OTROS ESCENARIOS

Un piano terrorista

Clara Peya detuvo el tiempo en la cárcel Modelo durante su actuación enmarcada en la Setmana per la Llibertat d'Expressió

Clara Peya actuando en la prisión Modelo

Clara Peya actuando en la prisión Modelo / periodico

Nando Cruz

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Hay un solemne piano de cola negro plantado en la sala panóptica  de la Modelo, esa desde la que los vigilantes tenían visión completa de todo lo que ocurría en las seis galerías de la prisión. El centro penitenciario quedó deshabitado hace casi un año y la plataforma No Callarem lo ha ocupado estos días para celebrar un intenso ciclo de debates y actos culturales en el marco de la autoproclamada 'Setmana per la Llibertat d'Expressió'.

La estampa de ese piano Yamaha de media cola, impoluto y hierático, en la sala central de la Modelo es de una potencia estética brutal. Carles Santos se está frotando los ojos. Parece una pieza artística en sí misma. En cierto modo, lo eso. En cuanto No Callarem anunció nuevas movilizaciones recibió un email de la empresa Piano Serveis. Ofrecía un piano de cola donde y cuando hiciese falta. Gratis. Costes de transporte y afinación, incluidos.

Y ahí está el piano. Desafiante, disidente e indignado. Plantado ante el señor juez con sus tres toneladas de peso. Arriesgándose a ser acusado de incitación al odio, rebeldía y, si a su señoría le da, de terrorismo. ¿Un piano terrorista? Con acusaciones más absurdas desayunamos cada día.

Filósofas y grafiteros

Durante cinco días, la Modelo se ha transformado en un centro cultural que, a diferencia de tantos centros culturales edificados a lo largo y ancho de nuestra geografía, ha abordado con carácter de urgencia el tema de la censura en España. La vieja prisión ha sido un espacio de reflexión y crítica en el que han convivido filósofas y grafiteros, periodistas y raperos. Un foro transversal para generar un diálogo del más amplio alcance. Pero ahora no, por favor. Ahora se impone el silencio. El piano va a hablar.

Esa mujer de cabeza rapada que hace dos minutos se ha enfundado un mono azul de currante, o de reclusa, es la pianista Clara PeyaClara Peya. Ha sentado su cuerpo menudo frente al mastodóntico Yamaha de media cola. No se escucha una mosca cuando sus dedos descienden hacia las teclas y pulsan las primeras notas. Solo el silencio y esas notas expandiéndose hacia lo más alto del edificio penitenciario. Nadie respira. Nadie mueve un músculo. Son momentos de absoluta conmoción, de muy delicado vértigo.

¿Por qué este silencio? ¿Qué provoca tal parálisis? ¿Es la música? ¿Es el espacio en el que está sonando? ¿Es el motivo por el que Peya toca hoy en la prisión? Todo suma. La música nunca es solo una consecución de notas. Las mismas notas, sonando en el piano bar de un hotel, significarían algo totalmente distinto. Hoy, sin embargo, el recital de piano clásico de Peya transporta en sus notas un potente mensaje político. Y sin palabras.

No hay política en una sonata ni en un adagio, se diría, pero todo en su interpretación es un desafío. Cada tarso y metatarso de sus manos están articulando un movimiento de autodefensa. Peya lidera una estrategia compartida por un público cada vez más numeroso y, aún así, silente. La cárcel sigue en silencio. Ese silencio quiere ser un grito coordinado.

Un micro en el suelo

La menorquina Anna Ferrer se incorpora a la actuación. Su voz escalofría aún más a los presentes sin siquiera quitarse la gabardina, como si pasase por ahí y se hubiese encontrado un micrófono en el suelo. Cuando acabe será una espectadora más embelesada por los pasajes pianísticos de una Peya que ya cosquillea las paredes desconchadas de la Modelo con tersas escalas jazzísticas. Entre el público está Valtònyc. La pianista también lo requerirá para que cante unas rimas. Hoy está rapeando en una cárcel. En menos de un mes entrará en la cárcel por rapear.

Clara Peya lanza ya su quinta y última baza. Sola de nuevo ante el piano, la pianista terrorista se retuerce sobre las teclas para sonsacarle nuevos secretos. Y lo hace. Está deteniendo el tiempo con sus dedos. Lo detiene y lo eterniza grabándonos esta escena en la retina para siempre. Cómo olvidar el día en que vimos un piano de cola en la sala central de la Modelo. Cómo olvidar las razones que nos llevaron hasta allí. Que nos llevaron hasta allí como sociedad.

Un piano se coló el jueves en la cárcel Modelo con una misión: que nadie tenga que entrar jamás en una cárcel por el simple hecho de hacer música.