DISTINCIÓN LITERARIA

Quim Monzó gana el 50 Premi d'Honor de les Lletres Catalanes

El escritor asegura que desde el 2010 Catalunya ha vivido en una "faramalla de ilusión independentista"

Quim Monzó en Òmnium Cultural durante el anuncio del premio.

Quim Monzó en Òmnium Cultural durante el anuncio del premio. / periodico

Elena Hevia

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El año pasado, el Premi d’Honor de les Lletres Catalanes a Isabel-Clara Simó vino con controversia. Para algunos, el lema del organizador del galardón, Òmnium Cultural, “llengua, cultura, país”, se escoraba pronunciadamente hacia lo político y mantenía un perfil más bajo en los aspectos más creativos. Así que este año, uno de los más extraños de la entidad -con su presidente, Jordi Cuixart, en prisión-, se ha optado por alguien más indiscutible, en los tres conceptos y más allá. Quim Monzó, posiblemente el valor más ecuménico de las letras catalanas y uno de los más leídos, ha sido el ganador de la 50 edición. A sus 65 años, el antiguo 'enfant terrible' de las por entonces nuevas voces catalanas es el segundo más joven en obtenerlo detrás de Jaume Cabré, lo que sirvió al autor para afilar su habitual humor y preguntarse si el jurado, que no había esperado a una edad más provecta para distinguirlo, sabía algo que él ignoraba de sí mismo, una enfermedad fulminante, por ejemplo. “A lo mejor la palmo de aquí a dos días”, dijo con la boca pequeña.

Pero eso fue después de su contundente manifestación en pro de Jordi Cuixart, Òmnium obliga, lo más solemne de su comparecencia y que muestra a un Monzó raro, un Monzó sin palabras: “A lo largo de 49 años jamás había ocurrido que el ganador de este premio se enterase a través de una carta manuscrita y no de una llamada telefónica. Frente a ese papel fechado en Soto del Real no supe qué contestar y ahí se quedó el borrador”.

Pere Calders de hoy

El autor de 'Uf va dir ell' y 'La magnitud de la tragèdia' descree de los premios -“a poco que te hayas movido en el mundillo editorial sabes que están amañados”, dijo en relación a los que proponen las editoriales-, incluido el Nobel; "bueno, el Nobel es cuestión de gustos personales, de esa ‘colla’ de escandinavos que un día se lo dan a John Motherfucker y no a Sara Smith". Y ahí aprovechó para repasar los nombres ilustres honrados con el premio y constatar que a Joan Brossa, otro amante del surrealismo como él, el Premi d’Honor lo dejó olvidado en la cuneta.

Con Monzó se premia al cuentista ingenioso –su mejor aportación-, al novelista costumbrista reflejo de su tiempo, a la versión puesta al día de Pere Calders o al escritor que en los 70 trajo a Catalunya el ‘realismo sucio’ de Raymond Carver cuando aquí nadie conocía a aquel sujeto. Y, como en otras ocasiones –desde Foix hasta Isabel-Clara Simó- también se premia al periodista. Martí Domínguez, miembro del jurado recordó sus colaboraciones en el 'Avui' y en 'La Vanguardia', pero olvidó EL PERIÓDICO, donde tuvo columna y brilló durante años.

Escribir y publicar

Hábil estratega a la hora de escurrir el bulto frente a los periodistas, Monzó, que no publica narrativa desde hace diez años cuando apareció el libro de relatos 'Mil cretins', refrendó un juramento. “No voy a publicar nada porque estoy harto de que me pirateen”, dijo y sigue diciendo, pero eso no quiere decir que no siga escribiendo. “No hay un plan, sencillamente los textos se amontonan o se reúnen en una carpeta del ordenador y te das cuenta de que se ha formado un nuevo libro”. Del arte de escribir memorias también habló mucho. Se le preguntó si estaba manos a la obra en ellas y se dejó arrastrar por el entusiasmo de lo que supone hacerlo, si cuentas más o menos la verdad en ellas, y cuando parecía que iba a confesar, se echó atrás y echó su jarro de agua fría. “No, no estoy escribiendo mis memorias”. Si ese libro apareciera finalmente, porque la literatura es la más verdadera  de las mentiras, Monzó tampoco dejará que se digitalice.

Es un apocalíptico convencido, no solo en el terreno tecnológico; hace años que lleva una campaña contra lo que considera la disolución de la lengua catalana, a la que augura el mismo destino que el gaélico irlandés o el occitano, dos lenguas hoy casi inexistentes pese a contar con un Estado.  “La lengua catalana sigue bajo mínimos aceptables. Desde el 2010, Catalunya ha vivido en una faramalla de ilusión independentista que ha dejado arrinconada la lengua”, ha acusado. Para aquellos que no estén muy familiarizados con la expresión catalana hay que decir que 'faramalla' en catalán alude a un conjunto de cosas de cierta apariencia pero de poca importancia. Pero la palabra, y la cosa tiene su miga, tiene también su significado en castellano: “Charla artificiosa encaminada a engañar”. Y es que como dice Monzó: “Si no supiera castellano no entendería muchos textos en catalán”.