PERFIL

La mujer que fue Robert Capa

El excelente trabajo de la malograda fotógrafa fue ocultado tras el nombre de su pareja sentimental

Gerda Taro en la cama,  en 1936.

Gerda Taro en la cama, en 1936. / periodico

Elena Hevia

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Durante años, Gerda Taro ha sido tan solo un hermoso anexo a la leyenda de Robert Capa. Como cuando en las viejas películas bélicas de Hollywood, el productor exigía que apareciera una mujer unos pocos minutos porque en la fórmula no debía faltar una historia de amor. Solo que Taro era real y no el florero del héroe. Ahí están sus fotos y una figura que con el tiempo ha ido adquiriendo no solo más entidad, más allá de su trágica muerte a los 26 años, por el hecho de ser una de las primeras fotorreporteras de guerra -y la primera caida en un campo de batalla-, una pionera de la emancipación femenina y una excelente profesional.

Gerda Taro era alemana y judía, de ascendencia polaca. Creció en la República de Weimar, semillero de ideas libertarias y radicales. El compromiso político marcó su vida, normal, tratándose de la hija de un médico comunista y una mujer que se jactaba de haber conocido a Lenin. De hecho, algunos analistas fotográficos aseguran que si existe un sello Taro en sus fotografías es precisamente esa ideología que personaliza todos sus encuadres.

Ella firma sola

El ascenso de Hitler en 1933 al poder llevó a la rebelde Taro a París, como tantos otros exiliados y allí se encontró con un húngaro Endré (afrancesado a hora a André) Friedmann, tres años menor que ella y con un prodigioso talento para la fotografía. Se convierte en colaboradora de ese hombre de raro atractivo,  un tanto patoso y con un nulo don de gentes. Él le enseña a ella a fotografíar. Ella a él, a construirse como artista. De hecho, entre ambos inventan un tercer personaje inexistente. Un hombre. Porque en cuestiones de fotoperiodismo bélico, nada vende mejor que un famoso reportero norteamericano. A ver, cómo puede llamarse. Robert, como el galán del momento, Robert Taylor. Y Capa que deriva de Capra, el director de cine más aplaudido. La pareja convence a la agencia Alliance Photo de que son los representantes del 'famoso' Robert Capa. Todo invención. Incluso el nombre de ella lo era, porque en realidad se llamaba Gerta Pohorylle. La firma Robert Capa, el nombre que él adoptaría, pasaría a ser más tarde Capa Taro, hasta que en los últimos meses, cuando ambos están ya cubriendo la guerra civil, ella se decide a firmar sola.

Solo cuatro meses antes de que estallase la guerra civil española, Taro consigue el carnet de prensa y, naturalmente, está lista para presentarse en primera línea de fuego. Junto a Capa y su amigo David Seymour, 'Chim' vuela hasta la Barcelona anarquista liderada por Durruti, más tarde se dirigen a Madrid acompañando la marcha del POUM. Durante mucho tiempo fue difícil separar la autoría de las fotos de la pareja, atribuidas a Capa, porque solo a partir de 1937 en el segundo viaje de Taro a España, cuando viaja en solitario a Andalucia, ella  decide que es tiempo de separarse, solo profesionalmente, de su compañero sentimental. Que él utilizara una Leica y ella, una  Rolleiflex ayudará a distinguirlos en el futuro. Pero no es fácil, porque en algún momento ella también captaría alguna imagen con la Leica de él.

La maleta mexicana

Para Capa queda la iconografía heroica, la del miliciano (sea esta una imagen falseada o no). Para ella, las imágenes del pueblo asediado, de los combatientes en momentos más cotidianos (esa miliciana con tacones es impagable). Diversas biografías y exposiciones que en los últimos años han celebrado y revalorizado su trabajo. En el 2008 se hizo pública la aparición de una maleta perdida con cerca de 4.000 fotografías de Capa y Taro  -más las de Chim- maleta perdidaque ayudó no poco  a deslindar el trabajo de ambos. En esa maleta, que incluía tres cajas, puede encontrarse entre otras muchas joyas, la imagen que muestra a la fotógrafa en 1936, con el pelo muy corto, en una cama de cedido somier, desmadejada por el sueño, vistiendo el pijama de Capa, que es quien robaba ese momento con su óptica. Es una imagen que podía haberse captado ayer por la tarde, dada su modernidad. Y no todo el mérito es de Capa.