CRÓNICA DE MÚSICA
Julien Baker, tristeza sublime para una noche de domingo
La joven cantautora emo-folk, una de las revelaciones del 2016, cautivó en La [2] de Apolo con el repertorio de 'Turn out the lights'
Juan Manuel Freire
Periodista
Periodista y crítico cultural.
Juan Manuel Freire
Programar a una artista como Julien Baker un domingo por la noche, en plena cúspide de la depresión prelunes, tiene algo de pequeña broma pesada. Baker no fue una de las revelaciones del 2016 por sus estribillos pizpiretos con exultantes arreglos de metal, sino por canciones lentas, frágiles pero poderosas, sobre cuestiones de depresión y adicción vividas en el propio pellejo. Alegría la justa, o casi ninguna. La tristeza del domingo hecha música.
Bueno, en el reciente 'Turn out the lights', su primer disco para el venerable sello Matador (Yo La Tengo, Cat Power), Baker se aleja un poco del solipsismo y camina lenta pero segura hacia algo parecido al optimismo. Y para presentar estas nuevas canciones en La [2] de Apolo no vistió de luto, sino con la camiseta de Messi de la pasada temporada. Ha ganado algunas batallas, se diría. Pero la lucha sigue.
Igual que en el Primavera Sound del 2016, en el que sorprendió a propios y extraños con una actuación de visceralidad sobrecogedora, Baker se presentó sola, aunque en 'Turn out the lights' añada arreglos de cuerda a su sonido. Solo guitarra, voz y pedales para crear bucles y delgados colchones ambientales. Más que suficiente para la goleada emocional.
Credibilidad sentimental
En una entrevista reciente, Björk decía que incluso las canciones más difíciles de componer se hacen con el tiempo fáciles de interpretar. Acaban siendo… canciones. No sabemos si esto es igual para Baker, quien sigue interpretando canciones ya antiguas como 'Sprained ankle' y 'Everybody does' con extraña credibilidad sentimental. Cada giro melódico parece producto de un dolor vivo y las escaladas de intensidad habituales en las rectas finales (cuando resulta más evidente su pasión por el emocore) no suenan técnicas sino naturales.
Pero todavía mejores, más dolorosas, son las canciones de reciente cuño: 'Appointments' y esas guitarras flotando en el espacio, un poco como en las baladas de The xx; 'Happy to be here', grito de auxilio por los caprichos de la química cerebral; esa 'Funeral pyre' con parte final ensoñadora entre Cocteau Twins y Angelo Baladamenti, y, sobre todo, una 'Turn out the lights' con clímax capaz de provocar síndromes de Stendhal.
Tras una excelente 'Something', se despidió sin muchos alardes y no volvió para ningún bis. Esto no es un espectáculo al uso, quería decirnos quizás, sino una catarsis privada a la que, generosamente, quiso dejarnos entrar.
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