Una Madama Butterfly destruida por el desengaño como lo fue Nagasaki

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Joan Castelló

La versión de la ópera Madama Butterfly, de Giacomo Puccini, con la que el Palau de les Arts de Valencia ha iniciado la pretemporada 2017-2018, ha presentado a una protagonista destruida por el desengaño amoroso de un americano, como lo fue Nagaski al final de la II Guerra Mundial.

Al éxito ha contribuido también de forma decidida Diego Matheuz, el director musical venezolano que, al frente de la Orquesta de la Comunitat Valenciana, imprimió vigor y fuerza a la confrontación de dos mentalidades (la de oriente y occidente) en la que ha sido la primera vez en que se ha enfrentado a esta célebre obra del compositor de Lucca (Italia).

En su también primer montaje como director de escena, Emilio López realiza un arriesgado planteamiento, en el que Estados Unidos se erige como referente subyacente: por la prepotencia de un oficial de su marina en su relación con una inocente y enamoradiza japonesa de Nagasaki y por la bomba atómica que lanzó sobre esa misma ciudad al final de la II Guerra Mundial.

En esta versión, Emilio López se aleja de la visión pintoresca del Japón y nos traslada a un ambiente lúgubre de un país en guerra, con un paisaje devastado con más sombras que luces en el que se moverán unos personajes también derrotados.

El vestuario descarta estampados coloristas, con las únicas excepciones del kimono de Cio-cio-san, la joven protagonista conocida también como Madama Butterfly, y el uniforme blanco de Pinkerton, oficial de la marina norteamericana.

El ambiente de desolación no encaja demasiado bien en el primer acto, en el que Pinkerton concierta un matrimonio de conveniencia con Madama Buterfly, pero refleja con bastante acierto el desmoronamiento moral de Cio-cio-san cuando, en el segundo y tercer acto, va comprobando que no es correspondida ("nunca un marido extranjero ha regresado al nido").

Además de Emilio López, en esta producción propia del Palau de Les Arts han intervenido Manuel Zuriaga (como responsable de la escenografía), Giusi Giustino (iluminación) y Miguel Bosch (videocreación).

En un ambiente por lo general sombrío, en el que el negro se ha erigido también como protagonista, hay que destacar la iluminación de las escenas finales, en las que la luz fría ayudaba de forma eficaz a crear un adecuado ambiente de tragedia.

Novedosa resultó también la danza con la que, sin solución de continuidad, se enlazó el segundo con el tercer acto, con una mariposa (la bailarina Fátima Sanlés) que, como premonición, muere con las alas clavadas.

La gran protagonista de esta ópera ha sido la soprano Liana Aleksanyan, que estuvo más convincente como la atribulada y atormentada Cio-cio-san (aplaudida en el aria "Un bel di vedremo" del segundo acto, el pasaje más famoso de esta ópera), que como la inocente Madama Butterfly del primer acto, repudiada por su familia por haber renegado de su religión para casarse con el americano.

Pero donde la cantante armenia demostró sus excelentes dotes fue en la progresión dramática del tercer acto, haciendo frente a las pretensiones de Pinkerton que quiere llevarse al hijo de ambos ("se lo daré si me lo pide él") y resignándose a su destino ("con honor muere quien con honor no puede vivir").

Junto a ella, Luciano Ganci, que sustituyó al indispuesto Alessandro Liberatore, interpretó al desalmado Pinkerton, un personaje "egoísta y antipático" de cara al público que el tenor italiano resolvió con solvencia, como en el aria "Addio fiorito asil".

A destacar también dos excelentes actuaciones: la de la mezzosoprano Nozomi Kato, como la fiel doncella Suzuki, y el barítono Rodrigo Esteves, como Sharpless, el cónsul americano en Nagasaki.