leyenda rockera

Litto Nebbia: "He escrito ya más de 1.200 canciones, pero cada mañana me siento al piano"

El cantante, compositor y productor, pionero del rock argentino con Los Gatos, ofrece un recital en solitario en Les Enfants

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Jordi Bianciotto

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Clásico de clásicos de la música argentina, del rock a las producciones tangueras, Litto Nebbia regresa a Barcelona tras casi nueve años de ausencia. El autor de canciones como ‘La balsa’ (éxito en 1967 de su grupo juvenil Los Gatos) o ‘Solo se trata de vivir’ anda estos días de vacaciones por España, pero no ha podido evitar completar sus rutas turísticas con unos pocos conciertos, como el que este viernes ofrecerá en la sala Les Enfants (22.00 horas, abrirá el grupo Onicoriun).

El año pasado publicó un libro, ‘Mi banda sonora’, con aires de memorias, pero no solo eso. ¿Cómo surgió? A mí me gusta escribir por el placer de escribir: crónicas de viajes, sobre la vocación de la música... Hablo de los derechos de los músicos, que son robados en todo el planeta, y de cómo me formé, y me fui al exilio a México, y volví, e hice una gira por la Unión Soviética... Todo eso.

Ha vuelto al rock guitarrero en su último disco, ‘Rodar’, grabado con el grupo Pez. ¿Por qué ese subtítulo de '50 Años de rock argentino', cuando más bien parece un homenaje al repertorio de Los Gatos? Para no ofender a nadie, porque Argentina es el lugar de las discusiones: si eres del Boca o del River, si es tango o no lo es... Sí, en realidad el subtítulo es por el aniversario del disco de Los Gatos, que salió en noviembre de 1967. Pez es la banda argentina independiente por excelencia, llevan 20 años, y yo también soy independiente, desde hace 30. Grabamos canciones muy famosas de Los Gatos, y un blues de Huica, mi banda rockera de 1972, y un par de piezas nuevas.

¿Cómo explicaría por qué fueron importantes Los Gatos? Fue la banda que dio el puntapié inicial para que un año después pudieran salir la mayoría de bandas que irían conformando el rock argentino. Después salió Almendra, y después Manal, y Arco Iris, y Sui Géneris… Y dio pie a que empezara a ser natural que los jóvenes escribieran sus canciones en castellano y según nuestra idiosincrasia. Porque hoy hay rock hispanohablante en todo el planeta, pero no todo es relativo a esa idiosincrasia del lugar al que pertenece. Todo sigue sonando muy anglosajón, muy yanqui. El rock argentino, si tiene algo especial, es que tiene que ver con una manera de narrar, una visión… Es como si fuera, lejanamente, una continuación del tango de los años 40.

En ‘La balsa’ se respira el ambiente sociopolítico: el tipo quiere construir una balsa para huir e ir a naufragar. Hay un deseo de escaparse. En momentos de adversidad siempre ha salido buen material, y eso no quiere decir que seamos masoquistas, pero la preocupación social, o amorosa, la que sea, hace que necesites escribir tal o cual cosa. Entonces ya empezaba a haber censura, aunque muy ingenua, e hice unas canciones que hablaban de la búsqueda de libertad, como una fábula. En ‘La balsa’, el tipo se quiere ir, quiere conseguir madera y armarse una embarcación para salir al mar. Eso se entendía por nuestra generación como un “déjennos de joder”, porque había un ensañamiento con los jóvenes, con los estudiantes.

Compuso la canción con el malogrado Tanguito. ¿Cómo fue? Él solo hizo el comienzo: “Estoy muy solo y triste acá / en este mundo abandonado…” Todo lo demás es mío, y yo le puse ‘La balsa’. Él puso el disparador: “mira, se me ocurrió esto y no sé cómo seguir”, y me salió la canción completa. En seguida la sacamos con todo el grupo.

El nuevo disco, ‘Rodar’, es muy rockero, reflejo de uno de los lados de su obra. Pero, ¿la música es solo una, más allá del género? Sí, la música es una y yo convivo con toda. Mi último disco de canciones nuevas ’Aire fresco’, es muy distinto, más en la línea de Michel Legrand, de la música de películas… Mi desarrollo como compositor tiene que ver con la fantasía, la armonización… Pero soy muy respetuoso con los formatos de las otras músicas. Grabé un disco con unos chamameceros. El chamamé es una música del litoral de Argentina. Hay gente que no entiende por qué metí en eso. Pero puedo tocar cualquier música, siempre respetando raíz y sin renunciar a mi personalidad. Nunca me gustó encasillarme.

En sus canciones hay una tendencia al refinamiento melódico, armónico, que en su día le distanció de los modos rockeros. Cuando comencé a ir en esa dirección ya me di cuenta de que, en el ambiente del rock, eso no gustaba, no se consideraba puro. Es la eterna discusión. Pero no me importó: seguí con lo mío. Y conseguí tener un público que acepta ese tipo de texturas, además del que me sigue desde la época rockera de mis 20 años.

El folclore y el tango forman parte de su mundo: recuperó a Roberto ‘Polaco’ Goyeneche en los 90 con su sello Melopea, discos publicados en España por Mario Pacheco con Nuevos Medios. Produje sus tres últimos discos, y los de Cadícamo, y los primeros de Adriana Varela.  En los 90 me dije que quería producir otras cosas, y me di cuenta de que tenía que ser tango, porque en Argentina lo habían liquidado, decían que era para viejos. Vaya pendejada. Me había hecho amigo de Goyeneche, Cadícamo, Héctor Stamponi… Virgilio Expósito, el de ‘Vete de mí’ y ‘Naranjo en flor’… Todos esos tipos, y comencé a tocar con ellos, y fue un lujo. Es difícil que se junten generaciones así, y estuvo bravo, con unos instrumentistas extraordinarios. ¡Durante diez años produje 110 discos de tango! Cantantes, orquestas…

Es un adicto al trabajo, o quizá un entusiasta. Sí, un apasionado, y tengo la suerte de que mi mujer, mi hija, algunos amigos, me apoyan y están en mi misma sintonía. Si no tienes un vínculo familiar que te apoye, es muy difícil.

Los artistas con trayectoria, cada vez más, se sientan a contemplar su legado, mientras que usted sigue componiendo. Tengo ya más de 1.200 canciones. Es una cuestión del destino y de tus posibilidades. Nunca pienso: “Te gané, he hecho más canciones que tú”. Es mi vocación, tengo esta pasión. Yo me levanto a las siete de la mañana y lo primero que hago es irme al piano de cola a hacer algo. A lo mejor sale, o no. El compositor de raza, todos los días de su  vida cree que va a escribir la mejor canción que nunca escribió.

En Argentina es una leyenda. ¿Es raro ir a otro país y tener una existencia más discreta? No, no, hay que ir a los lugares y tocar las canciones. No puede ser que la única manera de dar a conocer tus canciones sea siendo famoso y millonario. ¡Eso lo hace cualquiera! Creo que eso se lo oí decir a António Carlos Jobim. Yo voy a los lugares. No toco todos los días en una plaza de toros, pero tampoco hago un esfuerzo por conseguir eso. No es que lo desprecie, es que no está en mi conducta. Cuando tenía 18 años tuve la suerte que el primer disco de Los Gatos fue número uno en ventas en toda América. Siempre digo que yo era de Los Gatos pero que me conocían hasta los perros. Pero pensé: “¿y ahora tengo que estar preocupado todas las semanas porque no puedo dejar de ser número uno?”. Me di cuenta de que no podía vivir así. Me fui del grupo y comencé a hacer otras cosas. Mermó la venta de discos, pero eran pasos que necesitaba hacer. Me parece muy loco vivir toda la vida de un condenado éxito.

Otra de sus producciones fue la del disco ‘El palacio de las flores’ (2006), de Andrés Calamaro. Él debía admirarlo… Ah, fue bárbaro, le gusta todo y puede hablar de todo, de Miles Davis, de Bob Dylan, y me siento a gusto con él. Es un disco distinto a lo que él hace, él mismo lo dice, y seguro que será rescatado dentro de ocho o nueve años. Salen fanáticos suyos reprochándome cómo le hice afinar de esa manera… (ríe) Yo quería hacer un disco distinto. Él me pidió que fuera a dúo, pero le dije que no, que los dúos no sirven, son como Tom & Jerry, o Sabina y Fito (Páez), que se pelean. Un desmadre. No, no, yo estaba perfecto en mi rol de productor, y cantando y tocando con él, pero es un disco suyo. Al final lo aceptó.

¿Y cómo ve ese rock argentino, cinco décadas después? Pues está vivo, pero veo cada vez una mayor preocupación por el negocio. El criterio del arte, de la música, es hacer cosas bellas que perduren, pero la calidad baja. Y no solo en Argentina: el otro día miraba un ránking de los discos más vendidos en los años 60 y estaban Sinatra, Leonard Bernstein con ‘West side story’, João Gilberto, los Beatles, Burt Bacharach, Aretha Franklin… Y mira hoy.

La música más interesante quizá está un poco escondida. Y la que en su momento se etiquetó como exquisita, el jazz, Miles Davis, se sigue vendiendo eternamente. La que se ha hecho en los últimos 20 años, ya no. Está mal esta locura de no querer buscar nada más que el éxito.

Conociendo su inquietud como artista, seguro que debe de tener un nuevo disco en camino. Sí, cuando llegue tengo que grabar uno de canciones nuevas, con el que festejaré mi 70º cumpleaños. Cumpliré 70 años en julio. Es un disco de reflexión de muchas cosas, con 13 o 14 canciones hechas en el último año, con arpas y cuerdas, melodioso.