CRÍTICA

Soto Ivars: funestas perspectivas

La novela de Juan Soto Ivars 'Crímenes del futuro' alerta sobre las consecuencias del capitalismo salvaje

El escritor murciano radicado en Barcelona Juan Soto Ivars.

El escritor murciano radicado en Barcelona Juan Soto Ivars. / periodico

Domingo Ródenas de Moya

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El porvenir no pinta bien. O eso cabe deducir de la ingente cosecha de ficciones futuristas con la que nos bombardea el cine, la televisión y la literatura. Al futuro ominoso (represivo, totalitario, deshumanizado) de la distopía clásica de Zamiátin, Orwell o Huxley, la distopía actual ha añadido nuevos ingredientes, entre los que es signo de los tiempos el protagonismo femenino que tan bien representa la heroína de 'Los juegos del hambre' (2008) de Suzanne Collins, la Kathy de 'Nunca me abandones' (2005) del Nobel del año pasado, Kazuo Ishiguro, o, mucho antes, la Offred de 'El cuento de la criada' (1985) de Margaret Atwood. Estos 'Crímenes del futuro' se inscriben en esa corriente de distopías feministas.

Juan Soto Ivars arma su distopía en tres momentos, antes, durante y después de una guerra entre los parias revolucionarios (que aquí son los Decapitados) y el poder omnímodo del Ente, integrado por las corporaciones internacionales que controlan la economía y la política globales. Cada uno de esos momentos, que en conjunto abarcan unos cincuenta o sesenta años, se apoya en un personaje, la joven Julia que llega a Madrid para estudiar con una beca y conoce a uno de los líderes rebeldes, la modelo Margarita recluida accidentalmente en una isla con el fotógrafo Héctor, hacia el que irá cobrando una salvaje hostilidad (como una guerra civil 'en abyme'), y Pálida, la ciega prisionera que recupera la visión gracias a una terapia experimental. Cada una de estas partes funciona como un relato independiente, si bien Julia sirve de leve enlace entre ellas. Sin embargo, ni Julia ni la lógica temporal logran dotar de cohesión a una novela que no acaba de trabar convincentemente sus capítulos y que los dilata en detalles argumentales prolijos y no siempre relevantes. 

Toda distopía contiene un diagnóstico sobre el presente (de lo contrario carecería de interés) y a veces un aviso sobre la derivación de sus más amenazantes defectos. En esta ese diagnóstico y la alerta están claros y es difícil no estar de acuerdo con ellos: la ferocidad del capitalismo financiero ha expulsado la justicia, la libertad y la igualdad, mientras que la corrupción política ha allanado el camino a la dictadura de la codicia mercantil. Ante ese ruinoso horizonte, la novela parece sugerir un remoto desahogo, el de la solidaridad entre los vencidos: magro consuelo y muy negros nubarrones.