CRITICA

La Orestíada según Colm Tóibín

'La casa de los nombres' narra con esencialismo los mismos temas que trataba Esquilo

Colm Tóibín.

Colm Tóibín. / periodico

Vicenç Pagès Jordà

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A lo largo de los siglos, ser occidental ha significado no solo conocer personajes como Telémaco o María Magdalena, sino servirse de ellos para entender el mundo y a nosotros mismos. Escritores, pintores y escultores se han apropiado de los mitos y han elaborado versiones personales y puestas al día. Es el caso de la vida de Orestes, convertida en drama por Esquilo, Sófocles y Eurípides y recuperada en el siglo XX por autores tan dispares como Eugene O’Neill ('Mourning becomes Electra'), Álvaro Cunqueiro ('El hombre que se parecía a Orestes') o Josep Palau i Fabre ('Mots de ritual per a Electra').

Con 'La casa de los nombres', el escritor irlandés Colm Tóibín (Enniscorthy, 1955) se suma a esta cadena, erudita y al mismo tiempo humilde, que reescribe una historia familiar especialmente sangrienta. Empieza cuando el guerrero Agamenón sacrifica a su hija Ifigenia para que los dioses lo ayuden a conquistar Troya. Años después, cuando regresa, él y su amante Casandra son degollados por su esposa, Clitemnestra, que, a su vez, será asesinada por su hijo Orestes a instancias de su hermana Electra. Todas estas muertes se ejecutan con arma blanca y sin persona interpuesta. Son venganzas purísimas: clásicas.

La versión de Tóibín respeta los hechos principales, pero les añade escenas y detalles que no habían quedado especificados, como un guionista que incorpora personajes secundarios y acciones paralelas a unos hechos documentados. El énfasis recae en las intrigas de palacio, la importancia de los guardias, el papel de un sexo tan directo y transversal como la muerte.

Un libro nuevo hecho con material antiguo, narrado con el esencialismo de Saramago

En el Peloponeso, una piedra puede ser tan mortal como una espada o un vaso de agua envenenada. El poder es un oficio solitario, ya que ni el amante ni el hijo son suficientemente fiables. Clitemnestra y Electra han de tomar decisiones sin la ayuda de los dioses ni de los ancianos, siempre atentas al rumor de los pasos y a los cuchillos escondidos.

'La casa de los nombres' dedica cierto número de páginas a la huida de Orestes de sus secuestradores, a los años que pasa en la casa del título, donde vive el traspaso entre la era en que dioses y humanos convivían, y aquella otra en que solo son nombres: memoria. La familia y el poder, la mujer y los dioses, la determinación de Electra y el apocamiento de Orestes, los mismos temas que trataba Esquilo, aparecen en este libro nuevo hecho con material antiguo, narrado con el esencialismo de Saramago, sin concesiones a la ornamentación, ático y eficaz como un edificio de la Bauhaus.

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