CRÓNICA

Demoledor Metallica

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Jordi Bianciotto

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Una de las camisetas oficiales de esta gira muestra con orgullo la leyenda 'Bay Area, thrash since 1981'Metallica luce galones y recuerda sus orígenes en el bautismo del metal extremo en la bahía de San Francisco. Los viejos y heroicos tiempos, a los que el cuarteto californiano apela en ese enésimo regreso a las raíces, recibido por los fans con más alivio que los anteriores, que es 'Hardwired... to self-destruct', el disco que presentó anoche en un imponente concierto en el Palau Sant Jordi, ante un público que agotó todas las entradas hace casi un año.

Los cincuentañeros chicos de Metallica, haciendo todo lo que estaba en sus manos para convencer a sus seguidores de que siguen siendo los mismos, que sus momentos de flaqueza (comercialización, autoparodia) quedan lejos y que les rige la misma y salvaje vibración que hace tres décadas abrió en canal el mundo del heavy metal. Si no es así, lo pareció en una noche en que Metallica combinó con furia y técnica clásicos y material reciente, empezando por unos 'Hardwired' y 'Atlas, rise!', del nuevo disco, moderadamente impulsivos. La sesión había comenzado a andar, como es costumbre, con la cita a la banda sonora de 'El bueno, el feo y el malo' Ennio Morricone, aunque antes la sala ya estuvo bastante poblada para asistir al aquelarre, mitad hard rock mitad metal con ferocidad vocal gutural, del notable telonero, el grupo noruego Kvelertak.

Cuando se vino abajo el recinto fue con la tercera canción, 'Seek & destroy' (1983), mientras la banda, en un escenario situado en el centro de la pista (como el de la gira que los trajo en 1996, en tiempos de Load), veía bajar sobre sus cabezas una cuarentena de cubos con imágenes de sus inicios. Cajas que podían cobrar aspecto de monitor de televisión o, en 'Welcome home', simular que contenían a desdichados individuos que movían brazos y piernas tratando de escapar.

Cambios de guion

Sorpresa entre los fans cuando el grupo atacó la no prevista ' seguida de una amenaza dispensada por James Hetfield: «Si queréis vivir para siempre, primero tendréis que morir», anunció con motivo de 'Now that we're dead', donde los cubos bajaron hasta el escenario e hicieron las veces de bombos, golpeados al unísino por todos los miembros de la banda. Más material nuevo con la petrea 'Confusion', acompañada de imágenes de guerra.

La temática antibelicista es un clásico de Metallica desde sus inicios, como recordó la totémica 'For whom the bell tolls', inspirada en 'Por quien doblan las campanas', de Hemingway, con su trasfondo de la guerra civil española. 'Halo on fire' trajo texturas más matizadas y un tramo final protagonizado por la desbocada pirotecnia digital de Kirk Hammett, quien fue presentado por Hetfield, como los otros compañeros de banda, como «un amigo, un hermano».

Sorpresa rumbera

Metallica puede sorprender a sus fans con cualquier canción escondida de su repertorio, pero era difícil esperar que en el Sant Jordi hubiera margen para «un poco de rumba catalana», como anunció Hetfield. El bajista, Robert Trujillo, de raíces mexicanas, lanzó un guiño a «¡Peret, El muerto vivo!(en realidad, la canción es del colombiano Guillermo González Arenas), y procedió a cantar la canción acompañado por la guitarra de Hammett e invitando a entonar a la clientela metalera aquello de «no estaba muerto, estaba de parranda». [Este es el el vídeo del homenaje de Metallica a Peret.]

No era el caso, hay que decir, del pobre Cliff Burton, bajista original del grupo, fallecido en 1986, a quien Trujillo rindió honores recorriendo un solo de culto, el de 'Anesthesia (Pulling teeth)'. Más giros inesperados: vigoroso asalto a 'Breadfan', del grupo setentero Budgie, procedente del disco de versiones 'Garage inc' (1998). De ahí a 'The memory remains', única cita a la denostada era 'Load'. En 'Moth into flame', los cubos se convirtieron en neones comerciales a lo Times Square.

Heridos de guerra

Para el tramo encarado hacia el clímax de la noche, Metallica confió en dos largas piezas fetiche, ambas con mensaje pacifista y político. Primero, las dolorosas contorsiones de 'One'  y su historia sobre el soldado paralizado y con los sentidos anulados, que vino arropada por imágenes de 'Johnny cogió su fusil'. Aceleración de evolución matemática, enlazando los acordes finales con el implacable arranque de 'Master of puppets', con su metáfora acusatoria, en la que todos somos títeres manejados por fuerzas superiores, vociferada a todo pulmón por el Sant Jordi.

Con la voz ya gastada pero aún feroz, Hetfield aguantó hasta las últimas municiones, un bis que el grupo abrió con 'Spit out the bone' y que completó vía 'Black album' con los hitos 'Nothing else matters 'y 'Enter sandman'. Trofeos de una banda que, pese a las heridas, aún sabe cómo sacudir un pabellón deportivo y ponerlo del revés.