CONCIERTO DE LA ESTRELLA POP

Katy Perry y su tienda de juguetes en el Sant Jordi

La cantante californiana presentó 'Witness' en Barcelona con un espectáculo lleno coreografías extravagantes aunque con algunas caídas de ritmo

Jordi Bianciotto

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En momentos de confusión, espectáculo: a esa idea se acoge Katy Perry en ‘Witness: the tour’, el ‘show’ repleto de gags disparatados que la californiana trajo este jueves al Palau Sant Jordi de Barcelona. Haber pinchado comercialmente con el disco madre, ‘Witness’, donde refleja sus crisis de identidad personales y artísticas, no la ha frenado a la hora de doblar su apuesta como ‘entertainer’ de gran formato, mascota LGTBI y ‘pin up’ familiar.

Katy Perry es así de total, y empezar un concierto volando a lomos de una estrella con perfiles de neón y atravesando el iris de un gigantesco ojo no está del todo mal, aunque venga acompañado de una letra desamparada: “busco alguien que hable mi idioma, / alguien con quien dar este paseo”, se lamentó en la primera canción, ‘Witness’. La siguiente, ‘Roulette’, no tranquilizó mucho: ahí Perry entregó su destino a los dados (que, literalmente aparecieron en escena a tamaño gigante).

El tiburón amigo

Fantasía pop reforzada por uno de sus ‘hits’ más fiables, ‘Dark horse’, en un Sant Jordi (única fecha española de la gira) que no se acabó de llenar y que acogió a 12.500 personas según la organización. Por suerte, esta vez no se extravió en sus deseos de “buenas noches” y “buenos nachos”, como hace tres años, dejó tranquila la lengua española y se limitó a plantear en inglés: “Os estaba esperando, ¿me esperábais vosotros?”.

Aunque en ‘Witness’ cuele mensajes que en segunda (o tercera) lectura puedan ser políticos o feministas, y que trabaje con ritmos y sonidos del ‘underground’, su directo sigue siendo una especie de gigantesco Toys R Us en el que su figura de vecinita de al lado departe con graciosos bailarines con una bola en la cabeza y aspecto de Oompa-Loompas de ‘Charlie y la fábrica de chocolate’ y con seres aun más estrafalarios: flamencos rosados de largas patas en la lejana ‘Hot’n’cold’ (vestigio de sus influencias new wave) y el simpático tiburón hinchable que sacó en la Super Bowl en un ‘California gurls’ muy funky.

Mosquitos y plantas carnívoras

A partir de ahí empezaron a insinuarse problemas de ritmo: el gag del escualo, demasiado largo, condujo a un buen momento pop con ‘I kissed a girl’ (de base rítmica enriquecida), pero luego se amontonaron números de entretiempo como ‘Déja vu’ y la sosa ‘Tsunami’ (Katy, paseando entre rosas de cuatro metros de altura), y un ‘E. T.’ sin mayores relieves más allá del mosquito gigante que persiguió a la cantante y de esos trajes que habrían hecho felices a los constructivistas rusos. En ‘Bon appétit’ apareció una planta carnívora, metáfora de su condición de carnaza para la despiadada industria discográfica.

Sí, esto fue un no parar, aunque, siguiendo con el símil, se diría que Katy Perry es la niña rica con demasiados juguetes. Entre tanto bailarín y tanto bicho, corrías el peligro de olvidarte de ella. La vimos luego volando de nuevo, esta vez a lomos de un pequeño planeta Saturno, abrazando a fans subidas a escena (la niña Sofía) y atascando el ‘show’ en las baladas ‘Into me you see’ y ‘Power’. Para la remontada final se reservó la canción más eficaz de la nueva hornada, ‘Swish swish’, rumbo a sus ‘hits’ más universales, ‘Roar’ y ese himno peliculero llamado ‘Firework’. Fuegos artificiales para burlar las crisis emocionales.