CRÓNICA DE MÚSICA

Primavera Sound: Björk, como en otro mundo

La artista islandesa desbordó expectativas con el cuarto concierto de la gira 'Utopia'

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Juan Manuel Freire

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"Es una emergencia. Para sobrevivir como especie necesitamos definir nuestra utopía”, decía un mensaje proyectado al inicio del show de Björk en el Primavera Sound, tan solo el cuarto concierto de la gira de presentación de 'Utopia'.

El proyecto utópico de la islandesa recuerda al libro y película 'Aniquilación' (al fin y al cabo, el mismo mensaje se refiere a "híbridos desconocidos de plantas y pájaros"), pero solo en cuanto a imaginario: el sueño sustituye a la pesadilla, la fantasía delicadamente psicodélica al terror. Es un dulce experimento musical en torno a la flauta que se completa, en escena, con escenografía, coreografía, vestuario y visuales como de otro mundo, pero uno mejor, no todavía peor.

Como de costumbre en los últimos años, Björk oculta su rostro bajo una máscara, en este caso con forma de extraña flor mutante. Igual que las siete flautistas que emergen de flores en una plataforma giratoria cubierta de vegetación. Al septeto bautizado Viibra se unen en el apartado instrumental Manu Delago (percusionista, maestro del 'hang', muy fiel a Björk desde los días de 'Biophilia') y el productor Bergur Þórisson (responsable de la música de la serie 'Broadchurch' con Ólafur Arnalds, en la parte electrónica). Por último, si bien no menos importante, está la gran Katie Buckley, arpista estrella de la Orquesta Sinfónica de Islandia.

La máscara no quita expresividad a la interpretación de Björk: su voz sigue siendo ya no de otro mundo, sino de otra galaxia, salvajemente emotiva, y el lenguaje corporal de la artista habla como mil rostros. Al principio del espectáculo, las pantallas no mostraban detalles de su interpretación, pero tampoco molestó ver esas imágenes de orquídeas floreciendo mientras el arpa sublimaba las dramáticas notas de 'Arisen my senses'.

Fabulosas repescas

Había cierto temor por saber si el repertorio de 'Utopia', basado en la flauta, sutil y delicado, sobreviviría a un escenario de macrofestival. O si los fans sobrevivirían al público que podía venir desprevenido, esperando éxitos de los primeros discos. Los nuevos temas sonaron exultantes en directo; eso a pesar de sonar con casi la mitad de flautas respecto al disco. Y Björk tampoco es en realidad tan, tan reacia a recordar los tiempos en que era una estrella pop más accesible: poco después de arrancar el concierto, regaló fabulosas repescas para septeto de vientos de 'Isobel' y 'Human behaviour'.

Pero todo fue a más incluso pasados esos clásicos. Con la revuelta feminista de 'Tabula rasa', desplegada ante un público que incluía a bastantes madres e hijas: generaciones unidas por buena cosa y buena causa. Con esa abrasiva toma (electrónica de crujiente virulencia se comía, para bien, todo lo demás) de la reivindicable 'Wanderlust' del 2007. Con las columnas de flores gigantes abriéndose para 'Losss'. Pero, sobre todo, con un cierre visceral como 'Notget', cantada por Björk como si todavía hiciera solo unos meses de su ruptura con Matthew Barney. En la letra, esperanza, pese a todo: "El amor nos mantendrá a salvo de la muerte". Utopía y belleza contra el cinismo, el desapasionamiento y la amargura.