CRÍTICA DE CINE

'Call me by your name': Un espacio de libertad

Quim Casas

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James Ivory dirigió en 1987 'Maurice', adaptación de una novela de E. M. Forster sobre la relación amorosa entre dos jóvenes universitarios en la Gran Bretaña de inicios del siglo XX. Tres décadas después, Ivory firma el guión de 'Call me by your name', historia de los amores entre un joven de 17 años y el nuevo ayudante de su padre, un estadounidense de 30. La relación se produce durante el verano de 1983 en la mansión que los padres del joven Elio tienen en el norte de Italia: luz cálida, los cuerpos jóvenes bañados en sudor, paseos en bicicleta, baños en el lago y el poso de la gran cultura, con las estatuas griegas que el padre y Oliver, su ayudante, estudian casi en éxtasis.

Porque si Oliver es tan importante como Elio, el padre de este juega un papel breve pero primordial en la historia. Es un filme centrado en la pareja, pero Luca Guadagnino no descuida los detalles que hacen crecer dramáticamente a quienes los rodean, sean padres, novias o amigos. Todo está en su sitio, bien medido, como los tapices y las esculturas, exudando una sensualidad que el director de 'Cegados por el sol' (y del inminente 'remake' de 'Suspiria') filma con precisión, evocando además un verdadero espacio de libertad.

A diferencia de algunos trabajos de Ivory, 'Call me by your name' sortea bien el esteticismo y trata de forma armoniosa los silencios y deseos entre los dos protagonistas. Guadagnino es a la vez distante, paciente y sensual. Y sobre todo, dota de sinceridad una historia en la que en apariencia pasan pocas cosas relevantes hasta la parte final, pero cada una de ellas tiene algo más que sentido y sensibilidad.