CRÍTICA DE CINE

'Lucky': un ocaso bellísimo

El actor John Carroll Lynch debuta como director en esta buena historia servida por un soberbio actor, Harry Dean Stanton, que se despide del mundo en paz en su papel póstumo

Quim Casas

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No siempre es así, pero cuando un actor debuta como director acostumbra a cuidar especialmente el trabajo de los intérpretes de su filme como si, aunque esté detrás de la cámara organizándolo todo, siguiera estando también frente a ella. Ejemplos hay muchos: Charles Laughton, John Cassavetes, Robert Redford, Clint Eastwood, Jodie Foster o Mathieu Amalric, por no hacer muy larga la lista de actores-cineastas en cuyas películas como directores han conseguido grandes logros de sus actores.

En la misma situación se encuentra John Carroll Lynch, un actor que ha ejercido más como notable secundario (Jackie, The Americans) que como actor principal. En su debut como realizador ha jugado, eso sí, con ventaja: Lucky está diseñada y rendida a los pies de su actor principal, Harry Dean Stanton, un verdadero icono del cine moderno e independiente desde los años 60 con títulos como Carretera asfaltada en dos direcciones, Paris, Texas y Corazón salvaje.

Lynch lo tiene claro desde el primer momento. No solo el filme está pensado para Stanton, fallecido poco después del rodaje, sino que el director ha creado el ecosistema perfecto para que el veterano actor se mueva. Entre otras cosas ha recurrido a otro LynchDavid, quien dirigió a Stanton en seis ocasiones, para que interprete a uno de los amigos de barra de bar del protagonista.

Ajeno a las modas, los gustos, incluso al debate entre el nuevo Hollywood y el cine independiente del que fue partícipe, Stanton siempre ha sido una especie de espíritu libre del cine norteamericano. Y lo mismo es su personaje en Lucky, un tipo que no cree en nada y asume de la forma más sencilla que sus días en este mundo llegan a su fin.

Todo, desde el guión hasta los encuadres, está en función de Stanton. Este devuelve la confianza con un trabajo estratosférico en su aparente sencillez. El actor devora los acontecimientos de la ficción y al resto de personajes, pero en este caso está pensado para que así sea. El resultado es una buena historia servida por un soberbio actor que se despide del mundo en paz.