INFLUENCIA
Tom Wolfe, el periodista que inventó la primera persona
El estilo del escritor, que tuvo una gran influencia en la prensa 'underground' española de los 70, era anatema en los diarios del país de esa década y la siguiente
En los años 70, cuando hacía como que estudiaba en la facultad de Periodismo de Bellaterra -en realidad, me pasaba las tardes en la filmoteca, viendo películas de Wim Wenders y de Rainer Werner Fassbinder-, todo el mundo quería ser Manuel Vázquez Montalbán menos mi amigo Llàtzer Moix -en la actualidad, adjunto al director de 'La Vanguardia'- y yo. Más algunos marginados más a los que se conocía, de manera entre irónica y despectiva, como "la izquierda psicodélica", colectivo en el que brillaba con luz propia el difunto David Fernández Miró, que disfrutaba mucho irritando a los comunistas con sus trajes de terciopelo azul y sus discos de Lou Reed y David Bowie bajo el brazo. No éramos franquistas, pero tampoco nos acababan de caer bien los del PSUC, que eran los que controlaban el cotarro y que exhibían un tono como de secta un pelín molesto, aunque a los que realmente detestaban era a los trotskistas y a los anarquistas. Los únicos que conseguían eludir su desprecio eran los socialistas y los independentistas, sobre todo porque brillaban por su ausencia.
En esa fase del neolítico, Moix y yo éramos muy fans de Tom Wolfe, de Hunter S. Thompson, de Terry Southern y de cualquier norteamericano que encajara con los principios del entonces llamado nuevo periodismo. Wolfe y Southern estaban siendo editados por Anagrama, mientras Star Books (que en paz descanse) traducía al español la obra cumbre del señor Thompson, 'Miedo y asco en Las Vegas'. Gracias a estos santos varones, conseguí esquivar a Marta Harnecker e intuir lo divertido que podía ser ese oficio en el que me había metido con la esperanza de ganarme la vida escribiendo.
Escritura desacomplejada
Lo que hacía Tom Wolfe no se parecía en nada al periodismo que se practicaba en España en aquellos tiempos. La prensa, digamos, normal, no estaba para permitir fruslerías en primera persona y con exceso de humor. Afortunadamente, las publicaciones alternativas de finales de los 70, como 'Star' y 'Disco Exprés', tomaron partido por ese nuevo periodismo y algunos pudimos estrenarnos en el mundo laboral escribiendo lo que nos salía de las narices como nos salía de las narices. En esa época, ni se me pasaba por la cabeza acabar publicando en 'El País' o en este diario, lo cual acabó ocurriendo porque todos nos hacemos mayores y porque la prensa 'underground' barcelonesa murió en 1980. Eso sí, cuando llegué a la prensa, digamos, seria, ya estaba totalmente contaminado por la manera de hacer de Tom Wolfe, que seguía estando muy mal vista por la mayoría de los redactores en jefe de los diarios. Observé que la principal virtud de Wolfe, el uso desacomplejado de la primera persona, para estar más cerca del lector, se confundía con el ego inflado de los novatos. Incluso en 1989, cuando empecé a escribir en 'El País', claramente influido por Wolfe, la primera persona estaba muy mal vista y lo máximo que se toleraba era el plural, mayestático y generacional, del amigo Joan Barril. Gracias a la tolerancia de Xavier Vidal-Folch y Lluís Bassets, eso sí, pude darle sin tasa a la primera persona, como hicieron también muchos otros colaboradores de aquella sección estupenda que fue 'La Crónica'.
Las tácticas del nuevo periodismo se acabaron imponiendo en nuestro rancio país y ya no molestan a nadie. Y es ahora, precisamente, cuando aparecen esos novatos del ego inflado que, probablemente, no hayan leído nunca 'La izquierda exquisita' y crean que Tom Wolfe fue un novelista norteamericano que inició su carrera con 'La hoguera de las vanidades'. Si es que su nombre les suena de algo, claro está.
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