CRÍTICA

Museo imaginario

El finalista del premio Herralde de novela retrotrae a la fusión de verdadero y fantástico de Borges

El antiguo Museu de Zoologia de Barcelona.

El antiguo Museu de Zoologia de Barcelona. / periodico

Ricardo Baixeras

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En más de un sentido esta novela de Diego Vecchio (Buenos Aires, 1969), finalista del Premio Herralde de Novela 2017, es un divertimento, una suerte de gabinete museístico de las curiosidades que recuerda al genial 'El gabinete de las maravillas de Mr. Wilson' de Lawrence Weschler (y que, por cierto, tanto debía a la “folla de maravillas” que aparecía en 'El Criticón' de Baltasar Gracián), un texto voluntariamente simple en lo que a la escritura se refiere, una 'nouvelle', un juego complicado con el género narrativo del que parte y, en fin, una ficción que pretende, en buena parte de sus páginas, miniaturizar el mundo todo en una suerte de museo imaginario, un repertorio del mundo concebido con la pretensión de que la memoria fabule “lo que la percepción recuerda.” No les extrañe si el texto les retrotrae, aunque en otro registro, a la voracidad universal y enciclopédica del jesuita Kircher, a los juegos con los objetos de Georges Perec en 'Pensar, clasificar' y a la fusión alocada de Borges con lo verdadero y lo fantástico, lo real y lo falso.

Lo que busca Zacharias Spears afanosamente es dilucidar cómo “puede llegar a ser la imaginación cuando es custodiada por la ciencia.” Quiere aprehender “un tiempo retrógrado, en que hoy sería ayer y ayer, anteayer […] el tiempo que precedió al tiempo”. Para ello funda un museo en Washington D.C. con el legado que le ha dejado Sir James Smithson. El objetivo, muy simple: “En lugar de museificar el mundo, encerrándolo en un ataúd de cristal o de papel, había llegado la hora de abrir el museo al mundo y hacerle respirar una bocanada de aire fresco.”

Spears no cejará en su empeño de posibilitar la visión de todo lo que conforma el pasado del mundo. En todas las criaturas embalsamadas, en todas y cada una de las plantas, objetos y obras de arte que pueblan el museo late una pregunta, que son dos: “¿De qué manera el hombre llegó a ser hombre? […] ¿En qué momento tuvo consciencia de su infinita finitud y tuvo miedo de morir y comenzó a enterrar a sus muertos y fue invadido por un santo temor al mundo que existía más allá de este mundo y se empeñó en ganar la simpatía de los dioses y demonios con conjuros y cultivó un placer desinteresado en pintar, cantar, danzar o recitar poemas que gustaban universalmente sin concepto?”

Si como afirma Spears “el tiempo transforma el mundo en ruina”, 'La extinción de las especies' se erige en la pura fascinación por las rarezas que han poblado la existencia, quizá con la pretensión nada secreta de comprender el presente. Vecchio ha puesto su empeño en mostrar una historia de la humanidad alternativa, caprichosa y persistente gracias a un vasto movimiento en torno a las reliquias del pasado, ese mundo olvidado capaz de levantarse como un ave fénix para contar el gozo del descubrimiento, el prodigio secreto que sustenta la vida misma.

Problematizando la condición propia de la novela, que aquí no se sustenta en una trama que cuenta un relato diacrónicamente, sino en la mera acumulación de residuos o restos tenaces, el texto gana a medida que se despide dibujando la flecha de un tiempo que deambula de la veracidad a la ficción y de la ficción a la veracidad.