traslado de una obra de arte

Cuidado y control extremos: así viaja una tabla de Sijena del MNAC al Museu de Lleida

Natàlia Farré

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Lunes a las nueve y media de la mañana. Un inicio normal de semana en el MNAC: puertas cerradas y gente trabajando, además de la Sala Oval patas arriba por la preparación de un evento. Cada uno a lo suyo. Porque los museos exponen, sí; y conservan, también. Pero hacen mucho más: restauran, estudian, documentan, divulgan y prestan. Así que, lo dicho, cada uno a lo suyo y unos cuantos a algo habitual pero no tanto: la preparación de la salida de una obra cedida por un tiempo indeterminado. Largo. 'Ad eternum'. Y no cualquier pieza sino la única tabla del retablo mayor del monasterio de Sijena que se conserva en Catalunya (había otra en una colección particular pero ahora se encuentra judicialmente retenida en Zaragoza, pero esto es otra historia).

'Jesús entre els doctors de la llei', que así se titula la tabla, llevaba en el Palau Nacional desde 1956 (ingresó con la colección Matías Muntadas), y desde el lunes está bajo custodia del Museu de Lleida. En el MNAC lo tienen claro: la colección es una y es de todos, así que después de la aciaga noche del 11 de diciembre, la misma en que la Guardia Civil se llevó, por orden judicial y en cumplimiento de una sentencia provisional, las 44 piezas del cenobio oscense que conservaba el centro de la capital del Segrià, el museo nacional tomó la decisión de descolgar la tabla que lucía en sus salas y cederla al Museu de Lleida.

La zona más vetada

Será una de las obras sobre las que girará el relato de Sijena en la nueva presentación de la colección permanente del centro, que se inaugurará en breve. No estará sola, silla prioral al margen, el museo conserva también dos partes de la predela del retablo (san Agustí y san Ambrós) y dos puertas (san Pau y san Pere). La tabla en cuestión llegó al mediodía a Lleida. Hizo el camino de Montjuïc a Ponent, en un par de horas, con dos chóferes en el camión y un tercer operario, y sin una sola parada. No es necesario para un viaje tan corto. De haberlo sido, la pieza no se habría podido dejar desatendida ni un solo segundo. Iba asegurada, sí, ¿pero cómo compensar la pérdida de una obra que es única e irrepetible? Pero no iba escoltada. Los protocolos no lo establecen para un transporte como el del lunes, pero de haber ido el camión más lleno o con obras crematísticamente más valoradas, ahí hubieran estado los Mossos o la seguridad del museo.

Pero antes y después de coger la carretera, hubo trabajo. Una obra de arte no se traslada como si nada, sino que requiere preparación y tiempo, además de una serie de normas de conservación a seguir. Lo primero, fue entrar el camión en el muelle de carga y descarga. Casi, casi, la zona más vetada del MNAC por cuestiones de seguridad. Un camión especial, dedicado al transporte de arte, climatizado y con personal especializado en su manipulación: nada de golpes, nada de tocar la obra sin guantes, nada de material que no sea neutro y nada de movimientos bruscos o poner la pieza boca abajo. Todo muy controlado, tanto que no se abre ni cierra ninguna puerta sin el personal de control presente.

Ruedas de aire

Pues eso, con el camión en su sitio tocaba despejar la zona de desembalaje, en este caso para embalar. Lo primero en entrar fue la caja que protegió la obra durante el camino. Hecha a medida, como un buen traje inglés. Ni un centímetro de más ni uno de menos, la pieza debía encajar perfectamente. Lo hizo. E ir lo más protegida posible, de ahí las espumas aislantes, ignífugas, neutras, antigolpes y antixilófagos del interior de la caja. Y de ahí, también, el plástico especial (no emana tóxicos) con el que se envolvió la tabla y se selló, no sin antes ponerle unas cintas de algodón (neutras, por supuesto) tensadas para que el plástico no tocara la pintura. Con todo bien protegido y climatizado. La caja se cerró y se precintó.

Antes se procedió a sacar la obra de las reservas para poderla embalar como Dios (la normativa) manda, y para su traslado nada de fuerza sino un carro con la inclinación adecuada para que descanse la obra sin tensión, ruedas de aire para que amortigüen y un tisú por encima de protección. Y se procedió a un exhaustivo estudio del estado de la obra por parte de la conservadora Anna Carreras: cada golpe, cada incisión, cada craqueado y cada alteración de color, por pequeños que fueran, quedaron consignados en un informe que, además, incluye documentación de todas las intervenciones, estudios de infrarrojos, rayos X y demás. Lo suyo hubiera sido que Carreras hiciera de correo, vamos, que viajara con la tabla y el informe. Pero el informe salió sin la conservadora. Carreras hará el viaje el próximo lunes, cuando la tabla, después de descansar y haberse aclimatado, se sacará de la caja. 

Luz, humedad y temperatura

Lo harán Carreras y una conservadora del Museu de Lleida. Ambas comprobarán que la obra ha llegado en las mismas condiciones en que salió. Si las dos están de acuerdo, firmarán el informe, que viene a ser una especie de acta notarial, conjuntamente. Lo último será colgar la tabla en las salas con un soporte que reparta el peso y no tense o balancee la obra; y comprobar que las condiciones de luz, humedad y temperatura, son las pactadas, y que no son otras que las que tenía en Barcelona.

El último acto será el de la presentación de la obra con la nueva colección permanente del Museu de Lleida, algo previsto para principios de julio. Después 'Jesús entre els doctors de la llei', una de las 11 tablas que han sobrevivido de las 34 que tenía el inmenso retablo mayor del monasterio de Sijena, lucirá eternamente en Lleida. Pues su propiedad no está en entredicho, ya que entró en la colección de Matías Muntadas antes de 1902.