EL LIBRO DE LA SEMANA
Ray Bradbury: el laberinto de los fantasmas
El autor de 'Crónicas marcianas' recrea en 'Cementirir de llunàtics' un Hollywood entre kitsch y espectral que muy bien podría haber filmado el Tim Burton de otros tiempos
Cuando era pequeño, Ray Bradbury era un cazador de autógrafos. Vivía cerca del Uptown Theatre, en Los Angeles, y se las apañaba para colarse en estrenos rutilantes, día sí, día también. Acabó colaborando con la industria -en la adaptación de 'Moby Dick' para John Huston, por ejemplo- y con sus márgenes -en 'It Came from Outer Space', de Jack Arnold-. El joven escritor que protagoniza 'Un cementiri de llunàtics', la segunda entrega de una trilogía dedicada a mayor gloria de Hollywood, es el propio Bradbury, que alimenta la florida fauna de su novela con personajes reales que se cruzaron en su camino a los que cambia el nombre -Roy Holstrom, técnico de efectos y experto en 'stop motion', es su amigo Ray Harryhausen; Fritz Howe es una fusión de Fritz Lang y el director de fotografía James Wong Howe-. El subtítulo del texto ("otra historia de dos ciudades") podría hacernos pensar que está animado por un espíritu dickensiano, aunque es más bien una fabulación autobiográfica en clave de novela negra. Estamos, por tanto, más cerca del 'Noir' de Robert Coover que del Bradbury de 'Crónicas marcianas'. Esto es, un brillante ejercicio de metaficción que mezcla fantasmas y pistas falsas, confesiones de fan irredento y pesquisas en forma de callejón sin salida.
La novela se desarrolla entre dos mundos, los estudios de Maximus Films y el cementerio que se alza a su lado. Es un escenario que Bradbury roba de la realidad -el cementerio Hollywood Forever colindante a los estudios Paramount- y que le sirve para establecer una atractiva equivalencia entre la fábrica de sueños y las lápidas que los silencian, la ciudad de los vivos frente a la ciudad de los muertos. No es extraño que ambas se contagien de luz y oscuridad: la gente del cine que aparece en la novela es estrambótica e improbable, como una pandilla de fantasmas jugando al escondite en el País de las Maravillas, y el cementerio, en apariencia "quieto y de piedra", hierve en el caldo de sus secretos y misterios. Es precisamente un misterio, la visión del espectro (¿o acaso no lo es?) del antiguo director de Maximus Films, muerto veinte años atrás y ahora encaramado al muro del cementerio, el que desencadena la trama de la novela.
Entre Chandler y Lewis Carroll
Si 'Un cementeri per llunàtics' se mueve entre lo sobrenatural y lo realista, parecerá sensato que sus piruetas estilísticas también oscilen entre registros que pueden parecer antitéticos. En efecto, la extrañeza que produce su lectura proviene del choque contra natura entre el singular lirismo de la prosa de Bradbury y las ásperas exigencias de la literatura hard-boiled. Al autor de 'Fahrenheit 451' le interesa más que la novela nos atrape con la peculiar presión atmosférica de ese Hollywood entre kitsch y espectral, como de película de Charlie Chan invadida por sombras expresionistas, que buscando una verosimilitud narrativa que pertenecería a un universo doblegado a las abrumadoras servidumbres de la lógica. A veces da la impresión de que estamos leyendo una particular versión de 'El sueño eterno' de Chandler, atravesada por la imaginación exuberante de un Lewis Carroll que habría visto mucho cine de serie B. Si Tim Burton no fuera un 'has been', podría haber filmado una adaptación estupenda.
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