ENTREVISTA

Éric Vuillard: "La verdad nos emociona y nos hace pensar"

El escritor francés, ganador del último premio Goncourt por 'El orden del día', utiliza el ascenso de HItler para hablar del presente

El escritor y ganador del Goncourt Éric Vuillard.

El escritor y ganador del Goncourt Éric Vuillard. / periodico

Elena Hevia

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Con una narración de poco menos de 150 páginas, el escritor lionés Éric Vuillard (1968) ha logrado el Goncourt, el premio mayor de las letras francesas. 'El orden del día'  (Tusquets - Edicions 62) recoge lo patéticamente anecdótico, se fija en los pequeños detalles sin importancia, acerca el objetivo de la cámara hasta los zapatos gastados de Hitler, los uniformes del ejército nazi en los departamentos de atrezzo en Hollywood antes de que comenzase la guerra, a la espita del gas que los judíos, antes de que se declarase oficialmente la ‘shoah’, dejaban abierta para suicidarse y a cómo la compañía les cortaba el suministro porque los muertos evidentemente dejaban las facturas sin pagar. Ironía y horror con grandes dosis de poesía en un curioso artefacto que el lector debe terminar de construir y de sentir como un puñetazo cuando Vuillard les cuente que los dueños de las empresas que hoy nos surten de lavadoras, coches, artículo de limpieza y pilas apoyaron económicamente al Führer y le sobrevivieron sin problema, claro está.

­A pesar de que usted tenía una trayectoria [de sus libros solo 'Tristeza de la tierra, una historia de Buffalo Bill' había sido traducido], cuando se dio a conocer el Goncourt se le calificó de 'outsider'. ¿Está de acuerdo? Sí, yo no estaba exactamente en la centralidad de la actual literatura francesa. Mi libro no se ajustaba a lo que es habitual en las listas del Goncourt. Apareció en Francia demasiado pronto y además no era estrictamente una novela, sino una narración basada en hecho reales. Pero si un libro así ha logrado el premio quiere decir que los textos con una relación directa con la realidad cada día son cada más necesarios.

Todas sus novelas son históricas pero no en el sentido tradicional. Llegué a esa conclusión sin una reflexión previa. Mientras escribía 'Conquistadors', leí un libro sobre la primera guerra mundial y ahí encontré una frase que me pareció muy interesante. Pensé que se podía escribir de una forma más brillante y poética, con un carácter más irónico y un ritmo más marcado. Hacía referencia a los colores utilizados por el ejercito austríaco que servían para distinguir a los soldados. Esos colores eran un símbolo reaccionario del antiguo régimen pero para mí fueron la clave de la ineficacia de ese ejército. De ahí surgió mi libro 'La bataille d’Occident'.

¿Utiliza la historia para entender el presente, es eso? Sí, el presente es inquietante y borroso, difícil de comprender. Y la historia, que jamás es neutral, siempre tiene un sentido político. Yo hablo de política de la misma manera que lo hacía Victor Hugo en 'Los miserables', mostraba las miserias sociales a su alrededor en un país que había luchado por la libertad, la igualdad y la fraternidad.

¿Es una mirada moral, por tanto? No, es una mirada política. Hugo no reprochaba nada a nadie, sencillamente mostraba la pobreza como un fenómeno social. La recepción de 'Los miserables' fue estremecedora y fue así porque lo que contaba era verdad.

Pone el foco en los detalles más ínfimos que iluminan el relato más que los fríos números. Hay muchos ejemplos en el libro. El del británico Lord Halifax, uno de los artífices de la política de apaciguamiento durante el ascenso del nazismo. En sus memorias, cuenta que en una cita con Hitler, bajó del coche y no se molestó en levantar la nariz, solo vio unos zapatos un poco perjudicados. Se quitó el abrigo y se lo tendió al que creía era un criado, aunque en realidad se tratase de Hitler.

El momento es divertido. Sí, pero tiene también una interpretación significativa. Quiere decir que el conservador Halifax tiene un desprecio social muy grave, se vanagloria de él, y será precisamente ese desprecio el que le haga estar complemente ciego ante el peligro que representa Hitler. Y si no lo vio fue porque en el fondo compartía con él que el nacionalismo y el racismo no eran fuerzas inmorales.

Suele decirse ¿cómo es posible que el pueblo alemán no se enterara de nada? Pero usted amplía esa posibilidad a ingleses, franceses e incluso norteamericanos que no vieron o no quisieron ver venir a Hitler. Es verdad que los ambientes ingleses más aristocráticos estaban en sintonía con el fascismo y que en Francia su alianza se veía como una forma de neutralizar el Frente Popular. Pero bueno, esto no es un ensayo. Es literatura. He utilizado el montaje para comprender cosas que de otra manera no tendrían sentido. Es como un caleidoscopio. Así que el libro supone una posición concreta de mí mismo frente a los hechos. Esa es mi mirada.

¿Se considera un escritor comprometido? Siempre se compromete uno cuando escribe. El siglo XX nos ha enseñado que nuestro saber es incompleto y en cierta forma el psicoanálisis habla de eso. Por eso todo saber completo es una falsificación. Conocemos muchas cosas pero quizá se nos escapa lo esencial. La crítica principal del libro se dirige a los grandes empresarios alemanes y naturalmente lo que he hecho es hacer una generalización del mundo económico actual, pero esa es también una manera de comprender la corrupción.

Hay momentos impagables, como la cena en casa de lord Chamberlain con Ribbentrop, el embajador nazi en Londres, como invitado. En plena cena salta la noticia de la invasión de Austria, pero los ingleses, noblez obliga, no echan a patadas al diplomático y este se aprovecha. Es todo muy farsesco. Es que la ironía es una forma de expresión de la realidad. No está exactamente en nuestra mirada, sino en la realidad misma.

Hubiera sido una magnífica escena de 'El gran dictador ' de Chaplin. En Rennes, donde vivo, hicieron una exposición de Vivian Maier, la niñera fotógrafa. Había una foto que me interesó mucho en la que se ve a un burgués muy gordo sentado en un coche de lujo que extiende una pierna para que un niño le lustre los zapatos. Cuando la vi me pareció que era exactamente una imagen de Chaplin, pero no era una representación, era algo real. Y todavia me cuesta distinguir una de otra cuando pienso en la historia.

Lo más impresionante es que su libro habla de cómo poco a poco van transformándose las fuerzas políticas y sin darnos cuenta entramos en una realidad que no imaginábamos. ¿Es una alerta sobre los actuales ascensos europeos de la ultraderecha? El libro estaba terminado hace dos años cuando muchos de los fenómenos que hoy tenemos en Europa todavía no habían llegado. Y no es que los haya adivinado sino que el libro se inscribe en las dos coordenadas en las que funciona el mundo, la autoridad y la legalidad. En los últimos años hemos visto cómo esos dos ejes han reducido la libertad del ciudadano para aumentar nuestra seguridad. En los años 60, la libertad era un valor en alza, ahora me temo que está en pleno declive. Hace unos años era impensable que los socialistas franceses propusieran quitar la nacionalidad francesa a los acusados de terrorismo. Eso estaba en el programa de la extrema derecha.  

El libro también permite comprobar que la posverdad y las 'fakes news' no son un invento de Trump. Es verdad. Históricamente hemos sido manipulados en nuestras informaciones y lo hemos sido durante el franquismo y durante el colaboracionismo. El único cambio significativo vino con la guerra fría. Ahí había dos versiones, dos visiones del mundo, dos verdades. Hoy solo hay un conjunto de pequeñas versiones que la mayoría de veces no coinciden con la verdad. Lo más inquietante es que hay jóvenes que hoy en día están convencidos de que el hombre no llegó a la Luna.

¿Qué relación debe tener un escritor con la verdad? Cuando uno escribe debe tener el convencimiento de que sus palabras van a revelar lo que es el mundo. No sirve decir la verdad a medias. En el curso de la escritura lo que nos hace temblar es la verdad. Porque la verdad es lo que nos toca, nos emociona y nos hace pensar.