CRÓNICA

Christina Rosenvinge, belleza convulsa

La cantante desplegó en Apolo su nuevo disco, 'Un hombre rubio', casando la reflexión sobre los roles de género con la jornada feminista del 8 de marzo

Christina Rosenvinge, el jueves en la Sala Apolo

Christina Rosenvinge, el jueves en la Sala Apolo / periodico

Jordi Bianciotto

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Aunque solamos apreciar las propuestas en torno al pop y el rock más por sus propiedades musicales que por sus textos, hay que destacar el refinado ejercicio literario de Christina Rosenvinge en su nuevo disco, ‘Un hombre rubio’, en el que, a partir de la figura paterna y de los corsés de género, despliega todo un repertorio de canciones escritas desde un yo masculino indefinido. Composiciones de fondo muy acorde con la jornada feminista de este 8 de marzo, como hizo notar la artista madrileña al convertir el concierto de este jueves en Apolo en un acto reivindicativo.

Antes de comenzar, entraron en escena una treintena de mujeres profesionales de la industria musical en Catalunya, encabezadas por Carmen Zapata, gerente de la asociación de salas, la ASACC, que leyó un manifiesto con alusiones a las diferencias salariales y a la poca presencia femenina en puestos directivos, y pidió conservar el “altavoz” propiciado por la movilización para conseguir “pequeñas conquistas cada día”. Reivindicación explícita que dio paso a otra, más poética, a cargo de Rosenvinge y sus canciones encaminadas a reflexionar sobre los roles, como esa ‘Niña animal’ que abrió la sesión con trazo impetuoso.

Cuestionando roles

Sustanciosas composiciones de estreno que recorrió en su totalidad en una puesta en escena de claroscuros, a juego con esa estética sonora que casa las esbeltas melodías con un fondo pospunk, la belleza y un rigor gótico, como en la majestuosidad de ‘Pesa la palabra’ o en los pliegues, con trazos de teclados a lo Nick Cave, de ‘Romance de plata’, un franco diálogo con su padre. “La canción probablemente más difícil que haya escrito nunca”, confesó. Y hay que mencionar ‘La flor sobre la vía’, altiva como una efigie, pero vulnerable en ese texto en el que la figura masculina no se reconoce en los roles predeterminados. Ahí, el feminismo apuntó hacia la liberación de la masculinidad. “Esta canción habla de todos los que no queremos ser definidos solo por nuestro sexo”, indicó, y añadió: “todos somos hijos de una flor”.

Ese repertorio se entrelazó con repescas de canciones un poco más luminosas, quizá más pop, como ‘Mi vida bajo el agua’ y ‘La distancia adecuada’, y con los fogonazos eléctricos de ‘Alguien tendrá la culpa’, donde Rosenvinge cambió el teclado por la guitarra cruzándola con la del recuperado Manuel Cabezalí (Havalina). Las canciones del penúltimo disco, ‘Lo nuestro’, estuvieron plásticamente más cerca del nuevo material: ahí estuvo la dureza de ‘La muy puta’ y el punto tribal de ‘La tejedora’. Pero, para los bises, ella reservó un guiño al pasado más lejano, la rocanrolera ‘Voy en un coche’, que, bien mirada, se puede leer en clave de empoderamiento femenino a lo ‘Thelma y Louise’: la “princesa de la autopista” que se lanza a una aventura salvaje que, en el fondo, sigue hasta hoy.