CRÓNICA
Javier Ruibal, en su mundo soñado
El cantautor gaditano adaptó su aromático cancionero a un formato de cámara en Luz de Gas

Javier Ruibal, en su concierto del jueves en Luz de Gas /
Javier Ruibal nunca ha sido un cantautor de acceso rápido porque su música se mueve en torno a delicados contrastes: pasión y pulcritud, realidad y fábula. Un imaginario hecho de materiales sensibles que se desplegó mostrando matices inéditos este jueves en Luz de Gas, en la asociación del cantautor gaditano con el quinteto de cuerdas del Taller de Músics, dentro del ciclo ‘Connexions’.
Un recital que tituló ‘Mi sur, mi paisaje’ desbordando categorías: Ruibal exhibe temperamento sin sobreactuar, no es tan flamenco como andalusí y busca, dijo, “una emoción distinta”. La encauzó valiéndose de un formato de cámara, reforzado por la percusión de su hijo, Javi Ruibal Jr., con el que abrió poco a poco la puerta hacia otra realidad, con vistas a oriente y a perfumes de mundos soñados, a través de ese conducto llamado ‘Por la puerta de Elvira’.
Drama y sensualidad
Ruibal es guardián de un mundo imaginado al que no le acompleja el ideal de la belleza y que tiene los pies en el suelo: aludió al drama de la emigración, que vive de cerca, en ‘El náufrago del Sáhara’ y en un ‘Blackstar line’ con cercanía bluesística, inspirado en la línea marítima que a principios del siglo XX conectaba las Américas con África. Y de ahí a su perfil más sensual en ‘Agualuna’ y una de sus cimas, ‘Por tu amor me duele el aire’, con texto de Lorca.
Noticias relacionadasUn Ruibal que, envuelto en la telaraña traslúcida de las cuerdas (arreglos de Javier López de Guereña), acentuó su fondo más onírico sin que eso encorsetara su canto ni le restara fuerza. Se volcó en el romanticismo de ‘Para llevarte a vivir’, siguiendo el rastro de la “rosa de oriente” y brindando a la amada “el palacio del moro”, y en el homenaje ‘A Morente’, que levantó ovaciones con sus citas al “bendito desobediente” que se fue “soñando la Alhambra”.
Sí, siempre el sueño: Ruibal lee la realidad a través de un halo que, sin deformar sus contornos, los envuelve en aromas de magia y trascendencia. El quinteto de cuerdas potenció ese efecto, si bien fue un placer disfrutar, en el bis, del roce puro de su voz con la guitarra en ‘La flor de Estambul’, la recreación de la ‘Gnosienne n. 1’, de Erik Satie, donde brindó su canto más desatado. De ahí, a ‘Isla Mujeres’, que le reunió con el grupo en una vigorosa escena final.
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