CRÓNICA DE CONCIERTO

Kylie, en la intimidad de Bikini

La diva australiana presentó su inminente disco semi-country ante una entregada audiencia de 800 personas

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Juan Manuel Freire

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La idea de un concierto de Kylie en Bikini podía crear, al principio, cierto desconcierto. ¿Dónde cabrán ahí los gladiadores romanos y las bailarinas de los siete velos? ¿Habrá surtidores de agua? ¿Cómo se hace un concierto íntimo con un repertorio basado en el electro-pop absolutamente bailable?

Pero es que en el 2018 Kylie ha querido hacer un desvío, y lo que presenta en esta minigira (de solo cinco conciertos, el de BCN el tercero tras fechas en Londres y Manchester) es su disco inspirado y grabado en Nashville, 'Golden', previsto para el 6 de abril. Tampoco es que ahora suene a Johnny Cash. En los mejores momentos, recuerda más a la Taylor Swift de la época 'Red', a caballo entre las raíces vaqueras y el pop con vocación masiva. En otros más discutibles, a los híbridos country-EDM de Avicii.

Si el prospecto de un concierto de la Minogue en Barcelona para unos pocos cientos de personas (el aforo era de 800 en Bikini) les parece insólito, sepan que existe un precedente: en el 2004, la diva australiana ofreció una actuación privada para Deutsche Bank en el edificio del antiguo casino de Sant Pere de Ribes, ante una audiencia limitada a las 700 personas.

Al de Bikini pudo acceder cualquier fan con posibilidades de gastar 85 euros (más gastos) en la entrada y, por supuesto, rapidez de pistolero con ratón y teclado. 

Espectáculo humilde

El aparato escénico de esta gira cabría en cualquier bar o café country'n'western de Nashville: se reduce a cinco músicos, dos coristas y una 'K' luminosa rodeada por un corazón al fondo del escenario. Kylie no saltó al escenario con plumas, sino con un sencillo conjunto 'double denim'. Fue su único modelo para toda la noche.

Oportunidad para concentrarse en el delicioso timbre agudo de la artista, que no desafinó una nota ni tiró de pregrabados vocales: muchos raperos nacionales podrían aprender de ella. Las primeras canciones, 'Golden' y 'One last kiss', están lejos de ser clásicos, pero 'Raining glitter' es una delicia de exultante estribillo disco. También delicioso parecía el 'lamington' (pastel típicamente australiano) que alguien del público le regaló justo después.

"Tocaremos algunas antiguas que, quizá, no esperéis", dijo Kylie al principio del concierto. Muchos traían el 'setlist' de casa, guardado en el móvil. No fue tanta sorpresa que rescatara las últimamente poco tocadas 'Breathe' y 'Put yourself in my place', esta última en versión muy acústica; también 'Hand on your heart' sonó sin 'beats', más cerca de la versión del disco orquestal 'The Abbey Road sessions' (2012).

La ya prevista versión de 'Islands in the stream', con Kylie como Dolly Parton y el guitarrista Big Luke como Kenny Rogers, tuvo un encanto indiscutible; es difícil estropear un tema así. Sin embargo, en la sala se empezaba a palpar una cierta frustración por la abundancia de medios tiempos. Tras un breve asalto (en este caso por sorpresa) a 'Wow', llegó la hora de 'The one', y alguna cara se alargó ante lo que parecía una toma baladística. Falsa alarma: al segundo fraseo, un bombo como una catedral.

Una exultante 'All the lovers', el híbrido country-afro-pop 'Stop me from falling' y, sobre todo, el reciente single 'Dancing' dieron pulso hedonista a una recta final con extra de confeti dorado y la bola de espejos en marcha. Kylie no olvidó avisar de una futura gira "ligeramente más grande". Para algunos, lo más grande debió ser estar tan cerca de ella durante esta hora y cuarto.