CRÓNICA

Jorge Drexler, los poderes de la canción

El cantante uruguayo desafió al público del Liceu con el sonido aventurero de 'Salvavidas de hielo' en la apertura del festival Guitar BCN

Jorge Drexel en el Liceu.

Jorge Drexel en el Liceu. / periodico

Jordi Bianciotto

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Con sus cambios y experimentos, Jorge Drexler consigue que de repente el 90% de los ‘cancionistas’ del mundo (etiqueta que él prefiere a la de cantautor) parezcan rematadamente aburridos. Pudiendo enfocar su música de tantos modos, ¿por qué suelen aferrarse a uno, disco tras disco, limitándose a sustituir las partituras antiguas por otras nuevas? La pirueta del uruguayo se redobla cuando, encima, vemos que sus audacias tienen recompensa en esas salas llenas de público excitado, como este sábado en el Liceu, apertura del festival Guitar BCN.

Drexler, como Caetano Veloso, parece disfrutar de la confluencia de lo popular y lo vanguardista, llevando la idea de canción un paso más allá y canalizando la creatividad no solo a través de melodías y armonías sino también de texturas, timbres, estímulos rítmicos, connotaciones plásticas que interpelan a nuestro subconsciente y hasta diálogos con el silencio. El resultado ensancha los contornos de un arte, el del trovador, donde todo parecía haber sido inventado, desprende cierta estela de magia y es divertido.

Malla de sonidos

La estética de ‘Salvavidas de hielo’, disco hecho con guitarras y solo guitarras, se extendió a cuatro músicos que manipularon del derecho y del revés diferentes versiones del instrumento, pulsando sus cuerdas o golpeando las cajas con baquetas o escobillas, e integrando asimismo percusiones, bajo y programaciones. A partir de ‘Movimiento’, cogiendo impulso en torno a un lema provocador (“yo no soy de aquí, pero tú tampoco”), el quinteto se alzó como una bestia exótica sostenida sobre sonidos crepitantes, una malla espesa de notas, crujidos y roces de un tacto inédito.

Esa orquesta de las mil y una cuerdas y maderas subió si cabe el listón en la recuperación de ‘Bolivia’, con cadencia selvática, y de ese ‘Abradacadabras’ con brillante giro melódico tropicalista. A decir verdad, este Drexler envuelto en guitarras es tan rítmico como el de ‘Bailar en la cueva’, aunque sus conciertos siempre están abiertos al contraste. Ahí estuvo ‘12 Segundos de oscuridad’, con un foco recorriendo el Liceu como su fuera el faro del Cabo Polonio, y el tramo de distancias cortas que incluyó un ‘Salvavidas de hielo’ en el que lució su voz cercana. Canción esta que habla de asideros acogedores que se funden con la primera luz. Quizá no el caso de su amistad con Sílvia Pérez Cruz, quien apareció para unir su voz con la suya en ‘Soledad’ y ‘Cucurrucucú Paloma’.

Valiente en el diseño del repertorio, Drexler recaló en pocos clásicos, y ahí hay que citar la repesca de ‘Antes’, fundida nada menos que con ‘Free fallin’’, del malogrado Tom Petty, y ‘La trama y el desenlace’, encarada a un clímax con el público en pie, entregado a la celebración colectiva de ‘Bailar en la cueva’ y ‘Quimera’, y comprobando que las propiedades y poderes de una canción pueden ser ilimitados.