CRÓNICA

Chris Robinson Brotherhood, una acogedora hermandad

El grupo del excantante de The Black Crowes ofreció una oceánica exhibición de rock abierto a la improvisación en Bikini

Chris Robinson, en la sala Bikini

Chris Robinson, en la sala Bikini / periodico

Jordi Bianciotto

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Hay conciertos en los que uno no va tanto a escuchar unas canciones determinadas como a fundirse en un estado emocional colectivo y a participar de un modo de hacer y de entender la música. Como los de Chris Robinson Brotherhood, la banda que el excantante de The Black Crowes creó en el 2011 con la vista puesta en las formas sonoras propias de las ‘jam bands’ surgidas en los años 60, en las que no sabes muy bien dónde termina un género y comienza otro, donde el tiempo no cuenta y la ejecución musical limita con la experiencia mística.

Así fue este martes en un Bikini atiborrado de fans encantados con la evolución de Robinson hacia esa música libre de corsés en la que, aun así, todo cuadra porque solo dominando la caligrafía es posible atreverte a superarla. Concierto de tres horas (incluido intermedio) con un repertorio imprevisible: solo tres de las 17 canciones coincidieron con el ‘setlist’ del lunes en Madrid. No importa tanto, pues, la selección de títulos como la actitud global ante la música. La tropa de Robinson la expresó entrando en materia poco a poco con el rock flotante de ‘Jump the turnstiles’ y valiéndose de un flujo de armonías vocales, ritmos sensuales y diálogos instrumentales inspirado por artistas de otro tiempo, con The Grateful Dead en lo alto. El sonido “‘hippie’ barroco”, como ha dicho alguna vez el cantante.

Sonidos excéntricos

Ahí estuvieron piezas como ‘Roan county banjo’, abriendo generosos espacios para la improvisación. Hay que hablar de la finísima guitarra de Neal Casal, más técnica y emocional que exhibicionista, y el efecto un tanto excéntrico de los teclados de Adam MacDougall, sobre todo ese sintetizador Moog que, en solos como el de ‘Sunday sound’, nos transportó a todos al prog-rock y el jazz-rock de los 70.

El segundo ‘set’, que se abrió con el guiño a Roy Orbison de ‘Dream baby’, basculó entre extremos: de la magnética ‘Vibration & light suite’, con su larga progresión cósmica, a las canciones, un poco más manejables, del último disco, ‘Barefood in the head’, coronadas por el filo rockero ‘funky’ de ‘Behold the seer’. Después de todo, en la base del edificio estaban, aunque modulados, desmenuzados y deconstruidos, los materiales más excitantes, como dio a entender el grupo con el impetuoso asalto a la canción que cerró la noche, el ‘Rock & roll’ de Lou Reed.