UN MITO QUE NO SE AGOTA

La madre del monstruo

La escritora británica Mary W. Shelley.

La escritora británica Mary W. Shelley. / periodico

Elena Hevia

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Cuando Mary W. Shelley publicó anónimamente 'Frankenstein o el moderno Prometeo' -la novela que iba a crear uno de los mitos más perdurables - el libro apareció sin firma. Fue oficialmente el 11 de marzo de 1818, aunque tres meses antes de esta fecha el 1 de enero, algunas cartas documenta una edición muy chapucera y hoy perdida de 500 ejemplares. La mujer detrás del monstruo era hija de Mary Wollstonecraft, pionera del pensamiento feminista y autora de 'Vindicación de los derechos de la mujer'  y William Godwin, pionero del pensamiento anarquista. Una mezcla explosiva. Sin embargo, poco pudo influir la madre en la pequeña Mary porque murió de fiebres puerperales y el padre siempre se mostró bastante distante con ella generando sentimientos ambivalentes.

Varias ediciones de la novela pueden encontrarse en las librerías en ocasión del aniversario, a destacar la edición anotada publicada originalmente por la editorial del Massachusetts Institut of Technology (MIT) dirigida a científicos, creadores y curiosos en general y un pequeño librito; ‘Mary Shelley i el monstre de Frankenstein’ de Ricard Ruiz Garzón, un ensayo literario muy a la inglesa que revela la fascinante vida de la autora y la enorme multiplicidad de lecturas del mito

Villa Diodati

Frankenstein nació, es mundialmente conocido, en una famosa noche a orillas del lago Leman cerca de Ginebra, donde un grupo de escritores muy jóvenes se recluyeron en Villa Diodati. En una curiosa plasmación del efecto mariposa, el verano de 1816 fue muy frío por un fenómeno climático consecuencia de la erupción de un volcán en Indonesia. Percy  Shelley, Mary que todavía no había casado con el poeta, Lord Byron y su secretario John William Polidori , y la hermana de Mary, Claire Fairmont, amante de Lord Byron, se propusieron a modo de juego de salón imaginar un cuento de terror cada uno.

Irónicamente fueron los personajes secundarios de esta historia, Mary Shelley y Polidori, los que crearon las dos criaturas más perdurables. Polidori, un vampiro con las señas de identidad que todos conocemos, consecuencia de su relación masoquista con Byron y Mary Shelley, la ganadora absoluta de aquel reto, que a los 18 años parió imaginativamente una criatura hecha de restos humanos de dos metros y medio y labios negruzcos. Un mito incombustible para los siglos que aun vendrán puesto que está en el origen de las últimas teorías del poshumanismo o para entendernos, lo que Philip K. Dick plasmó en ‘Blade Runner’ con sus replicantes “más humanos que los humanos”.

La liberación de las mujeres

En plena resaca de la mayor reinvindicación feminista de la historia, resulta totalmente tentador interpretar la vida de la autora y de su creación en esa clave.  Las teorías de Wollstonecraft, la madre, encontraron el campo abonado con las ideas igualitarias de la revolución francesa, pero luego, llegado el Terror y sus excesos, se produce un reflujo muy conservador respecto a ellas. “Mary Shelley tiene la sensación de que la memoria de su madre y sus ideas han sido castigadas por haber abierto el camino a la liberación de las mujeres y su postura es mucho más comedida”, explica Ruiz Garzón. De ahí que una mirada miope establezca que no hay una conciencia feminista –desde luego no la hay desde un punto de vista explícito- en 'Frankenstein', la novela. Pero si concebimos la obra como el fallido resultado de un hombre intentando trasmitir vida las cosas empiezan a tomar un tinte involuntariamente reivindicativo, porque en términos de creación Frankenstein es un fiasco.

Para Ruiz Garzón hay varios aspectos a tener en cuenta en una novela de la que los que basen su conocimiento en las adaptaciones cinematográficas quedarán sorprendidos. Las mujeres que aparecen la obra son todas ellas bastante convencionales pero eso no les impide acabar violentamente. Pero, sorprendentemente, eso no ocurre con Safie, la inmigrante exótica que enseña a hablar y a leer al monstruo. “Ella es alguien que ha renegado de su fe musulmana, un personaje cultivado que habla varios idiomas,  que ha labrado una vida independiente y que yo diría que cumple uno por uno todos los requisitos de Mary Wollstonecraft. Es un pequeño detalle pero muy significativo porque al final no se la castiga”, explica el autor.

Los hijos muertos

Luego está la vida de la propia escritora, que aunque pasó sus últimos 30 años de viudez guardando la llama del renombre de Shelley, a los pocos meses de conocer al que acabaría siendo su marido no dudó en huir con él (estaba casado) y no se negó a tener relaciones con otros hombres, amores a los que le empujó el propio poeta, ferviente defensor del amor libre, en una operación que hoy no dudaríamos en llamar poliamor. No hay que olvidar que labrarse una trayectoria como escritora y criar sola a su hijo eran entonces aún más difícil que ahora.

El asunto de los hijos también traza paralelismos interesantes entre la vida de Mary y su criatura hecha a pedazos de carne muerta. A los 20 años, cuando ya ha perdido al primero de sus hijos y está embarazada del segundo que también morirá, se pone a escribir una novela cuyo motor es precisamente cómo devolver la vida a los muertos. Había entonces y habrá en el futuro muchos cadáveres en la vida de la autora. Su madre de cuya muerte ella se consideraba responsable. Y no, no es asunto de poco interés que Mary y el poeta Shelley tuvieran sus encuentros amorosos junto a la tumba de Wollstonecraft. Los espíritus románticos amaban estas cosas. Pero vendrían más muertos, de los cuatro hijos a los que dio a luz solo sobrevivió uno. La primera esposa de Shelley se suicidó arrojándose al lago Serpentine de Londres, lo que facilitó la boda de Mary, que pudo llevar el apellido Shelley con propiedad burguesa. El propio Shelley moriría ahogado en 1822 en La Spezia.

En el XIX eran las mujeres, las cuidadoras, las que estaban más en contacto con la muerte en su forma más cotidiana, la de los niños que morían al nacer o la de las otras mujeres que lo hacían al dar a luz. A los hombres, sin embargo, les gustaba relatar el final con una épica heroica mucho menos realista. Y aquí habría que pensar en la muerte de Lord Byron combatiendo por la independencia de Grecia en 1824.

Monstruo de bondad

El hijo más universal de la autora, 'Frankenstein' –ahora ya se le puede dar ese nombre-  solo es en realidad una criatura bondadosa, como un niño pequeño al que hay que enseñar la diferencia entre el bien y el mal. Mary no fue consciente de lo que había creado. Le horrorizó ver cómo su criatura se subía al escenario de los teatros perdiendo toda su esencia y se hubiera horrorizado aun más con las adaptaciones al cine. Pero el monstruo había cortado ya el cordón umbilical y ganado una realidad superior a la de su creadora.