EXPOSICIÓN
La iconoclastia de Patricio Vélez
La Fundació Suñol exhibe la primera antológica de este singular artista que rehuye del estilo
Natàlia Farré
Periodista
Natàlia Farré
"No sé lo que es el estilo. Soy un pintor sin estilo". "¿Las características de un pintor? No creo en ello". "Respeto a los artistas que consiguen consagrar su vida a un repertorio de formas cerrado. No es mi caso. Cuanto más suelto mejor, y si es imprevisible, aún mejor". Toda una declaración de principios para un singular pintor, Patricio Vélez (Quito, 1945), cuya obra se mueve en una total iconoclastia. De la figura a la abstracción, del monocromo a los colores saturados, del dibujo a la fotografía. Aunque todo ello con un hilo común: su memoria personal y la naturaleza, elemento que transfigura, transforma y muestra desde diferentes puntos de vista. E imagina y alude. En la serie 'Llúmina', donde uno podría ver composiciones geométricas, Vélez ve mucho más: "Parcelas, cultivos, construcciones, remanso…". Y experiencia infantil: la ventana que observaba desde la cama en el valle del río Cinto, en los Andes. Aunque sí asume que está hecho desde la imaginación y desde el lenguaje cartográfico.
'Llúmina' es una de las series, aunque Vélez prefiere hablar de variaciones para evitar así la idea de repetición, es uno de los muchos conjuntos creativos que muestra 'Las formas del tiempo', la exposición que la Fundació Suñol despliega, hasta el 8 de septiembre, sobre los 50 años de trayectoria del pintor. De ahí el título de la exposición: "Desde las obras del 64 ha pasado bastante tiempo de la vida de una persona pero ni un segundo en la historia de la especie humana". Le podía haber puesto otro, "el curso del tiempo", que es lo que dice tarda en hacer sus piezas, siempre sin boceto y sin una línea de lápiz que le guíe, pero "habría sido robarle un título al gran Wim Wenders". En cualquier caso, la exposición es la primera antológica que se le hace, algo que demuestra "lo flaca que es la memoria de este país que suele olvidar la historia reciente", a juicio de Sergi Aguilar, director de la Suñol. La queja viene a cuento porque Vélez vive en Barcelona desde 1976, y aquí hizo su primer debut en el mundo del arte en una galería, la histórica Ciento, en 1977.
Piel de boa
Para entonces ya llevaba años dibujando. En sus épocas de bachillerato y universidad, estudió arquitectura, ya le daba al lápiz, aunque nunca imaginó que acabaría dedicándose a ello. Entre sus primeros trabajos figuran unos dibujos, figurativos y coloridos, que hacía para despejar la cabeza mientras proyectaba su tesis; y las cartas que escribió a su padre. Un epistolario particular lleno de líneas verticales, horizontales y colores: "Una carta no tiene porqué estar necesariamente construida en palabras". Ni la piel de boa, con escamas. 'Piel de boa' es otra de sus variaciones presente en la exposición. Evidencia la el interés que Vélez mantiene en la relación entre la palabra y la pintura. Pues la obra fue antes poema que pintura, y partió de una anécdota. Un pariente cazó una boa constrictor dentro de una casa y la puso en una jaula hasta que se cansó y la mató. Esa piel de boa para Vélez forma de papel y colores realizados con tinta o pintura. Y tiene sobre todo un gran peso de la imaginación: "Si he visto dos veces en mi vida una boa, ya son muchas".
Una veintena de fotografías tomadas en el Amazonas cierran la exposición. Su relación con la pintura reside en el mundo vegetal presente en ellas. Aunque Vélez puntualiza: "Nunca me basó en fotografías para hacer mi pintura, se pierde el chorro energético y el riesgo". Además, su pintura es memoria.
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