Opinión | INTERFERENCIAS

Nando Cruz

Periodista

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¿Qué te atrapó de esa canción?

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Boquiabierto estaba el público escuchando a Susan Rogers. Y no, la señora no interpretaba música; solo hablaba sobre la música. De joven, fue ingeniera de sonido de Prince en discos como 'Purple rain' y 'Sign o' the times', pero un buen día, y con el pastón que sacó de royalties por trabajar con los Barenaked Ladies, abandonó los mandos y se matriculó en la universidad para estudiar psicología y tratar de comprender el efecto de la música en nuestro cerebro.

¿Por qué a la fricción de unas ondas sonoras con el aire la llamamos música y a la de otras ondas la llamamos ruido? ¿Cómo decidimos que una música es buena o mala? ¿Por qué Bach no fue reconocido en su día y hoy lo consideramos un genio? ¿Cabría la posibilidad de que sus coetáneos tuvieran razón y nosotros, no? Preguntas y más preguntas sin una respuesta fácil.

Rogers habló de nuestras reacciones neuronales ante la música, de ese punto del cerebro que premia que detectemos sonidos desconocidos y de ese otro que premia que reconozcamos sonidos familiares. Aun así, recela de las empresas que buscan cómo aislar y rentabilizar ese matiz sonoro que hace que en vez de decir "esa canción está bien" exclamemos "¡guau, necesito volver a oírla!"... y la compremos. Porque la música no solo activa el cerebro. También es un estímulo fisiológico. Y, además, en ella también intervienen complejos resortes culturales.

Viendo que el personal seguía boquiabierto, la profesora nos invitó a tomarnos el tiempo de analizar porqué nos está gustando tanto esta canción y porqué aborrecemos esa otra. Difícilmente comprenderemos del todo cómo funciona la música, pero tal vez ese proceso nos ayude a entender cómo se construye el gusto. Dicho esto recordó algo esencial: toda música tiene forma y también función. Si la música no nos hace reaccionar, entonces no es música.

Efecto Liberato

En el Sónar hemos tenido incontables oportunidades de comprobar cómo la música activa nuestro cerebro, cómo nos eleva la temperatura de la sangre y cómo activa traseros, ombligos o solo tobillos. En el concierto de Liberato, por ejemplo, unos cerebros premiarían la detección de ritmos novedosos, mientras otros premiarían el reconocimiento de sonidos familiares. Alguno incluso haría osadas conexiones: ¿si Eros Ramazzotti tuviese hoy 19 años, no sonaría así?

Más allá de la arquitectura sónica de esas canciones, algo las desbordó. Y no fue el imponente dispositivo visual ni el misterio que mantuvo en torno a su identidad. Llegó el primer estribillo, el de 'Nove maggio', y el público ahogó el sonido de los músicos con sus voces. Fue un coro imprevisto, al principio tímido, pero que rápido se sintió crecido, pletórico, feliz. El coro de un público principalmente italiano reconociéndose a sí mismo lejos de su país, extirpando la canción del videoclip, del soporte digital y de la estrategia de márketing. Clavándola para siempre en sus vidas y proyectándola de rebote en las de quienes, aquí en España, aún no la conocían. Atribuyendo a la música esa dimensión social sin la cual la música no es más que sonido.

Y qué decir del momento Valtònyc. Más de 300 personas se citaron ante el escenario SónarXS. Nadie esperaba que apareciese el rapero condenado por la justicia española, pero ahí estaban. Casi media hora inmóviles en un festival con tanta oferta. Fue una escena propia de 'El angel exterminador', de Luis Buñuel. Una reinterpretación de la pieza '4'33' de John Cage, pero con Yung Lean sonando flojito de fondo. Fue una suerte de performance política. Un momento de encuentro y acaso reflexión. ¿Qué atrapó a la gente en esa media hora de no música? El software aún busca la explicación científica, la clave algorítmica.

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