta hoy.  

Al tiempo que estalla la gran guerra, en 1914, mientras en España la Restauración está en crisis, en Catalunya se constituyó la Mancomunitat presidida por Prat de la Riba. El mundo político e intelectual catalán “se dividió en tres bloques”: los neutralistas (Eugeni D’Ors o Francesc Cambó), los germanófilos (Manuel de Montoliu) y los aliadófilos (muy mayoritarios, más que en el resto de España, con Prudenci Bertrana, Santiago Rusiñol o Antoni Rovira i Virgili en sus filas).

Espías en el Paral·lel

Mientras en Carnaval había quien se disfrazaba de tanque (en la imagen de la izquierda), con ‘ilustres’ como Mata-Hari o Pilar Millán Astray que intentaban decantar la neutralidad desde el desenfreno nocturno del Paral·lel, Barcelona se convirtió en una capital de “intrigas, de espionaje, de contrabando y de todo tipo de maniobras turbias relacionadas con la guerra. Llegan muchos extranjeros que nadie sabe de qué viven y qué hacen”, escribía el periodista Claudi Ametlla.  

El apoyo social se desbordó con los aliados y al proclamarse su victoria la gente salió a la calle espontáneamente para celebrarlo y numerosos municipios catalanes cambiaron el nombre de calles en honor de los vencedores, como atestigua un gran mapa: en Tortosa, por ejemplo, la plaza de Armas sería la plaza de la Paz, y en Montblanc, la calle de la Fusteria sería la de Wilson, el presidente de EEUU, visto como el héroe que trajo la paz.

El impacto económico tuvo dos caras. El sector del vino (que no podía importar sulfato o azufre para proteger la cosecha) y el del corcho (que no podía ya exportar tapones a Francia) fueron de los más perjudicados. Otros, como el textil, apuntan los comisarios, “vivieron un crecimiento espectacular” y no daban abasto a confeccionar uniformes para los combatientes. Lo ilustra un industrial: “Llovían los pedidos muy superiores a nuestra capacidad. Se puso en movimiento toda la maquinaria de que disponíamos, se resucitó el antiguo telar de mano, que se había arrinconado. De esta manera la producción adquirió proporciones desmesuradas”. 

La gran guerra, señalan los historiadores, provocó el nacimiento del corresponsal de guerra, una ‘tropa’ que los periódicos catalanes diseminaron por media Europa ‘armada’ con pluma, papel y pequeñas estaciones de radiotelegrafía, como la de la muestra. Reporteros como Gaziel y Eugeni Xammar, que, junto a políticos (en un vídeo, sale un joven Manuel Azaña), hicieron además viajes de prensa en clave propagandística aliada, “rompiendo la neutralidad”, como el que les llevó a Verdún, ante la catedral de Reims, destrozada por un bombardeo, “como importante demostración de la barbarie alemana”. De la extinción de aquellas llamas en la frontera se cumple ahora un siglo. 

La primera corresponsal de guerra catalana

En la muestra en todas <strong>las fotos y el vídeo que hablan del papel de la prensa</strong>, los periodistas son hombres (una pantalla interactiva permite descubrir dónde fue cada reportero de cada periódico y alguna de sus crónicas). Solo hay una mujer, destacan los comisarios. “Es <strong>Àngela Graupera</strong> (Barcelona, 1890-1935), en realidad es la primera corresponsal de guerra catalana”. ‘Compitiendo’ con antigüedad con la almeriense Carmen de Burgos (estuvo en 1909 en la guerra del Rif). Graupera, escritora y activista, enviaba sus crónicas para el diario ‘Las Noticias’ a la vez que trabajaba como enfermera voluntaria en el frente del Este. Poco más se sabe de su vida.