EL LIBRO DE LA SEMANA

'El deshielo', de Lize Spit: cuando el hielo arde

Convertida en uno de los fenómenos europeos del año, no dejará indiferente a nadie

Lize Spit.

Lize Spit. / Mireia Reynal.

Enrique de Hériz

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Vamos a empezar por lo que, probablemente, será motivo de alguna discusión. Las últimas 150 páginas contienen escenas sexuales más bien duras y explícitas. Unos las encontrarán sugerentes, otros morbosas, quizá algunos macabras. Son juegos sexuales de la adolescencia que dejan de merecer el nombre de juegos a partir del punto en que su control se escapa de las manos de quienes los practican. Y aparecen descritos con absoluto naturalismo, con lo que, de nuevo, unos considerarán eficaz crudeza descriptiva y otros, tal vez, exceso de regodeo. No hay norma general capaz de señalar qué es gratuito y qué no en un libro. Habrá lectores que no tengan estómago para esas páginas; harán muy bien en cerrarlas y pasar a otra cosa. Otros opinarán que gracias a ella la historia se abisma y alcanza toda la intensidad prometida. En la valoración de esas páginas intervienen factores estéticos y emocionales relacionados con la experiencia, la fantasía, los deseos y los temores de cada uno. Y cada uno sabe. Debe señalarse en su favor que Lize Spit aplica exactamente la misma técnica descriptiva a esos sucesos supuestamente escabrosos que al acto de cortar una croqueta. En 'El deshielo' todo es gráfico, claramente visible. La estricta frialdad descriptiva busca una máxima calentura emocional. Todo salta de la página. Técnicamente es irreprochable, más allá de que nuestros ojos prefieran ver o no eso que salta. Aquí todo es orgánico, físico, corpóreo: si un personaje dice que huele mal, el que está a su lado acerca la nariz a la axila.

La técnica de insinuación y ocultación provoca una sensación climática intensa y constante

Rebobinemos: esta es la historia de Eva, Laurens y Pim, únicos niños nacidos en un pequeño pueblo de Flandes el año 1988 y, en consecuencia, obligados por el azar a ser amigos de infancia. El relato avanza en tres instancias. Una nos remite a la infancia y al contexto familiar de Eva, narradora de la historia. Nos asusta todo lo que sabemos del padre, lo que ignoramos de la madre, lo que sospechamos del pobre hermano marcado por haber sido el superviviente de dos gemelos... Y nos consuela en parte la existencia de la hermana menor, Tesje, única depositaria de un poco de amor verdadero en toda la novela.

La segunda instancia tiene lugar en 2002, cuando los niños ya no lo son. Llegados a la adolescencia se entregan a unos juegos que... Ya hemos hablado de eso. La tercera instancia es el presente. Han pasado 13 años y Eva vuelve al pueblo con afán de venganza. Supuestamente para participar en un homenaje a Jan, hermano mayor de Pim que cumpliría ahora treinta años y cuya muerte traumática tuvo algo que ver con la distancia que fue separando a los amigos. Gracias a la alternancia constante de esas tres fases, Spit dispone sobre el tablero una serie de misterios que se van entretejiendo hasta el final: cómo murió Jan, de qué exactamente quiere vengarse Eva y por qué carga con un bloque de hielo enorme en su coche; qué pasaba en esa familia tan particular; cuál fue la herida traumática que provocaron esos juegos de la adolescencia. La maestría narrativa de Spit es incuestionable, nada común en una primera novela: somete a cada uno de esos misterios a una técnica de insinuación y ocultación permanente que provoca en la lectura una sensación climática intensa y constante.