CRÍTICA DE CINE

'Yo, Tonya': el biopic contra sí mismo

Esta película sobre la patinadora Tonya Harding es tan marrullera y tan poco de fiar como su heroína. ¿Existe mejor forma de hacerle justicia?

Nando Salvà

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La que fuera patinadora olímpica Tonya Harding es sobre todo recordada por el escándalo que acabó con su carrera: la agresión que en 1994 sufrió su rival Nancy Kerrigan, oficialmente orquestada por el exmarido de Harding, y de la que nadie llegará nunca a tener claro qué grado de implicación tuvo ella misma.

Yo, Tonya no pretende exonerar a su protagonista, pero sí matizar la imagen que el público tiene de ella recordando la miserable vida que tuvo: los abusos físicos y psicológicos que sufrió de su madre y su pareja; el desprecio que recibió del mundo del patinaje artístico, que la consideraba demasiado pobre y vulgar; la explotación a la que fue sometida por un público hambriento de carnaza sensacionalista.

En el proceso, eso sí, neutraliza los intentos de Harding de erigirse en heroína trágica, de dos maneras. En primer lugar, no trata de imponernos su versión sino que pone en duda todo cuanto ella y el resto de personajes de su historia tienen que decir, y mientras lo hace nos invita a  cuestionar cómo se fabrican las narrativas oficiales de los acontecimientos. En segundo lugar, echa mano de un humor corrosivo como el flúor que, es cierto, por momentos está peligrosamente cerca de considerar a su protagonista como un gran chiste. Habrá quienes digan que el director Craig Gillespie llega a caer en el mismo sensacionalismo que los periodistas carroñeros que en su día esperaban a la patinadora en la puerta de su casa, y no les faltará razón. Por otro lado, eso solo significa que Yo, Tonya es tan es tan marrullera y tan poco de fiar como su heroína. ¿Existe mejor forma de hacerle justicia?