CRÓNICA DE ÓPERA

Un redondo e hipnótico 'Tristán e Isolda'

Una gran Irène Theorin y un resistente Stefan Vinke triunfan en el simbolista montaje de Àlex Ollé de la ópera de Wagner, con atinada dirección musical de Josep Pons

Un momento de la ópera 'Tristán e Isolda', de Richard Wagner.

Un momento de la ópera 'Tristán e Isolda', de Richard Wagner.

César López Rosell

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Menos es más. El minimalista montaje de 'Tristán e Isolda' de Wagner'Tristán e Isolda'Wagner, a cargo Àlex Ollé de La Fura y con inspirada dirección musical de Josep Pons, enmarcó la torturada historia de amor de los héroes de una ópera que revolucionó el drama musical. Esta producción, estrenada en Lyón en el 2011, renunció desde el primer momento al lenguaje coreográfico en una pieza de escasa acción para centrarse en el trabajo dramatúrgico de los personajes y dejando todo el poder descriptivo a la música. El resultado de esta versión de gran carga simbólica ha sido tan redondo como la esfera de 5,2 toneladas que preside la escena. El efecto hipnótico de la utilización de este imaginativo artefacto de Alfons Flores mantuvo al público en tensión durante la larga función. El Liceu aplaudió esta apuesta, pero sobre todo a la imponente Irène Theorin y al sólido Stefan Vinke, al frente de un gran reparto.

El viaje hacia interior de los protagonistas de este monumento al amor de Wagner alcanza cotas muy elevadas en una puesta en escena que fusiona equilibradamente todas las disciplinas. La propuesta pone el acento en el trabajo de los cantantes, un elenco compuesto por habituales de Bayreuth a los que desde la solidaridad orquestal, controlando la carga decibélica para no sobrepasarlos, se protege desde el primer minuto.

Hay muy buenas ideas en el montaje maravillosamente iluminado por Urs Schönebaum, en un plausible esfuerzo para focalizar la evolución psicológica de los primero antagonistas y posteriormente amantes y de dar sentido a las transiciones entre los mundos de la noche y el día tan importantes en esta historia. En el primer acto, una plataforma ambienta la travesía del barco capitaneado por Tristán que debe llevar a Isolda a Cornualles para esposarse con el rey Marke. En un fondo oscuro se proyectan imágenes alusivas al relato hasta que acaba apareciendo la mitad del redondel convertido en luna. En el segundo se muestra el interior del castillo del rey  donde los protagonistas viven aislados del exterior el éxtasis del amor puro propiciado por un brebaje. Sutiles proyecciones de Franc Aleu, que reflejan el mundo íntimo de los amantes, completan esta visión de su psique al que contribuye el renovado vestuario de Josep Abril. En el último acto el artefacto da un giro de 180º para mostrar la agonía del herido héroe que espera a la princesa antes de morir. Es un espacio desolado con la esfera simbolizando el peso que cae sobre un ser desprotegido.

Ejercicio de resistencia

En una ópera con largos monólogos y dúos, cargados de reflexiones filosóficas inspiradas en Schopenhauer, el esfuerzo de los cantantes es un verdadero ejercicio de resistencia. Vinke (Tristán), que ya mostró esta cualidad en un recordado ‘Siegfried’ en el Liceu, llegó a su agónico final con heroica plenitud. Empezó algo dubitativo pero fue creciendo en el largo dúo amoroso hasta demostrar que es uno de los grandes en este agotador rol. Theorin (Isolda) no hizo más que confirmar su categoría, administrando muy bien los recursos. Muy expresiva, transmitió toda la emoción de su personaje con una riqueza de matices y unos pianísimos maravillosos alcanzando la cumbre en el impresionante ‘Liebestod’.

Albert Dohmen merece un sobresaliente como rey Marke y Sarah Connolly ofrece una impecable lección de estilo como Brängane. Un Greer Grimsley de gran presencia escénica y poderío da vida a Kurwenal, y Francisco Vas (Melot), Jorge Rodríguez Norton y German Olvera están a la altura de sus papeles. La orquesta responde al reto con una cuerda bien ensamblada y con el esforzado comportamiento del resto de las secciones y del oculto coro. Josep Pons vuelve a brillar con Wagner desde el podio.