Sant Jordi: una tradición con espinas

La escritora Bel Olid, presidenta de los Escriptors en Llengua Catalana, y la poeta Mireia Calafell, directora del festival Barcelona Poesia, pasan revista a los roles y ritos de la diada

ESPAÑA SANT JORDI FLORES

ESPAÑA SANT JORDI FLORES / ANDREU DALMAU

Núria Marrón

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De un tiempo a esta parte, el 'hackeo' al viejo Sant Jordi está siendo de campeonato. O de torneo, podríamos decir tirando de argot medieval. Por ejemplo. Aquel mandato que prescribía regalar rosas a las mujeres y libros a los hombres se dirige a paso ligero hacia la inanición. En la plaza de la Universitat y por tercer año, miles de personas celebrarán el amor libre con una petonada LGTBI, y cada vez es menos frecuente la iconografía que interpreta al pie de la letra esa leyenda en la que a) un caballero de armadura reluciente se gana el fervor del pueblo después de b) haber matado –por desangramiento– a un dragón que iba a zamparse a una princesa desmayada y virginal cuyo padre c) la brinda en matrimonio como recompensa y sin importarle el parecer de ella y d) es rechazada por el santo porque básicamente es santo y le gusta cabalgar en solitario al anochecer. Sí, reconozcámoslo. Sant Jordi tiene una relación digamos que problemática con los tiempos.

"Decimos quién somos a partir de la tradición, pero es necesario que sea refundado año tras año por la gente", afirma la poeta Mireia Calafell

Problema número uno: la clase. La historia, recordemos, se pone en marcha cuando la hija del buen rey –ya se sabe que las leyendas se han formateado durante siglos en favor del statu quo– es ofrecida vestida de blanco a la bestia, después de que decenas de sacrificios anteriores no hubieran sacado al santo ni de sus torneos ni de sus ejercicios espirituales. Problema número dos: la violencia contra los animales y esa receta tan antigua de la propaganda que consiste en bestializar al enemigo. Y problema número tres: el género. Más allá de las lecturas que suelen desgranarse, ahí va una esquinada: ¿y si el dragón representa la sexualidad desatada de la princesa –cuestionan algunos medievalistas– reprimida y domesticada por el hombre hacia el orden conyugal? ¿Qué cabe hacer entonces con toda esta herencia?

"¿Qué dice Sant Jordi de quines somos?"

«Es evidente que las tradiciones nos dicen quiénes somos y nos hace mucha ilusión llenar las calles de libros y rosas, nos hace sentir orgullosamente catalanes», asegura la poeta Mireia Calafell, codirectora del festival Barcelona Poesia. «Sin embargo, «¿qué dice de quiénes somos tú y yo el hecho de homenajear al caballero que salva a la princesa? ¿Por qué la princesa necesita la protección del caballero? ¿Por qué incluso es malo el dragón? ¿Por qué es necesario matarlo? ¿Por qué de todo esto surge una tradición en la que las flores son para ellas y la lectura para ellos? ¿Por qué la mujer de la leyenda no es una 'dona rèptil, dona monstre, dona drac', por decirlo en palabras de Maria-Mercè Marçal?».

"Es interesante
conservareste legado como patrimonio cultural común y, a la vez, leerlo de forma crítica", opina la escritora Bel Olid

Por la tromba de 'peros', adivinarán que para la poeta es urgente «una lectura crítica y feminista en su sentido más amplio: no solo cuestionando los roles de género, sino también el rol de ser humano que muestra amor a los suyos a través de la violencia hacia 'los otros', en este caso los animales». Un esquema, cabe decir, milenario. Un apunte medievalista: la leyenda de Sant Jordi, cuyas largas raíces llegan hasta la antigua Mesopotamia, fue uno de los grandes mitos caballerescos. En el siglo XIII, Jacobo de la Vorágine incluyó en su 'Leyenda Dorada' la historia del santo de Capadocia que combatía al dragón y salvaba a la doncella; el culto se extendió, y luego, en el siglo XIX, el movimiento la Renaixença impulsó y 'nostró' el mito, que acabó aderezado con la feria de rosas del siglo XV y la fiesta del libro de los años 20 del siglo pasado.

Conservar el patrimonio cultural común

«Las leyendas, como los cuentos tradicionales, son así», admite la escritora Bel Olid, podríamos decir que síntesis de la encrucijada que nos ocupa: es autora de 'Feminisme de butxaca' y preside la Associació d’Escriptors en Llengua Catalana, anfitriones, pues, en la diada. «Es interesante –asegura– conservar este legado como parte del patrimonio cultural común y, a la vez, poderlo leer de forma crítica». ¿De qué manera? «Contando, por ejemplo, las historias, ya sean cuentos o productos Disney, con notas a pie de página –¿es correcto besar a alguien que está dormida y ni siquiera te conoce?–, porque son constructos culturales que se deben conocer. A la vez, también estoy a favor de las reelaboraciones. De hecho, hay muchísimas versiones de Sant Jordi que rehacen la historia con humor y guiños. No se trata de que unas historias sustituyan a las otras, sino de que convivan».

"Sant Jordi es la celebración de que estamos vivos, y que escribimos, leemos y amamos", asegura Bel Olid

Celebrar la vida

En este reseteo de la diada, admiten Olid y Calafell, hay un capítulo que va regular: que los hombres reciban rosas, algo «bonito» que ayudaría a relajar los tics de «una determinada idea de masculinidad» que aún ve como anatema cuanto huela a femenino. «Este es el camino por el que tenemos que ir, porque es más complejo, interesante y amplio. El otro, el único que hace explícito la leyenda original, es tan estrecho e incómodo como las Ramblas el día de Sant Jordi», afirma la poeta, para quien la tradición no se justifica en sí misma, sino que «debe dejar una grieta desde donde poder rehacerla constantemente, si no, es una roca que pesa y hace más daño de lo que parece». «Decimos quién somos a partir de la tradición –añade–, pero es necesario que este quién somos sea refundado año tras año por nosotros, por la gente».

Y precisamente la gente, vindica Olid, ha convertido Sant Jordi «en la celebración de que estamos vivos, y que escribimos, leemos y amamos, más allá de los cánones, a parejas, amigos e hijos».