RESCATE

Juan José Saer en la selva de lo real

Rayo Verde ha recuperado la novela 'El entenado' del escritor argentino como parte de un proyecto editorial extraordinario

El escritor Juan José Saer, un año antes de su muerte en Barcelona.

El escritor Juan José Saer, un año antes de su muerte en Barcelona. / periodico

RIcardo Baixeras

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Si hay que retornar a la senda que nos llevará al centro neurálgico de la literatura de Juan José Saer (Serodino, Argentina, 1937 - París 2005) este narrador argentino mayúsculo que pasó buena parte de su vida en París es porque su escritura, de factura realista, es absolutamente moderna una literatura que juega con el lector confundiendo las tramas desde múltiples configuraciones y haciendo que lo narrado tenga el portentoso impulso de lo onírico.

Desde sus comienzos como escritor esas dos prerrogativas fueron decisivas en la poética de Saer y mostraban bien a las claras que para este escritor la incertidumbre era una cuestión nuclear y no solo epocal. La pretensión es trocar la ficción en una suerte de “antropología especulativa” tal y como escribió en uno de sus mejores ensayos, titulado 'El concepto de la ficción'. Si a todo ello le añadimos la narración misma como el secreto mejor guardado que hay que contar, obteniendo de este modo no tanto el relato ficcional de unos acontecimientos, sino más bien los acontecimientos que dan cuenta de una narración, ya habremos logrado una imagen prístina de uno de los narradores más injustamente marginados de la segunda mitad del siglo XX.

En tierra de nadie

Pero Saer siempre está ahí: en el margen central de la literatura. En la soledad desde la que se escriben y se inscriben las grandes obras. Un narrador que había de convertir sus ficciones en “un gran espacio vacío y precario”. Un lugar donde 'Nadie nada nunca', tal y como reza una de sus novelas, propusiera la estabilidad como materia de la ficción. Para Saer la mágica imprecisión de la inestabilidad, el riesgo de lo contado, se convierte en el único milagro posible. Ricardo Piglia -con el que conversó en 'Por un relato futuro'- dejó escrito que “decir que Juan José Saer es el mejor escritor argentino actual es una manera de desmerecer su obra. Sería preciso decir, para ser más exactos, que Saer es uno de los mejores escritores actuales en cualquier lengua y que su obra –como la de Thomas Bernhard o la de Samuel Beckett- está situada del otro lado de las fronteras, en esa tierra de nadie que es el lugar mismo de la literatura.”  Habría que ver hasta qué punto la amistad no era para Saer otro de los ejes de su escritura.

Sus temas, entonces, darían cuenta de todo ello y es así como la muerte, la locura, los recuerdos, la memoria, la nostalgia, lo desconocido, el sufrimiento, lo mítico y la desesperanza se han de convertir en objeto y sujeto de sus libros. El mundo, sus mundos, tratan de explorar y penetrar en la espesura virginal hacha en mano, desbrozando, aquí y allá, cuánta cantidad de extrañeza conserva la realidad o qué ausencia es posible recuperar cuando nada se ha tenido. La literatura como un espacio a conquistar. Para Saer ser “narrador exige una enorme capacidad de disponibilidad, de incertidumbre y de abandono y esto es válido para todos los narradores, sea cual fuere su nacionalidad. Todos los narradores viven en la misma patria: la espesa selva virgen de lo real.”

"Ni me pregunten"

La suya es una literatura repetitiva y sensual, un corpus que avanza muy lentamente en busca del tiempo perdido y donde la variación y ampliación sobre lo mismo le convierte en un escritor mayor y que, ahora más que nunca, hay que reclamar. La intensidad de su escritura hizo que sus textos de ficción, sus ensayos y sus poemas (escritor, sí, omnívoro) se situaran en una geografía imaginaria mítica (de 'El entenado', que Rayo Verde ha recuperado como parte de un proyecto editorial extraordinario en torno a Saer, les diré lo que David Foster Wallace escribió sobre 'Meridiano de sangre' de Cormac McCarthy: “Ni me pregunten”).

Una rara intensidad provocó que su literatura avanzara por aquella selva dirimiendo la potencia inextinguible de unas subordinadas sin fin, el fraseo de una respiración legendaria y el gusto insobornable por el detalle. De hecho, Saer enseña a mirar. Es la mirada íntima de la poesía, que se colaba rigurosamente por su prosa y por sus ensayos, tratando de diseñar la imposibilidad de la propia experiencia. De ahí su modernidad. La suya es una literatura sin atributos, como la de sus admirados Robert Musil, James Joyce, Marcel Proust, Franz Kafka, Italo Svevo, William Faulkner, Witold Gombrowicz, Roberto Arlt o Juan Carlos Onetti. La pretensión, esbozar un texto que pueda dar cuenta de aquello que queda fuera de la realidad; delirar hasta lo imposible por la viscosidad de una tal intensidad de la experiencia que pueda, en un último gesto, dar cuenta de las condiciones de un retiro imposible donde lo callado y el vacío sean el andamiaje sobre el que sostener cualquier ficción, real y verdadera. El hueco voraz es el lenguaje, reducto doloroso capaz de contener lo que no existe. Una forma pura a la que Saer jamás renunció, una reflexión constante sobre de qué modo cabe percibir el mundo. Sus doce novelas, cinco volúmenes de relatos, cuatro libros ensayísticos y un poemario cartografían el tiempo, el espacio y la historia y dicen hasta la extenuación “pliegues, y pliegues, y después otros pliegues, y más pliegues todavía”.