EL LIBRO DE LA SEMANA

Fernando Aramburu: fragmentos de interior

Tras el éxito de 'Patria', Fernando Aramburu se repliega sobre sí mismo para relatar el contenido fragmentario de su conciencia

Fernando Aramburu, el pasado marzo en Madrid

Fernando Aramburu, el pasado marzo en Madrid / periodico

Domingo Ródenas de Moya

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Después del éxito de una novela realista como 'Patria', en la que el lenguaje y los conflictos tenían que ser vigorosamente colectivos, Fernando Aramburu ha necesitado cambiar de registro, retirarse a su intimidad y devolver a las palabras toda su capacidad de sugestión. De narrar lo que afecta a una comunidad, como es la intoxicación de la vida civil producida por el terrorismo en Euskadi, ha pasado a describir lo que solo concierne a un individuo (el propio autor): el contenido fragmentario de su conciencia, donde las imágenes perdurables, las emociones y sensaciones, los recuerdos rotundos o deshilachados, la vaga noción de sí mismo componen un territorio interior montañoso y refractario a toda cartografía exacta.

Esta inmersión en la esfera de su intimidad no ha adoptado la forma de una autobiografía o un autorretrato convencionales porque Aramburu ha querido respetar la estructura discontinua del mecanismo mental que nos proporciona la impresión de unicidad e identidad, la de ser nosotros mismos. Para ello ha operado al revés que el autobiógrafo: no cuenta el acontecer exterior de su vida sino la repercusión interior de ese acontecer. Ha despojado su texto de acciones y, con ello, de trabazón causal y linealidad temporal, lo que se traduce en una sucesión de breves capítulos de asunto felizmente imprevisible pero arrancados de las paredes interiores del escritor. El yo que está ausente es, por lo tanto, el que ven los otros, desalojado por el yo que se afirma en la memoria y los sentimientos. Y, no obstante, aquí y allá asoman los rastros de los hechos que hubieran armado un autorretrato factual: el chaval que descubrió con fervor la magia verbal en los versos de Lorca, el aspirante a poeta surrealista que fundó el grupo CLOC de Arte y Desastre en 1978, el joven que en el otoño de 1983 se marchó a Alemania enamorado sin saber que lo hacía para quedarse y cumplir allí su sueño de ser escritor, el hombre al que en 1989 va a transformar la cruel enfermedad de su hija o al que un septiembre le van a comunicar erróneamente un diagnóstico letal.

Frente a esos hechos, sin embargo, prevalecen con poderosa intensidad la evocación y la reflexión, ambas de una sutileza inusitada, por ejemplo al recordar los olvidos, o la fragilidad del padre y el dolor que su muerte deja en los objetos que fueron suyos, o al registrar cómo se pierde la juventud o la percepción de la propia materialidad corporal. No faltan recuerdos exaltantes de la vivencia amorosa, de la amistad o de la súbita dicha de saberse vivo, como tampoco de las noches negras y los huecos en el corazón que lo aniquilan casi todo. Asombra la riqueza y diversidad de estos fragmentos de interior, en los que la lectura y la escritura ocupan un lugar importante, una lectura que es fuente de gozo cuando brinda en prosa natural, perspicaz y elegante sus porciones de profundidad, pero también de crecimiento político y moral, como el aprecio al hombre por encima de la idea aprendido en Albert Camus.

Pero quizá el valor más obvio de este libro memorable sea su estilo, denodadamente insumiso al cliché y la asepsia, tenso en cada página, leal al imperativo de revitalizar las palabras de la tribu rompiendo inercias y calcificaciones. Ahí resurge el Aramburu poeta brillante y sin ceremonia en cuya prosa, por momentos, palpita el temblor verbal de César Vallejo, dejándola polvorienta de humanidad.