NOVEDAD EDITORIAL

La madre de todas las venganzas

Una nueva traducción de José Ramón Monreal devuelve el brillo y la actualidad a 'El conde de Montecristo', de Alexandre Dumas

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Enrique de Hériz

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En 1807, un zapatero llamado Pièrre Picaud acudió al tabernero Mathieu Loupian para encargarle su banquete de boda. Loupian, que anhelaba la dote de la novia, se alió con tres clientes para interponer una denuncia falsa que hacía pasar al zapatero por agente monárquico vendido a los ingleses. El mismo día de la boda, Picaud fue detenido y encarcelado. Durante sus siete años de encierro trabó amistad con el cura que ocupaba la celda contigua, que al morir le cedió en testamento un tesoro oculto en Milán.

En 1814, el zapatero Picaud abandona la cárcel, viaja a Milán y toma posesión del tesoro. A cambio de un diamante, logra que uno de los clientes le confiese todos los detalles de la falsa delación. Un cómplice muere apuñalado, con una inscripción en el mango del cuchillo: "Número 1". En el ataúd del segundo, envenenado, alguien graba la leyenda: "Número 2". Para Loupian se reserva una venganza lenta y diferida. Picaud deshonra a su hija y maniobra para que al hijo le caigan 20 años de trabajos forzados cuando lo pillan en el escenario de un asalto, totalmente borracho, con los bolsillos llenos de joyas robadas. Cuando el zapatero remata definitivamente su venganza apuñalando a Loupian, el primer cómplice confeso —no contento, al parecer, con el diamante— secuestra a Picaud y le exige la entrega del tesoro de Milán. Al negarse el zapatero, lo ejecuta. Años después, el traidor confiesa toda la historia a un sacerdote que manda la confesión al prefecto de la policía de París. En 1938, Jacques Peuchet, de profesión archivero, copia el informe del sacerdote en un opúsculo de 20 páginas al que da por título 'El diamante y la venganza'.   

"Una perla informe"

En 1843, poco después de firmar un contrato para entregar un texto llamado 'Impressions de voyage de Paris', Alexandre Dumas leyó la copia del archivero. "El relato era por sí mismo una idiotez —afirmó años después—. Quien lo ponga en duda, no tiene más que leerlo. Sin embargo, no deja de ser cierto que en el interior de aquella ostra encontré una perla. Una perla informe, bruta, carente de valor mientras no la tallara alguien. Decidí aplicar a las 'Impressions de voyage' la intriga que había encontrado en aquel texto". El resultado se publicó como folletín por entregas en 'Journal des débats', en tres partes que van del 28 de agosto de 1844 al 15 de enero de 1846. La monumentalidad del empeño resulta aun mayor si tenemos en cuenta que entre marzo y julio del mismo año Dumas había publicado, también por entregas, 'Los tres mosqueteros'. Ambas iban firmadas en colaboración con Auguste Maquet, que años después exigió ser tenido en cuenta como coautor. El juez le concedió el pago de 145.200 francos como colaborador, pero le obligó a renunciar a la mención de su nombre en la portada de las sucesivas ediciones.

Los puros Montecristo se llaman así por lo mucho que disfrutaban los torcedores de tabaco cuando se les leía la novela en voz alta

El éxito de 'El conde de Montecristo' fue inmediato y duradero: las primeras ediciones en forma de libro salieron incluso antes de publicarse el final por entregas; también las primeras traducciones al inglés, alemán y danés. Cada mes de junio, cientos de personas recorren a nado la distancia entre Marsella y el castillo de If, supuesta prisión del conde, para homenajearlo. Hay una treintena de versiones cinematográficas y televisivas, más otras tantas teatrales, de la novela. Los puros Montecristo se llaman así por lo mucho que disfrutaban en 1935 —es decir, casi cien años después de su escritura—, los torcedores de tabaco de la fábrica de Cuba cuando se les leía la novela en voz alta para amenizar las horas de trabajo. En 2010, los 18 tomos de una de las primeras ediciones se subastaron por 253.000 euros.

Clásico y atemporal

La editorial Navona presenta ahora una traducción nueva, firmada por José Ramón Monreal, que parte, por primera vez en España, de la edición revisada por Claude Schopp, considerada por los franceses como versión definitiva del texto. Su trabajo pone punto final al debate sobre si conviene actualizar las traducciones de clásicos: por supuesto que sí, siempre que se haga con la debida sensibilidad y buscando la atemporalidad del texto clásico, más que su estricta modernización. Además, nos permite quitarle a la vez el lustre y el lastre a la palabra "clásico" y nos ahorra la subcategoría eufemística de "clásico de aventuras". La era digital ha abaratado el coste de la memoria hasta el extremo de crear una posteridad 'lowcost'. Entrar en la Wikipedia cuesta menos que hacerse un hueco en la biblioteca de La Pléiade. En cambio, sigue valiendo como juicio la hondura del rastro dejado en obras posteriores.

Desde esa perspectiva es imposible releer 'El conde de Montecristo' (o leerlo por primera vez, ¡quién pudiera!) sin percibir la intensidad con que ilumina muchos de los mejores ratos que hemos pasado en la vida con un libro en las manos o una película en la pantalla. Entender esa conexión al leer la mayoría de los mejores 'thrillers' contemporáneos, al ver 'Kill Bill', o al oír la frase final de la primera temporada de 'True Detective' puede ser un placer reservado a los letraheridos. Pero es un placer mayúsculo.