CRÍTICA DE CINE

Crítica de 'Peter Rabbit': crueldad para niños

Contemplar una versión de acción real de la anárquica brutalidad del 'slapstick' animado inicialmente satisface cierta curiosidad morbosa, pero no tarda en resultar desagradable y perturbador

Nando Salvà

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En un momento temprano de Peter Rabbit, el conejo del título intenta introducir una zanahoria en la hendidura glútea de su antagónico vecino, que momentos después sufre un ataque al corazón. Entonces el animal pincha el ojo de la víctima para asegurarse de que está muerta y, tras confirmarlo, se pavonea. Y, mientras lo relata, la película no solo asume inequívocamente que el incidente es adorable e hilarante por igual. También deja clara su actitud frente a su bestia protagonista, basada en el personaje popularizado por la escritora de libros infantiles Beatrix Potter y aquí reconvertido en un psicópata aquejado por un afán vengativo contra los humanos y una atracción malsana por su vecina.

En su quinta película, el director Will Gluck parece tratar de recuperar la sensibilidad anárquica e hiperactiva de creadores como Tex Avery Chuck Jones, que en los años 40 y 50 se sirvieron de personajes como Correcaminos y el Coyote o como Bugs Bunny y Elmer para comprobar cuánta violencia podía llegar a incluir el slapstick sin dejar de ser cómico. La diferencia es que aquello eran dibujos animados, y Peter Rabbit no. Y contemplar una versión de acción real de esa anárquica brutalidad inicialmente satisface cierta curiosidad morbosa pero no tarda en resultar desagradable y perturbador.

Gluck, asimismo, muestra una voluntad casi desesperada de hacer cuanto sea necesario por provocarnos la risa, y hasta trufa las escenas de pausas que intentan subrayar los gags y dejarlos respirar pero que en realidad acaban sirviendo sobre todo para evidenciar cuántos de ellos no funcionan. Pese a ello, la película está tan segura de su propio ingenio que no duda en poner el foco sobre todos los clichés que su narrativa refríe, quizá confiando en que esa autoconsciencia funcione a modo de excusa por su falta de creatividad. Difícil decidir si eso resulta más o menos molesto que su decisión de resolver el relato con una ola de lágrimas y abrazos y demás muestras de sentimentalismo, en un cínico intento final de vampirizar la ternura y el espíritu humanista de los libros en los que se inspira.