libro sobre el 'underground'

Donde Vázquez Montalbán no es intocable

Jordi Costa rastrea los orígenes, el efímero esplendor y la extinción (o no) del impulso utópico en 'Cómo acabar con la contracultura'

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Ramón Vendrell

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Existe un cauce cultural no tanto ignorado como sepultado por el poder, emparedado a lo largo del tiempo por el discurso oficial con la misma meticulosidad con que es emparedado el pobre Fortunato en ‘El barril de amontillado’. A rastrear los orígenes, los efímeros momentos de esplendor y la extinción de ese cauce dedica Jordi Costa ‘Cómo acabar con la contracultura. Una historia subterránea de España’.

Un momento de mundo al revés resume el ensayo: aquí Manuel Vázquez es un héroe y Manuel Vázquez Montalbán, un villano (es solo una licencia en aras del contraste). No en balde el historietista usó a Angelito para llevar el espíritu contestatario a las páginas de ‘Tiovivo’ tan pronto como en 1968. Es más, profundiza el autor, los tebeos de Bruguera fueron merced a personajes como el citado y otros anteriores como Doña Urraca y Carpanta, sin olvidar el extravagante léxico impulsado por Rafael González, insondable factótum de la editorial, el equivalente español de la revista estadounidense ‘Mad’: la guardería donde se forjó en la irreverencia la futura generación ‘underground’.

Por el contrario, el intocable Vázquez Montalbán adquiere tintes negativos por su rechazo al cómic marginal en su etapa al frente de la revista de humor crítico ‘Por favor’ (1974-1978). El dibujante Montesol relata que a él y a un amigo les “despreció automáticamente” cuando fueron a presentarle unos originales. ¿Por qué? “Porque había unas pollas gigantes y la gente hablaba de drogas. Ellos estaban por otra labor, que era ocupar el poder y repartirse el poder y entrar en la tarta del poder que en el fondo es lo que le interesaba a la izquierda”.

Fue conflictiva la convivencia entre los luchadores contra el franquismo y la dionisiaca patulea de la contracultura. También en Sevilla, polo ‘underground’ de primera magnitud con el advenimiento del flamenco rock, se hicieron patentes las diferencias entre unos y otros, entre programa y utopía. Huelga señalar a quiénes les fue mejor. En la periferia de la actividad contracultural sevillana, rozándose con ella con desconfianza, estaban Felipe González y Alfonso Guerra, sin ir más lejos. Es comprensible que les incomodara un movimiento que seguramente tenga su icono más poderoso en Anarcoma, la detective transexual creada por Nazario para las páginas de ‘el Víbora’.

Llega el Gusto Socialdemócrata

Guillem Martínez ya expuso en el libro colectivo ‘CT o la Cultura de la Transición’ (2012) el proceso por el que en esa época la cultura dejó de ser un campo de batalla para convertirse en un patio de recreo tutelado por la izquierda. Costa acuña ahora la expresión Gusto Socialdemócrata para referirse a la forma agradable y el contenido sensato que se impuso a toda manifestación cultural si no quería quedar enterrada. En el cine, por ejemplo, la aplaudida ley Miró fue un mecanismo muy útil para ejercer esta forma de censura con la coartada de la calidad, revela el ensayista. También para adquirir un aura de ‘qualité’ satisfactoria para el Gusto Socialdemócrata la historieta se ha reconvertido en novela gráfica.

Más juego de pistas y conexiones sembrado de bombas iluminadoras que historia al uso, ‘Cómo acabar con la contracultura’ certifica lo que incomprensiblemente no es vox populi: Jordi Costa solo hay uno.