sónar 2018
El nacimiento de Rosalía como diva total
La cantante estrenó en una sala abarrotada su segundo disco, 'El mal querer', que propone una fusión de flamenco y electrónica y ritmos urbanos
Para un japonés, un sueco o un británico que aterrizaran este viernes en el Sónar, seguramente la atracción del día sería Gorillaz, un grupo estrella global, el mutante artefacto creado hace ya dos décadas por Damon Albarn, cantante de Blur. Pero se sorprenderían al contemplar la larguísima cola, pocas veces vista (o ninguna), que se formó en el escenario SonarClub. ¿Y quién actuaba ahí? Pues ni más ni menos que Rosalía, joven cantante de Sant Esteve de Sesrovires que, tras armarla con los cantes flamencos antiguos de su primer disco, se adentra ahora sutilmente en un territorio urbano y electrónico.
Fue el acontecimiento de la tarde en Fira Montjuïc, un recordatorio de que los programas de los festivales no son, todavía, intercambiables de un lugar a otro del mundo. Concluida hace pocos meses en el Palau su alianza con Raül Fernández, Refree, que dio como fruto uno de los discos más elogiados del año pasado, ‘Los Ángeles’, Rosalía ha tomado ahora las riendas de su destino con un repertorio ya enteramente propio que dará forma a su segundo trabajo en solitario. Una producción, ‘El mal querer’, cocinada en tándem con El Guincho, que se prevé salga a la venta antes de final de año.
Mística y perreo
De la Rosalía aventurada en los palos flamencos más exigentes pasamos a una versión de la cantante que se desliza suavemente por las pistas del r’n’b digital, como su admirada Solange. Una voz que quiere ser más que eso y que brinda un perfil de creadora integral, autora de todo ese nuevo material y figura con contornos de diva sobre el escenario. Encantada de centrar todas las miradas, protagonizando coreografías con ocho bailarinas vestidas como ella de blanco y combinando los andares de estrella con el más terrenal perreo, Rosalía Vila destapó un discurso artístico envuelto en cierta mística. “El querer te va a llegar finalmente, sea buena o malamente”, afirmó muy seria antes de abordar la primera canción, ‘Malamente’, la única del nuevo disco que ha trascendido por ahora, y en la que sufrió fallos técnicos con el micro.
Siguió un combinado con fondo minimalista de palmas (Los Mellis) y coristas, dos, con las bases electrónicas y los teclados de El Guincho en los pilares. Las voces adoptaron con frecuencia texturas propias de una instrumentación, procesadas y sinuosas, acogiéndose a ritmos con ocasionales maridajes flamencos, ya fueran bulerías o tangos. Rosalía, buscando una alternativa con sintonía jonda de la música urbana afroamericana, en una propuesta que habrá que escuchar con detenimiento. Suministró una estampa de poderío al montarse en una moto Yamaha y se mostró entre liberada e impresionada al estrenar con semejante llenazo expectante. Público entre el que se vio al artista venezolano Arca.
Metal con coros góspel
Por la noche se abrió paso la estrella internacional del día, Gorillaz, envuelto en un montaje de superproducción, con una docena de operarios en escena, capitaneados por Damon Albarn y, cerca de él, el guitarrista Jeff Wootton, y contando con un coro de seis voces. Su noción del pop extrovertida, cambiante y colorista mostró pegada desde la primera canción, ‘M1 A1’, combinando guitarras estridentes, ritmos bailables y sonidos sintetizados de repostería.
Se diría que el estilo de Gorillaz consiste en no tener estilo, o en imprimir un sello un poco lunático, desarraigado, de un futurista pop para después del pop, que les permite pasar del ritmo disco de ‘Tranz’ (de su nuevo trabajo, ‘The now now’) al relativo receso emotivo de ‘Last living souls’ y de ahí a un Albarn soplando graciosamente la melódica en ‘Tomorrow comes today’ y al choque de guitarras metaleras y voces góspel de ‘Every planet we reach is dead’. Concierto con voces invitadas ilustres, las de Pos y Dave, de De La Soul, camino de sus ‘hit’ de cabecera, como ‘Clint Eastwood’.
Territorios conceptuales
En otras parcelas de la jornada, el Sónar acogió sendas propuestas que cabría llamar de arte y ensayo en el auditorio del Palau de Congressos. Horas antes del pase de Rosalía, su excómplice Refree escenificó un nuevo giro como artista en solitario. Muy lejos de su faceta de cantautor pop, y distanciado también del guitarrista experimental de su epé ‘Jai alai vol. 1’, Raül Fernández se aventuró, con su ‘manifiesto audiovisual’, en un territorio conceptual que, a partir de la crítica o prevención respecto a las redes, ofreció planos sonoros con texturas de terrorismo sonoro con injertos orgánicos, bases rítmicas invasivas y voces desesperadas. Todo ello, en un cubículo con muros de vídeo que estampaban imágenes abstractas cortesía de Isaki Lacuesta.
Un Refree en movimiento drástico, en contraste con el parsimonioso sigilo con el que se mueve la carrera del pianista islandés Ólafur Arnalds. Su paisajismo minimalista, integrado en la naturaleza y que tanto debe de reconfortar en los largos inviernos árticos, se expandió esta vez con su colección de teclados en diálogo con violines, violoncelo y percusión. Un bálsamo de paz e introspección en medio del cruce de ritmos y sonidos de un viernes por la tarde en el corazón del Sónar.
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