EL LIBRO DE LA SEMANA
'Mandíbula': Entrar en la espesura
La ecuatoriana Mónica Ojeda desborda las fronteras del 'thriller' y el terror con una ficción densa sobre el sentido de lo violento
Ricardo Baixeras
Crítico literario
Doctor en Humanidades (Teoría de la Literatura y Literatura Comparada). Autor de 'Tres tristes tigres y la poética de Guillermo Cabrera Infante' (Universidad de Valladolid)
RICARDO BAIXERAS
El impacto que 'Mandíbula' crea en el lector se atisba ya en las primeras páginas, casi en las citas iniciales que son el pórtico de apertura a un mundo que se intuye franco y desasosegante. Julia Kristeva: "Todo ejercicio de las palabras es un lenguaje del miedo". O George Bataille: "El horror ligado a la vida como un árbol a la luz". O Mary Shelley: "Aquí yace, con la blancura y la frialdad de la muerte". O Leopoldo María Panero: "… la mandíbula de la muerte/ de la mandíbula caníbal de la muerte".
Mónica Ojeda (Guayaquil, Ecuador, 1988) ha erigido una novela con los mimbres del género de terror. Pero enseguida se percibe que la escritura de 'Mandíbula' va mucho más allá del género. Su capacidad "para implosionar el lenguaje" –tal y como afirma una de las protagonistas de esta historia- es más que notable. El dolor físico, el mental, la crueldad, lo prohibido, la extrañeza corporal de la adolescencia, el terror atávico y cotidiano que acecha en cualquier momento, la relación materno filial y la sexualidad son los ingredientes de un 'thriller' metafísico que ensancha las fronteras del género. 'Mandíbula' entonces como un mapa cabal sobre el sentido de lo violento y como advertencia sobre la extrema fragilidad de las relaciones humanas que se explicita de este modo: "Siempre imaginó la violencia como una consecución de olas que escondían piedras hasta que se estrellaban contra la carne de algo vivo, pero nunca como ese teatro de sombras ni como la quietud interrumpida por los pasos de una silueta encorvada".
Una caja de resonancia
El secuestro de una chica en una cabaña en medio del bosque, la relación más que confusa con la madre ausente de la profesora de lengua y literatura convertida en su secuestradora y las compañeras adolescentes de un colegio del Opus Dei que juegan hasta el final a convocar al "Dios blanco" para herirse mutuamente, para tocar con las yemas el sabor exacto del dolor: ahí tienen los ingredientes que podrían haber convertido este libro en uno más. Pero no es el caso de 'Mandíbula' porque, conteniendo los parámetros típicos y tópicos sobre lo que se supone que debe ser un 'thriller', Ojeda sobrevuela más alto, se adentra en la espesura para entregar una ficción densa como el bosque encantado, una ficción con una potencia discursiva muy poco común ("Estar asustada era sentir la verdad como una pestaña flotando encima del ojo") y con una endiablada habilidad técnica que permite adentrase en tiempos distintos gracias a escenas que dialogan con segmentos narrativos que ya habían aparecido. La pretensión es convertir la novela en una caja de resonancia digresiva que va in crescendo.
"Se trata de entrar en el miedo, y eso es lo difícil… Se trata de entrar en el miedo como en la altura de una ola… Uno entra en el miedo porque ya no puede vivir en el umbral, latiendo de piedra y picaduras, entonces entra en el horror para no tener que seguir esperando a que pase algo. Para hacerlo pasar". Estos pasajes pertenecen al último capítulo del libro que se convierte en un fragmento final portentoso y que guarda una relación vertical con la primera frase del libro: "Abrió los párpados y le entraron todas las sombras del día que se quebraba". En su momento no leí la primera novela de Ojeda, 'Nefando', pero esta escritora puede llegar a ser adictiva: ya he reservado un ejemplar.
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